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No tenía fuerzas para rendirme, así que decidí emprender activamente una búsqueda eidética, es decir, de lo esencial. Pensé que el cambio que afrontaba merecía un decorado literario, y de ahí el blog. En él reflejo pensamientos, reflexiones y emociones que he vivido durante mi estancia en Tanzania enseñando inglés y suajili a niños de preescolar en un colegio rural de la organización Born To Learn, en India como profesor de francés para la Professional School of Foreign Languages de la Fundación Vicente Ferrer, y actualmente en Malí cooperando con CONEMUND en proyectos de seguridad alimentaria y equidad de género. Mi objetivo cabe en una palabra: Compartir.

sábado, 30 de mayo de 2015

Cum grano salis


Imaginemos una pequeña cantidad de cloruro sódico (ClNa), es decir, imaginemos varios átomos de cloro (Cl-) asociándose con otros tantos de sodio (Na+) a través de enlaces iónicos para formar sencillas estructuras cúbicas cristalinas. Imaginemos, pues, un granito de sal. Abunda en la naturaleza, no es difícil de encontrar, es, podría decirse, una cosa cualquiera. Ahora, para jugar, cubramos ese granito de sal con una pregunta que esté lejos de ser cualquier cosa, a ver qué pasa. Por ejemplo esta: ¿Es ese grano eterno?

Dejar de ser está en la naturaleza de todo lo que es, así que entiendo que ese grano de sal, como tal, no va a existir eternamente, pero no encuentro explicación que me convenza para no creer que ese cristalito de sal estará siempre, de una manera o de otra, presente en el universo, por muy grande que éste sea y por muy pequeño que aquel fuese. La existencia es un cuerpo de bronce vestido de papel de fumar bajo una tormenta. En realidad no es posible dejar de existir, sólo es posible transformarse. ¿Acaso los protones y electrones que forman cada uno de los átomos de cloro y sodio pueden despedirse de la existencia como quien se va de una fiesta a la francesa? ¿Acaso tienen opción? Se pueden separar, convertirse en luz, recrear una sinapsis, formar sosa, acampar en un plátano, recombinarse de millones de maneras, disolverse, descomponerse… pero nunca dejar de existir.

¿Qué es de un grano de sal que se disuelve en agua? Es cierto que no hay grano tras la disolución, es cierto que las moléculas de agua han separado los átomos de cloro de los de sodio, es verdad que no hay estructura cristalina que forme el cubito de sal, pero ahora el agua está salada. ¿Qué es mejor, ser cristal de sal o salar el agua?

Sinceramente, creo que no importa. La ética no se puede aplicar a la transcendencia, las cosas simplemente son y dejan de ser como son, pero nunca dejan de ser, porque donde hay agua y hay sal habrá agua salada, y donde hay agua salada hay salina que dará sal. La muerte y la reencarnación no son conceptos que se puedan coger con las burdas manoplas de la intelectualidad, hay que asirlos con las finas pinzas de la emotividad.

A mí, que soy cristalico de sal, la verdad es me da igual ser como soy que dejar de serlo o serlo sólo hasta la mitad porque sé que me voy a disolver en la eternidad, voy a salinizar un poco más el mar y luego voy a volver, como vuelven las lluvias, para dar sabor a algún manjar. ¿Miedo? ¿A qué? No da lugar. 

jueves, 28 de mayo de 2015

Reencuentro geodésico


La geodésica es la línea más corta entre dos puntos de una superficie dada. Esa línea debe estar contenida en la superficie considerada, así que, por ejemplo, si la superficie es un plano, entonces la geodésica es una línea recta, pero si resulta que la superficie es la de una esfera, entonces la geodésica sigue siendo la línea más corta entre dos puntos, pero pasa de ser una línea recta a ser curva, porque tiene que estar contenida en la superficie de la esfera, y ésta es curva. Por tanto, la geodésica sobre una esfera puede tener forma de arco, ser parte de un meridiano o un paralelo, o incluso constituir un ecuador completo.

Si la superficie es un plano, entonces tomar sentidos opuestos sobre una geodésica conduce a separarse cada vez más y no encontrarse nunca, pero si la superficie es una esfera, entonces, desde el momento en que se toman sentidos opuestos para empezar a separarse sobre ella, empieza también el proceso de reencuentro, porque las líneas sobre una esfera se pueden cerrar sobre sí mismas.

Así que yo, que vivo en una esfera, como tú -pensamiento mío, emoción perdida, amante olvidada- sé que de ti nunca me separaré porque aunque nos separemos, cada vez estaremos más cerca. Nos unen las matemáticas, que un día de lluvia, inspiradas, se quitaron los números e hicieron poesía bumerán con su desnudez de líneas.

miércoles, 27 de mayo de 2015

Un qué y un ahora se balanceaban...


