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No tenía fuerzas para rendirme, así que decidí emprender activamente una búsqueda eidética, es decir, de lo esencial. Pensé que el cambio que afrontaba merecía un decorado literario, y de ahí el blog. En él reflejo pensamientos, reflexiones y emociones que he vivido durante mi estancia en Tanzania enseñando inglés y suajili a niños de preescolar en un colegio rural de la organización Born To Learn, en India como profesor de francés para la Professional School of Foreign Languages de la Fundación Vicente Ferrer, y actualmente en Malí cooperando con CONEMUND en proyectos de seguridad alimentaria y equidad de género. Mi objetivo cabe en una palabra: Compartir.

miércoles, 13 de diciembre de 2017

Amanecer y anochecer


A nadie se le escapa que el sol sale por la mañana y se oculta por la noche. El crepúsculo es la cuenta atrás de la luz y de la oscuridad, y quizás la salida del sol y su puesta sean los fenómenos naturales más elocuentes sobre el tránsito desde el inicio hasta el ocaso de algo: del día a la noche, de la luz a las sombras, y, con un poco de imaginación, del nacimiento a la muerte. 

Sin embargo, a casi todos se nos escapa que si observáramos nuestro planeta desde otro punto de la galaxia, veríamos que el sol no sale ni se oculta, sino que siempre está presente. El amanecer y el anochecer son sólo estados que se perciben desde nuestro punto de vista, desde la superficie de nuestro planeta, realidades por tanto relativas. En lo que al sol respecta, él no sale ni se pone, él simplemente alumbra. Cuando decimos que no está es que no lo vemos, no que no esté, y de eso es testigo además la luna, que se pavonea oronda en su "ausencia" con una luz que no es suya. 

De la misma manera, nuestro nacimiento y nuestra muerte nada tienen que ver con el comienzo y el final de nada; es nuestro limitado punto de vista el que nos dice que algo comienza y algo termina. Sin embargo, la luz que nos ilumina, la que nos da la vida, siempre está ahí, igual que el sol. El antónimo de nacimiento es muerte, pero la vida no tiene antónimos porque siempre es. Además, la vida que se manifiesta a través de mí no es en esencia diferente de la que lo hace a través de un perro, o de una planta, o de un microbio o de una simple célula. Yo nazco y muero, pero nunca deja de haber vida, y nunca hay más ni menos porque la realidad última de lo que la vida significa no es cuantificable. Mi amanecer y mi anochecer son sólo apreciables desde la superficie del planeta mente, pero hay otra galaxia llamada yo verdadero desde la que se ve claramente que nada cambia nunca porque siempre es siempre.  
 
Para ver que el sol sigue brillando cuando ha anochecido hay que mirar la luz que refleja la luna, o, mejor aún, hay que salir de la galaxia del ego. Así se comprueba que nacimiento y muerte son la misma cosa porque no hay uno sin la otra, y se entiende también que nacer y morir no es lo mismo que vivir y de dejar de vivir porque la vida -lo que yo soy- estaba ahí cuando yo llegué y seguirá ahí cuando me vaya. El orador puede callar, pero que no hable no quiere decir que no esté. Nada que es real desaparece, y nuestra vida, que es sol, también es eterna como él. 

En el mundo de lo tangible todo tiene amanecer y anochecer, y hasta el sol -lo más parecido a un semidiós que podamos imaginar, porque de él venimos, de él dependemos y en cierto modo él somos- también se apagará, pero hay un sol de soles que no lo hará porque no conoce el tiempo. Yo soy un rayo suyo, y al igual que su salida y su puesta, mi nacimiento y mi muerte son sólo verdades relativas. 

-18 de febrero de 2016-

sábado, 2 de diciembre de 2017

33 infinitivos, 3 presentes de indicativo


Ir en moto a 300 Km/h, tirarse en paracaídas, hacer parapente, enamorarse hasta el tuétano, arrancarse el desamor a tiras y sin anestesia, mentir para hacer feliz a alguien, saltar desde un puente a un río de fondo desconocido, pensar en saltar desde un puente sin río, no replicar un áspero insulto directo y público, aprender lenguas nuevas, resolver ecuaciones diferenciales, entender que i es un número complejo inexistente que simplifica el entendimiento de lo que existe, perderse en la infinitud del Universo y en el átomo infinitesimal, ser admirado y odiado, y perdonado, renegar de Dios y resucitarlo por la necesidad de tener algo de lo que renegar, destrozar un cristal con el puño, acariciar el hocico de un perro recién nacido con la misma mano, lamer el plato, resbalar en el barro, boxear y quitarse las legañas con los guantes puestos, contundir y curar a la vez, entregarse regaladamente y robar descaradamente, romperse un hueso como se troncha un palo, gritar con la vena del cuello, meditar, amar con sexo y con sexo decir que no se ama, preguntar el nombre al final, leer el Quijote diez veces, no poder evitar tener un pasado, mofarse del tiempo...

Confieso que he vivido. 
Afirmo que a veces me ha aburrido. 
Preveo una apasionante ausencia de futuro por delante. 

15 de junio de 2014.