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No tenía fuerzas para rendirme, así que decidí emprender activamente una búsqueda eidética, es decir, de lo esencial. Pensé que el cambio que afrontaba merecía un decorado literario, y de ahí el blog. En él reflejo pensamientos, reflexiones y emociones que he vivido durante mi estancia en Tanzania enseñando inglés y suajili a niños de preescolar en un colegio rural de la organización Born To Learn, en India como profesor de francés para la Professional School of Foreign Languages de la Fundación Vicente Ferrer, y actualmente en Malí cooperando con CONEMUND en proyectos de seguridad alimentaria y equidad de género. Mi objetivo cabe en una palabra: Compartir.

martes, 22 de diciembre de 2015

Mis experimentos con la psique XIII. Beber de mí.


Muchas veces me ha pasado que he estado buscando las llaves pensando que las había perdido y al final ha resultado que las llevaba encima, y hasta me ha llegado a ocurrir buscar las gafas llevándolas puestas. El colmo de este tipo de cosas lo viví en Madrid. Un día salí temprano de casa y me dirigí a mi coche para ir a la oficina, pero resultó que mi flamante deportivo no estaba en su sitio: ¡me lo habían robado! Me llevó toda la mañana desplazarme en metro y autobús para encontrar una comisaría y denunciar su desaparición. Ya en la puerta de la comisaría, profundamente afligido por la pérdida, consideré de repente la posibilidad de que estuviera en un sitio diferente al que yo pensé que tenía que estar. Confuso y atontado volví a casa, busqué en este otro lugar y resultó que el coche había estado siempre allí. Se ve que como cada día aparcaba en un sito diferente -donde podía- mis recuerdos se habían cruzado y creí que había dejado el coche en un lugar en el que en realidad lo había aparcado un par de días antes, no el día anterior. Al llegar a la oficina, ya por la tarde, y después de haber perdido toda la mañana padeciendo sin necesidad a causa de mi despiste, dije que había pinchado y que por eso no había podido ir a trabajar. Me pareció una buena idea mentir de esa manera para no pasar por tonto y perder toda la credibilidad delante de mi jefe y compañeros porque se me hacía más fácil imaginar la indulgencia ajena hacia alguien que pincha antes que hacia alguien que no se acuerda ni de donde aparca. Lo que de verdad me ocurrió era digno de un estulto profesional, así que mi ego prefirió escamotearlo profesionalmente.  
Este episodio -absurdo donde los haya- así como el de las llaves y las gafas son sólo una manera de sugerir que muchas veces la solución está tan cerca de los supuestos problemas que quizás por esa misma razón cuesta encontrarla. Más aún, puede que lo que llamamos problema sea la solución misma.

Con la búsqueda del verdadero yo pasa algo parecido. Si yo soy el problema, yo soy también la solución. Uno mismo está evidentemente en uno mismo, así que para encontrarse no hay que irse muy lejos. Se trata de dejar de ser lo que uno no es, de dejar de buscar fuera, y automáticamente, por defecto, se pasa a ser quien uno verdaderamente es. Es como esperar a que pase un nublado para ver el sol o como sentarse en la orilla para que el barro y las hojas del río se vayan al fondo y se pueda beber agua cristalina donde antes sólo había una curso sucio.

Por otra parte, encontrarse no es algo que se parezca a marcar una muesca en la lista de méritos personales, no es una consecución más. Descubrirse no es un logro adicional, es decir, no es algo cuantitativo, sino eminentemente cualitativo porque se experimenta al mismo tiempo que no es necesario añadir nada a lo que ya se es, o dicho de otra manera: no se necesita hacer nada para ser quien uno es. Esto el descubrimiento definitivo, el uno dividido por cero de la ecuación vital. Es empezar a vivir. 

En términos prácticos se puede pensar que al tenerlo todo se ahogará uno en la pasividad del que nada necesita, pero lo que ocurre en realidad es que al encontrar la identidad más allá de las formas, las formas se multiplican y se pasa de repente de ser pescador a ser caña, y pez, y almadraba, y atún, y plato cocinado, y todo a la vez. Cuando bebes de ti mismo los relojes se deshacen como en los cuadros de Dalí, los miedos se mueren de miedo, nunca más se siente la necesidad de pelear, la luna siempre es creciente y se baila con la vida un vals.