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No tenía fuerzas para rendirme, así que decidí emprender activamente una búsqueda eidética, es decir, de lo esencial. Pensé que el cambio que afrontaba merecía un decorado literario, y de ahí el blog. En él reflejo pensamientos, reflexiones y emociones que he vivido durante mi estancia en Tanzania enseñando inglés y suajili a niños de preescolar en un colegio rural de la organización Born To Learn, en India como profesor de francés para la Professional School of Foreign Languages de la Fundación Vicente Ferrer, y actualmente en Malí cooperando con CONEMUND en proyectos de seguridad alimentaria y equidad de género. Mi objetivo cabe en una palabra: Compartir.

viernes, 27 de diciembre de 2013

Mirlo blanco viejo sabio



El porvenir, el futuro, el día de mañana... diferentes nombres para referirse a algo que nunca existe cuando hablamos de ello porque, literalmente, está por venir. Para algunos aire para volar, para otros una vívora de cascabel cuyo ruido les impide disfrutar de la melodía del presente. 

Hacerse viejo no tiene mérito; lo meritorio es hacerse sabio, y para eso hace falta tiempo, pero la sabiduría no llega como la blancura al pelo, sólo con esperar. Sólo dejando pasar el tiempo uno se hace rancio, no sabio. 

Inteligencia es "leer dentro", y para leer dentro del texto de las cosas conviene ir aprehendiendo el abecedario de las circunstancias vividas. Este abecedario tiene en realidad infinitas letras, y aunque la exégesis completa de la vida es imposible, cuantas más letras se conozcan, más legible es la vida misma. El problema es que leer la vida no implica necesariamente que la lectura sea grata, de la misma manera que ponerse a leer no implica que todo lo que se lea vaya a ser bueno o grato. En cualquier caso, es una pena ser un iletrado o no enterarse de nada de lo que uno ha leído.

En la generación que me precede -la de la gran carestía, la del padre que tenía que ser tal para comer huevos, la de los zapatos rotos, la de la miseria, el hambre y el frío en los huesos, la de la postguerra, la del más sangrante realismo- resulta que abundan los viejos idealistas que no conciben un proyecto como cabal si éste no contempla una idea material del porvenir, eso que nunca existe cuando se habla de ello. Tiene gracia: una idea material de algo que no existe. Viejos que llevan toda la vida atravesando las paredes del presente como si fueran ectoplasmas. Viejos con alma metálica.

-¿Qué porvenir tiene eso que haces? - me preguntan. 

Detrás de su pregunta suele haber un pasado pobre, un corazón acurrucado y un intelecto inane, y por supuesto una censura latente a todo lo que no sea producir económicamente para el día de mañana, eso que no existe.

No tengo respuesta, ni la necesito, ni la quiero, porque mi proyecto no consiste en llegar a viejo, sino en llegar a sabio, y para eso me es más importante vivir que sobrevivir. ¡Qué pena que algunos mayores sólo nos inviten a pensar en dormir bien el día de mañana y no nos den ninguna lección sobre cómo soñar ahora! ¡Qué pena que algunos viejos me quieran despertar de mis sueños para adormentar mis ilusiones con el miedo al futuro, eso que no existe! ¡Qué pena que los que menos mañana tienen sean los que más se preocupan por él, olvidándose de que precisamente eso de lo que tanto se preocupan es lo que les matará! Víctimas de un realismo trágico sobreviven acojonados en un idealismo patológico y tristón.

¿Dónde están los mirlos blancos viejos? ¿Dónde están los viejos sabios que peinan canas e ideas? ¿Es que ninguno me va a hacer sentir que soy un niño con todo por aprender?

PS.: Dedicado a Arsenio, un mirlo blanco viejo sabio que vuela con sotana en una galaxia a años luz de la mía en la que sin embargo hay formas de vida ideológica similares. 


martes, 24 de diciembre de 2013

Cigarra


Cuando uno trabaja mucho piensa poco, o, mejor dicho, tiene poco tiempo para pensar en lo que piensa. En estas circunstancias el cerebro se ocupa en resolver los problemas que le van llegando y el pensamiento va, por tanto, guiado a la resolución de algo, no a la reflexión. Hay gente que sólo se dedica a resolver problemas y no vive casi nunca la experiencia de que sus ideas vaguen libremente y se saluden unas a otras preguntándose cosas, que casi siempre tienen que ver con el por qué o el para qué, o incluso con la conveniencia de que se estén haciendo tantas cosas sin tiempo para tantas otras.

En nuestra sociedad moderna este vacío de reflexión se suele asociar con expresiones del tipo “voy tirando”, “podría ser peor”, “no puedo quejarme”… y hasta podría decirse que son felices los que durante el día por su trabajo y por la noche por su cansancio no tienen tiempo ni fuerzas para pensar en si son felices o no, y por defecto se dan por afortunados. Llevan vida de hormiga; de hormiga “feliz”, pero de hormiga.

Yo creo que es saludable sentarse con uno mismo de vez en cuando para considerar nueva o detenidamente algunas cosas, es decir, para reflexionar. Aceptamos con naturalidad que las relaciones con los demás que no se cultivan tienden a atenuarse -aunque también hay relaciones que necesitan de un período de barbecho, pero eso es otro tema-  pero nos parece demasiado profundo y prescindible considerar la idea, para mí tan clara, de que si no hablamos con nosotros mismos también acabaremos alejándonos de nosotros mismos y podemos terminar por alienarnos, poco a poco, como quien se va haciendo mayor, hasta llegar a desconocernos totalmente, incluso no teniendo precio como excelentes trabajadores.

Con la edad me va cayendo mejor la cigarra del cuento, y mi admiración por la hormiga se va convirtiendo en algo más parecido a la lástima. La reflexión fue inventada por un montón de cigarras griegas, y eso da que pensar...