¿Y ahora qué? ¿Qué ahora? ¿Qué qué y qué ahora? ¿De qué qué se trata? ¿Del superpronombre qué, ese que va en lugar del todo? ¿Hablamos de todo entonces? Y en cuanto al ahora, ¿a cuál de ellos nos referimos, al del de la desembocadura del antes o al del del nacimiento del ahora de después? ¿Así que resulta que qué es todo y que ahora es siempre?… y ¿ahora qué? ¿Qué ahora? ¿Qué qué y qué ahora? ¿De qué qué se trata? ¿Del superpronombre qué, ese que va en lugar del todo? ¿Hablamos de todo entonces? Y en cuanto al ahora, ¿a cuál de ellos nos referimos, al del de la desembocadura del antes o al del del nacimiento del ahora de después? ¿Así que resulta que qué es todo y que ahora es siempre?… y ¿ahora qué? ¿Qué ahora? ¿Qué qué y qué ahora? ¿De qué qué se trata? ¿Del superpronombre qué, ese que va en lugar del todo? ¿Hablamos de todo entonces? Y en cuanto al ahora, ¿a cuál de ellos nos referimos, al del de la desembocadura del antes o al del del nacimiento del ahora de después? ¿Así que resulta que qué es todo y que ahora es siempre?… y ¿ahora qué?

martes, 26 de mayo de 2015

Hacer haciendo


A veces siento que necesito escribir, pero cuando me doy cuenta de que tengo que pensar demasiado qué contar, reparo en que lo que siento es sólo una apetencia y no una necesidad, y además concluyo que lo que me apetece tampoco es escribir, sino tener la satisfacción de haber escrito. La diferencia entre una cosa y otra es parecida a la que hay entre aprender y saber. Lo que me gustaría muchas veces es saber ciertas cosas, pero mientras que saber es una especie de suspiro, aprender se parece más a un sofoco. Apetecer, lo que se dice apetecer, apetece saber, no aprender, porque aprender duele.

Pero resulta que esto que acabo de decir que tan lógico parece -o eso creía yo- representa una forma de pensar que ahora estoy empezando a ver como falaz. Escribir para estar contento con lo que uno ha escrito es depender demasiado del resultado de lo que uno escribe, y aprender para saber descuidando el proceso mismo del aprendizaje es también mirar demasiado lejos, como desentenderse del proceso, de la derivada, del gradiente, del cambio, de la esencia de ser, que se conjuga siempre en presente continuo. El ser sólo es siendo. Todo lo demás es haber sido, intentar ser o desear ser, pero no es ser como lo es siendo, el único ser que de verdad es.

Así que si se trata de escribir, escribo escribiendo, no pensando en lo bien que me sentiré cuando haya escrito, y si quiero saber, aprendo, y me olvido de lo que sabía, sé o sabré cuando haya terminado de aprender, porque el viento no sopla al llegar, sino al mover. Esta apología del presente es más vieja que el tiempo mismo, pero más vieja aún parece la tendencia que tenemos a obviarla, y cada vez se me hace más rancia la tan arraigada idea de hacer para y no sencillamente la de hacer haciendo, sin más, sin para, por, según, sobre ni tras, sin pensar en el premio que trae el punto y final, ese punto y seguido que se ha cansado de caminar. 

sábado, 23 de mayo de 2015

Surrealismo mágico


Durante mi etapa universitaria residí varios años en una pensión de Pamplona en la que convivía con gente de todo tipo y de todos los oficios. A la hora de comer había representación de casi todos los gremios, desde ingenieros en ciernes como yo, hasta albañiles, fontaneros, obreros de la construcción, vendedores de enciclopedias, jubilados con amputación de familia, buscavidas sin oficio conocido ni por conocer… de manera que las sobremesas daban lugar a conversaciones con enfoques tan variados como las ocupaciones de los contertulios. Como además comíamos con la tele puesta, los comentarios podían no tener orden ni concierto, y aparecían espontáneamente sobre cualquier tema y de cualquier manera. Algunos eran de lo más inocentes, y otros sin embargo apestaban a miseria humana. 

Recuerdo, por ejemplo, que en una ocasión, mientras daban en el telediario la noticia de un atentado con no sé cuántos muertos en el País Vasco, uno de los presentes levantó el puño con orgullo mientras masticaba a dos carrillos y gritó: ¡Aúpa, mis guerreros vascos! A nadie se le ocurrió llamarle la atención, ni hacer ningún comentario a continuación. Su frase fumigó de tal manera el ambiente que ninguna voz, por lógica y conciliadora que fuera, podría haber respirado en semejante desierto de sensibilidad. Cuando uno se va tan lejos da mucho trabajo seguirle para decirle que no está caminando en la dirección correcta. Vale más esperar a que se dé contra alguna pared y vuelva, si es que se da y si es que vuelve…

También recuerdo que había un hombre que tenía la curiosa y sorprendente capacidad de identificar los intérpretes de todas las canciones que se escuchaban en la radio y en la tele, aunque acertaba sólo en la pequeña conejera de neuronas que era su cerebro. Cada vez que escuchaba una canción exclamaba: “¡Ahí están, los Bee Gees!” Y se quedaba tan a gusto. Daba igual que fuera la música del telediario, un tema de música clásica, la melodía de un anuncio, un grupo de rock o uno tribal: se trataba siempre de los Bee Gees. Los que le conocíamos y sabíamos no ya de qué pie cojeaba, sino que el hombre era pura cojera en sí, le dábamos siempre la razón, porque su lejanía era tal que no merecía la pena traerle de su universo al nuestro, ya que el viaje me imagino que podría ser de ida pero no de vuelta, pues no creo que sea posible volver de tanta candidez. Embriagado de la atmósfera tan surrealista y mágica que envolvía la vida en la pensión, llegué a pensar que verdaderamente los Bee Gees tenían algo que ver con todo lo que se escuchaba por todas partes y aún hoy en día sigo haciendo ese comentario descontextualizado cuando escucho cualquier grupo y busco una jocosa aprobación en alguien que me quede cerca: “Son los Bee Gees, ¿verdad?”, y me río melancólicamente recordando a Aquilino –pues así se llamaba el hombre unineuronal-, y de las caras que me pone la gente cuando pregunto esta tontería. Lo gracioso en su día era ver cómo cuando pasaba alguien nuevo por la pensión y tras escuchar al bueno de Aquilino hablar tan sin venir a cuento de los Bee Gees intentaba desmentirle. “¿Los Bee Gees? ¡Qué va, hombre, si es Bruce Springsteen!, ¡Qué dices de los Bee Gees!”, y a continuación daba datos convincentes, nombres de canciones, fechas, etcétera, que justificaban que lo que decía Aquilino no era verdad. Me daba hasta pena que la gente intentara convencerle para sacarle de su error. Aquilino era un experto en música, y él siempre acertaba, y lo que se escuchaba era siempre los Bee Gees, y eso era inmutable. Cuando alguien le corregía, él no decía nada, pero luego, pasados unos segundos, a hurtadillas, solía mirarnos a Rubén y a mí y preguntarnos a media voz buscando confirmación: “Son los Bee Gees, ¿a que sí?”, y a nosotros nos faltaba tiempo para confirmarle que efectivamente era así, e incluso para hacer algún gesto de desaprobación, como que estuviera chalado, al que se atrevía a negar tal evidencia. 

Creo que esta actitud benévola en el planeta del surrealismo nos llevó a urdir, sin ni siquiera darnos cuenta, el plan de la broma aún no desmentida que en su día concebimos para dar solaz a un cerebro cojo y solitario -el del personaje que presentaré a continuación-, y a una frenética actividad mental -la nuestra- que pedía a gritos algo de lo que reírnos para descansar de tanta lógica y seriedad como la que nos imponían nuestros maratones de estudio.

En este caldo vital estábamos cuando en otra de estas inolvidables sobremesas, un albañil que se hacía llamar Tito espetó desde su mesa a la nuestra, como buscando una conversación de nivel: “A ver, chavales, vosotros que vais para ingenieros, ¿qué cojones estáis estudiando ahora en matemáticas?”. Y nosotros, que sabíamos que el tal Tito era tan experto en matemáticas como Aquilino en música, quedamos más que sorprendidos de que se interesara por nuestras vidas de rata, pero queriendo atender deferentemente a su pregunta le respondimos sin faltar a la verdad y sin entrar en más detalles que estudiábamos ecuaciones diferenciales e integración compleja. Habría dado igual lo que le respondiéramos, porque para él lo importante era que se creara en el ambiente la sensación de que efectivamente se había establecido un diálogo coherente entre él y nosotros. Le faltó tiempo para reivindicarse. El tal Tito debía haber tenido un ataque de ego frustrado y nos preguntó por las matemáticas para alardear de sus conocimientos científicos de la manera más ridícula jamas vista ante sus aún más ignoranticos compañeros de obra con los que compartía mesa. Tito se lanzó cuesta abajo con un discurso de trigonometría que habría hecho resucitar con resaca al mismísimo Pitágoras: “¿Y eso qué coño, es? Lo de coseno de alfa y seno de alfa, ¿verdad? Me cagon Dios, eso lo sabía yo de puta madre cuando era chaval. Alfa es una letra griega, sí, griega, de Grecia, me cagon Dios, eso es así, que os lo digo yo. A mí no había quien me metiera mano en matemáticas, chavales. Si voy yo ahora a la universidad con vosotros me hacen ingeniero en dos días, y si no, le meto un par de hostias al profesor y le pongo en su sitio, que seguramente no tiene ni puta idea de matemáticas. Yo sí que era la hostia en matemáticas, lo que pasa es que no quise seguir. Lo dejé”. Y a continuación encendía un cigarrillo retrepándose en la silla con el orgullo de un sapo que acaba de comerse una mosca elegantemente a la vista de sus amigos, como quien acababa de crear un interés irrefrenable en la audiencia para hacer espeleología en las grutas de su insondable conocimiento. Manejaba muy bien los tempos de su exposición, y se deslizaba con un discurso tan ridículo como gracioso. “Las matemáticas –nos decía mientras echaba humo- no tienen secreto para mí. Lo dejé porque no me salió de los cojones seguir, pero yo soy la hostia. ¡A ver, un lápiz y un papel, traedme un lápiz y un papel!”, y con esa magia que sólo el gran ignorante tiene, nos pedía que le lleváramos una pala para cabar su propia tumba con una gran verdad. Después de dibujar un triángulo rectángulo en el papel, decía con solemnidad señalando sucesivamente el lado inferior, el perpendicular y la hipotenusa: “Si esto mide 3 y esto mide 4, entonces me cagon Dios, por los cojones de Tito, esto mide 5”, y luego tiraba el lápiz con violencia encima de la mesa y le pegaba una calada profunda a su Ducados como si acabara de desvelar irrefutablemente quién mato a Kennedy, dejando tiempo a la audiencia para quedar impresionada a gusto. Era extraordinario comprobar cómo este hombre, el gran Tito, había tejido la bandera de su sabiduría con los retales de su ignorancia, y de qué manera inventaba vientos que la hicieran ondear para escaparse de sus ladrillos, sus revoques y sus baldosas -que estoy seguro colocaba con una precisión pitagórica-. 

Tanto nos impresionó su conferencia que quisimos hacerle más feliz de lo que su desconocimiento seguramente ya le hacía ser, así que pensamos en regalarle algo que liberara de por vida el ego de su personalidad para deleite de futuros contertulios y admiración sempiterna de sus compañeros. Decidimos, pasados unos días, imprimir en un papel con el sello de la universidad un escrito que dimos en llamar “Examen de matemáticas avanzadas para ingeniería”, y con toda la prosopopeya de que fuimos capaces configuramos un documento “oficial” en el que había sólo dos preguntas cuya respuesta te convertía en ingeniero inmediatamente y por orden ministerial. 

En una de estas sobremesas surrealistas que se daban cada día, nos acercamos a su mesa y le dijimos: “Tito, hoy nos hemos acordado de ti durante el examen sorpresa que nos han puesto. ¡Fíjate qué preguntas! Desde luego, ¡mira que son cabrones los profesores, que van a pillar! Tú que eres bueno en matemáticas, Tito, ¿qué habrías respondido tú?” Las dos preguntas eran algo así como: “¿De qué letra griega pueden ser los senos y los cosenos?” Y la otra, que aparecía al pie de un triángulo, era: “Si un lado mide 3 y otro mide 4, ¿cuánto mide el otro?”

Aún recuerdo emocionado a aquel hombre hinchándose como un sapo atragantado de beber mares de ignorancia, dejando a un lado la servilleta y levantándose de la mesa croando con orgullo: “¡Me cagon Dios! Esto lo sé yo. Seno de alfa y coseno de alfa, la hostia, eso me lo sé yo, y lo del 3 y el 4, me cagon la puta que lo parió, la respuesta es 5, por mis cojones. Si ya os lo dije yo, que yo no soy ingeniero porque no me dio la gana. ¿Lo veis?, ya os lo dije yo y no me hacíais ni puto caso”. Y así se enredaba en discursos reivindicativos sin forma, dándose la razón a sí mismo sin que nadie le rebatiera, como quien encuentra la iluminación y levita sobre sus propias carencias. Costaba imaginarse alguien más feliz en aquel momento.

¡Qué feliz hicimos al bueno de Tito!, y qué risas, que aún nos duran, nos echamos con aquel hombre –que supongo, si sigue vivo, aún guardará la copia del examen en su cartera como prueba irrefutable y oficial de su valía-, cuánto disfrutamos en nuestro vía crucis de estudio con aquella música -que siempre era de los Bee Gees, aunque algún listillo se empeñara en intentar demostrar que no-, y cuánto soñamos ahora con aquella pensión, que tan cerca estaba del realismo mágico de Macondo como Aquilino y Tito de ser cada uno de ellos la punta de uno de los bigotes del mismísimo Dalí. 

miércoles, 20 de mayo de 2015

¿Dónde sueña la verdad?


Le contaba el otro día a quien me lo preguntaba que lo que para mí están significando las experiencias de mis estancias en África y La India podría resumirse de la siguiente manera: África me desoccidentalizó, me convirtió en flecha, y La India me ha convertido en pensamiento, en un globo explotando al ser alcanzado por esa misma flecha.

Hay una parte de mi personalidad que se está retirando dulcemente, como la ola que empapa la arena de la playa justo en la línea que marcan las últimas pompas de espuma, como un beso deslizándose hacia abajo. Así se va esa parte de mí para fundirse en el mar de mí. Y así de dulcemente lo siento, como un tránsito natural dictado por la luz en luna creciente que refleja mi luna. Y como mi idea de personalidad se adecúa a un proceso dinámico, o sea, a su definición misma (Personalidad: proceso constante y dinámico de desarrollo y perfeccionamiento del propio yo o persona), considero que estoy en la ola de una evolución, no en el sumidero de una renuncia, así que no siento ninguna carencia, sino un llenado. Si el desfile de mis emociones hiciera ruido sería el de una botella a punto de llenarse.

El pasado, y en concreto las primeras experiencias –esos laboratorios de melancolía- suelen segregar feromonas de apego, y despegar algo entraña por definición la idea de desgarro, pero en este caso -el mío- como si fuera un bisturí eléctrico, que cauteriza la herida al mismo tiempo de producirla, en el desgarro está también la sanación, y por eso la percepción es de evolución. 

Pero evolución… ¿Hacia dónde? -me pregunto- y en la respuesta aparecen Machado y su camino, y el mío, y el tuyo, y el de todos. Los surcos del azar están por trazar. Cada vez tengo más claroscuro que justo donde los contrarios dialogan es donde sueña la verdad.

sábado, 16 de mayo de 2015

Dedo y nada más


Si los dedos de mis manos pudieran pensar, se pasarían toda su vida haciendo lo que hacen ahora, pero además preguntándose por qué. Cogerían, soltarían, acariciarían, contundirían, señalarían, darían el alto y pedirían paso, todo como hasta ahora, pero con la condena de la interrogación en sus acciones.

Probablemente lo primero que se preguntarían sería cómo es Dios, y también probablemente llegarían a la conclusión de que Dios tendría forma de mano, y que el universo es una obra de artesanía de unas manos eternas que tienen infinitos dedos y que son al mismo tiempo puño y palma abierta.

Adorarían al número diez, y considerarían que el sistema métrico decimal es el que rige el funcionamiento del cosmos. No tardarían en plantearse dudas sobre si coger una cosa es bueno o malo, o si soltar otra debe hacerse en un momento o en otro, y se observarían reglas de comportamiento sobre el coger y el dejar de coger, el soltar y el cómo, el acariciar y a qué y cuándo, y el estrecharse y de qué manera. Crearían una religión hecha a mano, redactarían decenas de mandamientos e impondrían leyes de pulgar elevado. Se clasificarían a sí mismos por castas y condenarían al meñique a la más paria de las consideraciones digitales, mientras el pulgar -el rey de lo prensil- se envanecería sobre todos los demás creyéndose señalado por el índice divino. 

Cada dedo se sentiría plenipotenciario, una entidad independiente en sí que no necesita de los demás. Algunos empezarían a preocuparse de tener una uña decente en vez de colaborar en las tareas manuales, y otros –convencidos- afirmarían que las manos no existen. ¿Adónde va un dedo cuando muere? –se preguntarían-. ¿Por qué este yugo para mí? –se quejaría el anular-. ¿Por qué tengo yo que juzgarlo todo? –se lamentaría el índice. 

Y así confundidos, pensando por sí mismos, olvidarían su esencial naturaleza: que forman parte de un todo, que son el extremo de una extremidad, que su pensamiento no es la globalidad, y que lo que ellos llaman libertad no es más que la ejecución inconsciente de una necesidad que transciende su entendible verdad. ¡Humano, deja ya de delirar, eres dedo y nada más!

miércoles, 13 de mayo de 2015

Skinny


Cada día cuando termino de cenar me dirijo desde la cantina a mi habitación con paso de paseante. Casi siempre veo lunas crecientes, y en ellas, además del sol, veo reflejado mi ánimo. Llevo cuatro meses haciendo lo mismo y viendo cada noche lo mismo diferentemente. Este paseo intrascendente es una de esas actividades que forman el esqueleto de la cotidianeidad, algo que hace sentir el pulso de una vida nueva que se acomoda en la almohada del final de su día a día, uno de esos ratos en los que parece que no pasa nada porque lo que pasa no es más que una de las muchas sílabas que sólo el largo plazo y la mirada hacia atrás pueden leer en su completitud para descifrar el mensaje de una estancia prolongada en un lugar nuevo que paulatinamente va dejando de serlo. 

Al principio aparecía por detrás de los árboles y se disfrazaba de sombra timorata. Las distancias que guardaba eran de una precaución estirada por el miedo, y sólo sus orejas tiesas lejanas hablaban de su presencia, una presencia que suplicaba ausencia. Pasadas varias semanas, empecé a distinguir su perfil, y al mes y poco más confirmé que era un perro el que me vigilaba con más miedo que curiosidad. Un perro que comía aire y que sólo tenía flaqueza. Tan flaco estaba que parecía empachado de antimateria. Cuando hice el primer ademán de acercarme, aún de lejos, salió despedido por el miedo, como si su mirada se hubiera estrellado contra una cama elástica que le obligara a rebotar dejando una estela de pánico.

Con el paso de los meses se fue acercando más hasta dejarme ver sus ojos apaleados, y me contó con sus bailes sombríos de recelo que le habían pegado y que la confianza le era más ajena que la comida. Skinny (flaco) -así me dijo que se llamaba- me ha estado dedicando diariamente su danza de vientre vacío y miedo empachado durante meses.

Hasta que ayer se cansó de bailar y se me acercó para lamerme la mano, tirarse panza arriba como un peregrino exhausto y pedirme que le acariciara. Nunca antes había acariciado a un perro con tanta solemnidad, y nunca antes nadie había aullado mis cariñosas caricias en el lenguaje del dolor. Tanto había recibido Skinny de eso que a nadie gusta, que no sabía cómo interpretar la ternura de mis dedos, y sólo se le ocurría ulular dolorosamente ante algo tan desconocido para él como el cariño de una mano humana. Tan confundido estaba que le costaba distinguir un látigo de una pluma.

Él se lleva ahora un mundo nuevo que brota de mis manos después de cada cena, y yo confirmo que con cuatro meses basta para conquistar con buenas palabras -las del silencio y la paciencia- la reconciliación de un mamífero que encierra en su cánida actitud la más humana y noble de las flaquezas: la necesidad de amor. 

domingo, 10 de mayo de 2015

Dicterio de actualidad


¿Cuál es la diferencia entre mente, inteligencia, idea, razón, personalidad, carácter, alma y ser? ¿Te dice algo la idea de Dios? ¿Cuándo una cosa está bien y cuándo mal? ¿Cuándo algo es meritorio? ¿Cómo definirías libertad? ¿Qué es el arte para ti? ¿No tienes nada que decir sobre estos asuntos? ¿No se te ha ocurrido pensar en ello? ¿Y qué haces que no lo investigas? ¿Te da igual? ¿No te hace falta saber nada de eso para llevar bien la vida tan ocupada que llevas? 

¿Te es más útil conocer los resultados de la quiniela que nunca acertarás, el sueldo de Messi, las últimas falacias de tu presidente de desgobierno, la cantidad de retuiteos de una capullez sin sentido, los titulares vulgares, la soezas del gilipollas público más famoso o las enjundiosas declaraciones de un futbolista sudoroso? 

¿Te sientes informado sabiendo que la sequía es pertinaz, los chubascos dispersos, la actualidad rabiosa, el directo riguroso y la convicción de los políticos absoluta? ¿Es la declaración de la renta lo más importante que has hecho en todo el año? 

¿Se te va el tiempo en estas intrascendencias y durante lo que te queda libre estás cansado para pensar? ¿Tus frases preferidas son "¿qué le vamos a hacer?", "¡Virgencita, que me quede como estoy!" o "podría ser peor"? 

¡Enhorabuena, te has convertido en imbécil! Pero no te enfades, ¿eh?, más bien al revés, que estamos de celebración: hay corral para tu alicorta existencia, el planeta es un parque temático creado para ti, no vas a conocer la soledad. Ea, ea, ea...Ya pasó, criatura, no te canses ni te preocupes más, que amigos no te van a faltar. 

Embudos


En cada momento de nuestra vida se nos ofrece un menú interminable de cosas que podemos hacer y pensar. Cada instante es un regalo con infinitas opciones entre las que tenemos que elegir. Es libre qué elegir, pero es forzoso elegir. Digamos que es obligatorio abrir el regalo, pero depende de nosotros lo que el regalo sea. La otra característica del juego es que de entre de las infinitas alternativas que tenemos en cada momento, sólo una acaba haciéndose realidad, así que vivir es algo así como petrificar en una sola –la elegida- las incontables posibilidades que cada segundo encierra, colapsar en cada instante la infinitud en unidad, convertir continuamente la potencialidad en estatua de sal. 

Alguien se está entreteniendo en abrir y cerrar sin parar las puertas de nuestra estancia como si nosotros mismos fuéramos el gato de Schrödinger. Nuestra vida responde a una incomprensible superposición de contrarios -estar vivos y muertos al mismo tiempo-, y en cada fracción temporal el colapso consiste en estar solamente vivos. 

La existencia es, por tanto, una simplificación, una solución de compromiso universal, una especie de continua caída de la bolita en un número cualquiera –sólo uno- de la ruleta de la superposición de posibilidades. Pero, ¿qué hay del resto de números?, ¿adónde van a parar el resto de alternativas que no se llegan a consumar?, ¿dónde quedan esas babas de caracol, rastro de nuestras no elegidas existencias? 

Es siempre más lo que dejamos de hacer que lo que hacemos, y nuestro pasado descartado es por tanto más ancho que nuestro presente elegido, como la humareda que deja tras de sí un coche que circula veloz por un camino arenoso: su trayectoria es fina como la distancia entre sus ruedas, pero el polvo que levanta se extiende mucho más allá de sus propias dimensiones. 

Parece como que fuéramos un círculo que quiere convertirse en punto mientras se hace preguntas propias de una esfera creciente, parece como que existir fuera un continuo confinarse hacia algo, como caer por un embudo hasta terminar en la boca del mismo, pasando por un conducto fino que nos devolviera a alguna parte, pero, ¿a dónde?, ¿a otro embudo, quizás? 

¿Adónde lleva este trasvase, Dios embudador?, ¿por qué nos condenaste a ser tan simples en las respuestas y nos diste el pesado don de las grandes preguntas?, ¿por qué nos fuerzas a ser algo que siendo es cada vez menos de lo que podría haber sido?, ¿por qué el universo está en expansión pero nuestra existencia es una contracción?, ¿por qué escribes "L-I-B-E-R-T-A-D" con eslabones y no con explicaciones?

viernes, 8 de mayo de 2015

Ya no me hablo con él


Se me ha enfadado. Desde que no le hablo ni le escucho, está muy refunfuñón. Me manda mensajes a menudo diciéndome que le necesito, pero yo sé que eso no es verdad, así que no le hago caso y ni siquiera me tomo la molestia de contestarle. Me dice -y lo sé porque me grita, no porque le escuche- que sin él yo no soy nada, y que no entiende por qué le ignoro de esa manera.

La verdad es que siempre nos habíamos llevado bien. Yo llegaba a acuerdos con él, y aunque luego él hacía lo que le daba la gana y se justificaba con excusas muy poco elaboradas como “yo soy así”, “ya me conoces”, “eso no es cosa mía, yo ya estoy en otro sitio”, siempre fui muy condescendiente con los feos que me hizo y se lo toleré todo. Y así fue hasta hace poco, que me cansé y decidí no dirigirle la palabra y negarle el pensamiento.

Al principio me sentí un poco raro e inseguro porque sin él parecía que se acababa el mundo y que el tiempo desaparecía, pero poco a poco fui dándome cuenta de que lo que parecía una renuncia a algo necesario era en realidad la aceptación de una infinita potencialidad. El paisaje de mi vida empezó a cambiar y a despejarse de manera que donde antes había austeros, impersonales y herméticos edificios de hormigón aparecieron coquetas, fresquitas y ventiladas cabañas hechas de paja, donde había techos opacos empezaron a verse rutilantes estrellas, y por donde antes la niebla cegaba comenzaron a colarse refulgentes rayos de sol que entraban como cariñosas puñaladas en el horizonte de mis posibilidades.

Para no tener remordimientos y poder olvidarle por completo, decidí incluso cambiarle el nombre. Así, cuando me atacara el recuerdo de haber convivido con él, mi memoria se confundiría y acabaría por sepultarle entre falseadas evocaciones.

Está enfadado, sí, y quiere recuperarme, pero tengo claro que no voy a volver a tolerar su maltrato. Ahora él patalea, y de vez en cuando hace amenazantes pintadas en la puerta de mi casa escribiendo fechas, porque piensa que de esa manera me puede intimidar, pero yo sé que he conseguido sacarle de mi vida, y desde que le ignoro soy mucho más feliz porque mi presente no se pudre con sus miedos. Sí, lo he decidido: ya no me hablo con el futuro, ese maltratador de presentes. A partir de ahora será simplemente algo por venir

martes, 5 de mayo de 2015

Mi título soy yo


Lo siento señor Saavedra, pero no puede usted dar clases de español en nuestra organización porque no tiene ningún título de didáctica. Sabemos de su valía, pero las normas son las normas. Siga con sus librillos, esos que dice usted que escribe. Con un poco de suerte igual alguno resulta casi tan leído y traducido como la Biblia. 

¿Cómo ha dicho que se apellida, Albert? Ah, eso es, sí, Einstein, aquí lo tengo. Vaya, sintiéndolo mucho, no va a poder ser, caballero. Su experiencia timbrando documentos en la oficina de patentes no le faculta para trabajar en nuestro laboratorio de investigación óptica. Necesitamos gente con formación y preparada específicamente. Buena suerte con sus interesantes pensamientos, y espero que con ellos cambie la historia de la humanidad.

Imposible, señor. Para lo que usted se propone se requiere una persona con mucho carácter, dura, que sepa mandar, que se imponga y que se haga respetar no sólo en el país sino internacionalmente, y para eso son necesarias unas formas, una personalidad y sobre todo un aspecto físico de los que usted carece. Además, no dispone de título universitario especializado en mover masas y liderar movimientos independentistas, ni se ha sacado el máster en pasar a la historia como un mahatma y, por si fuera poco, su indumentaria tampoco acompaña nada. Señor Mohandas Karamchand, dedíquese a hilar lungis, que parece que no se le da mal eso de manejar la rueca medio desnudo, y olvídese de pasar a otra historia que no sea la de su barrio. 

¿Michael qué? ¿Faraday? ¿Y qué experiencia tiene usted? Vaya, así que ha trabajado durante siete años como encuadernador de libros, ¿eh? Bueno, pues le auguro un gran futuro en ese sector, pero lamento decirle que sin formación académica sistematizada, esto de la ciencia le queda grande. Que le vaya bien; ojalá invente usted el motor eléctrico, el generador eléctrico, el mechero Bunsen y la galvanización, y ojalá también descubra la inducción electromagnética, el benceno, la forma de los campos magnéticos, y también las nano-partículas metálicas. En fin, feliz encuadernación.

Gregor Mendel, vaya, vaya, vaya… Bueno, pues mire usted, señor Mendel, tengo aquí su solicitud, pero no creo que el suyo sea un perfil apto para este puesto. Tenga en cuenta que la genética es una disciplina muy complicada y no creo que tenga el nivel necesario para colaborar con nosotros. Además, no entiendo muy bien la letra de esos papelotes que me ha traído. Le recomiendo que disfrute de su vida monacal y que no se preocupe por estos asuntos tan complejos, que le van a dar mucho dolor de cabeza. Espero, eso sí, que sus investigaciones de carácter amateur sean ignoradas durante un par de décadas y que después sean consideradas la base fundamental para lo que en el futuro se sepa sobre el ADN y la herencia. Vaya usted con Dios, Padre Genética.

Pues eso, que en un lugar que anhelaba y ya no anhelo me han dicho que no puedo trabajar porque no tengo no sé qué mierda de máster. Se me ha revuelvo el ego y he vomitado. Lo siento por el mal olor a presunción, pero conociéndome -no como otros- no he podido evitar darme el trabajo, en honor al que me han negado, de recordar a algunos grandes indocumentados de la historia de la humanidad a los que tampoco habrían aceptado, también por falta de títulos.

Lecturas


Quizás la mayoría esté tan acostumbrada a ver la famosa ecuación E=mc2 como lo está a no saber qué significa. Voy a darle a continuación algunas lecturas temáticas personales para que sea más fácil entenderla y, por tanto, disfrutarla. Por ejemplo:

Lectura física:
Si un cuerpo de masa m desprende una cantidad de energía E en forma de radiación, su masa disminuye E/c2, siendo c la velocidad de la luz en el vacío.

Lectura matemática:
La energía es directamente proporcional a la masa y al cuadrado de la velocidad de la luz en el vacío.

Lectura energética:
La materia es energía sólo por el hecho de ser, y la energía se puede materializar, por la misma razón. 

Lectura física-filosófica: 
La energía, eso que está en todo lo que es, necesita expresarse, y para ello utiliza el lenguaje de la materia o de la luz.

Lectura empirista:
Eso que tocas es energía colapsada, luz empaquetada.

Lectura metafísica-ontológica:
El ser es porque se manifiesta a través de una presencia sensible o a través de un efecto que se propaga.

Lectura metafórica: 
La materia puede transformarse en luz y la luz puede pasar a ser materia, y el agente de la conversión de una a otra es un baile de electrones acróbatas que tocan pentagramas de fotones. 

Lectura deportiva:
La materia es el bíceps contraído de la luz. 

Lectura religiosa:
El alma es igual al cuerpo multiplicado por la espiritualidad al cuadrado. 

Lectura hinduista:
La materia se espiritualiza en luz y la luz se reencarna en materia. Los fotones forman el alma y los electrones el cuerpo. 

Lectura ética: 
Se trata de una igualdad, por tanto el mensaje es muy claro: ¿qué más da?

Lectura hidráulica:
El universo es un conjunto de vasos comunicantes entre energía y materia. 


Lectura sinestésica:
La luz se puede tocar. 


Lectura surrealista-juguetona: 
-Veo, veo...
-¿Qué tocas?
-Una lucecita...
-¿Y qué materia es?

Lectura absurda-lógica: 
-¿Qué luz es?
-Las absoluto y media pasadas. 

Lectura fáctica:
Todo hecho provoca pensamientos, y todo pensamiento es factible. 

Lectura poética:
E es igual a m por c al cuadrado”. ¿No es eso poesía pura, se lea como se lea?

lunes, 4 de mayo de 2015

Condenado a latir


Es imposible no cansarse de algo que es eterno, y por la misma razón es imposible no acostumbrarse. Yo creo que a Sísifo –el que empuja la piedra hasta lo alto de la colina y cuando está a punto de llegar vuelve a caer-, a Salmoneo –al que devoran las llamas sin terminar de consumirlo-, a Ticio –quien yace con las extremidades atadas y estiradas mientras los buitres le comen el hígado-, a Ixión –que gira en una rueda sin descanso-, a las cuarenta y nueve hijas de Dánao –que vierten agua en unas tinajas que no se llenan nunca-, a Oncos –que trenza una cuerda que se come un burro-, a Atlas –quien nos sostiene el planeta en brazos-, a Prometeo –quien, al igual que Ticio, también da a la fuerza su hígado de comer a los buitres-, y a Tántalo –al que no explicaron que en vez de intentar coger las uvas podría haber hecho como la zorra del cuento, o sea, decir que estaban verdes y pasar de ellas-, a todos ellos, digo, creo que sus torturas a estas alturas les dan la risa. 

Eternamente condenados, dice la mitología. ¡Bah!, eternidad con caducidad, como la del amor ¡Qué exagerados somos los humanos! Al Sol -que es una miserable estrella de pueblo que no sabe ni hacer superonovas- llamamos Dios, y a lo que dura más de lo que nos apetece consideramos eterno. 

Para castigos el de mi corazón, que lleva ya más latidos que habitantes tiene la India, él solito, y sin salirse del guión, sin exabruptos: pum, pum y pum, y así hasta mil trescientos millones de veces, sin protestar, sin pararse y sin darse importancia. 

¿Qué habrán hecho sus células para ser así condenadas?, ¿qué proyecto secreto esconde mi corazón que a su lado Sísifo, Salmoneo, Ticio, Ixión, las hijas de Dánao, Oncos, Atlas, Prometeo y Tántalo diríase que están en un resort de vacaciones?, ¿por qué ese empeño en latir para que yo piense? Apasionante pregunta de calibre mitológico para inventarse una vida: menos mal que su condena no es eterna, pero mi paciencia sí. 

domingo, 3 de mayo de 2015

Ganador de ciclotimias


Me das pena, ganador. No estás en un podio, iluso desequilibrado, se llama péndulo. ¿Escuchas ese ruido? No es la masa aclamándote, es tu ego atragantándose. ¿Cómo crees que vas a digerir esto que llamas victoria si no tienes intestino? Marcará tu reloj de péndola el momento en que vuelva el invierno asesinando flores a tu jardín, y volverás a creer que es ganar lo que en realidad no es más que no perder. 

¿Otra vez celebrando que volverás a caer? Señor bucle, enhorabuena por volver a empezar a descender. ¿No te cansas de tanta amnesia? ¿De verdad te gusta sembrar nostalgias de la nada en un álbum de fotos retocadas? ¿Crees que te reconocerás, ectoplasma laureado?

Cariátide de sentidos, ¿qué templo pretendes soportar, si el peso que sientes es el de la vacuidad? ¡Olvídate!, no puedes controlar las correas de tu éxito de polea. Nunca entenderás que ganar es no participar. El verdadero afán de superación es el del abandono.

Ganador, apologeta del absurdo, criador de columpios, niñato por educar, no hay centrum en tu mundo de amorfa simetría. Ven, cuando te canses del vaivén, y empezaremos a conquistar de verdad. 

sábado, 2 de mayo de 2015

Like the winter and the summer


Like the winter and the summer, yes, like the winter and the summer, Sir.
- What?
Like the winter and the summer, Sir, like the winter and the summer.
- OK, like the winter and the summer, but like the winter and the summer, what?
The problems, Sir, the problems. Like the winter and the summer, problems come and go, come and go, Sir, problems come and go, like the winter and the summer.

Esa fue la entrecortada y repetitiva conversación que mantuve con un indio que subió al autobús-feria en el que me desplazaba desde Anantapur hasta Hampi, lugar en la India robado a otro planeta. Hampi se esconde entre enormes piedras que parecen colocadas sobre las montañas por un Dios caprichoso que se hubiera entretenido jugando a un mecano pétreo a la orilla de un río que se desliza como una sonrisa regando con generosidad unos prados que hacen de jardines naturales póstumos para centenares de templos, susurros silenciosos de los secretos de una civilización -la del imperio Vijaynagara- de la que ahora quedan un esqueleto arquitectónico que rezuma grandezas de otrora y un elefante tristón que probablemente querría estar en otro sitio haciendo otra cosa en vez de bendecir con emotivos trompazos a motivados turistas.

Sin duda, aquel indio estaba en pleno verano emocional. Su sonrisa desubicada y su discurso intempestivo y vehemente, como traído por un rayo de luz casual que entró por la inexistente puerta el autobús, impactaron en mi oído y en mi cerebro. “Like the winter and the summer, problems come and go” (“Como el invierno y el verano, los problemas vienen y van”). 

Su mensaje era tan cierto como extraña su aparición -fugaz e inesperada-. Su verdad vino montada en la espontaneidad de alguien que por lo harapiento de su aspecto parecía no haber vivido un verano en su vida. Se sentó a mi lado, me espetó entusiastamente la idea y se bajó en la siguiente parada.

Meses más tarde, en una de mis lecturas relajadas del Bhahavad Gita, me encontré con la siguiente traducción del sánscrito de uno de sus versos: “La aparición de la felicidad y la aflicción, y su desaparición a su debido tiempo, es como la aparición y la desaparición de las estaciones del invierno y el verano. Todo ello tiene su origen en la percepción de los sentidos, y uno debe aprender a tolerarlo sin perturbarse”.

¡Vaya! -pensé con el libro en la mano-, aquel indio era puro verano anunciando que nunca más temería al invierno. No volveré a lamentarme del frío ni del calor, porque el uno no es más que la sala de espera del otro. 

- You are right, brother! -contesté, con meses de retraso- You are absolutely right!