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No tenía fuerzas para rendirme, así que decidí emprender activamente una búsqueda eidética, es decir, de lo esencial. Pensé que el cambio que afrontaba merecía un decorado literario, y de ahí el blog. En él reflejo pensamientos, reflexiones y emociones que he vivido durante mi estancia en Tanzania enseñando inglés y suajili a niños de preescolar en un colegio rural de la organización Born To Learn, en India como profesor de francés para la Professional School of Foreign Languages de la Fundación Vicente Ferrer, y actualmente en Malí cooperando con CONEMUND en proyectos de seguridad alimentaria y equidad de género. Mi objetivo cabe en una palabra: Compartir.

jueves, 25 de enero de 2018

Entropía para todos


El concepto físico de entropía es uno de los que de manera más juguetona se mueve por mi cabeza. Más allá de las ecuaciones que lo explican, que a casi todo el mundo podrían asustar, la idea es muy sencilla de entender. Simplificando hasta la vulgaridad, pero sin faltar a su verdad, se puede hablar de entropía como desorden. La entropía es desorden. Si fuera una palabra de uso común que trascendiera los foros eruditos de la física podríamos decir que nuestra oficina tiene mucha entropía, que en una biblioteca en la que los libros andan manga por hombro hay mucha entropía, o que el escritorio del ordenador está muy entrópico; e incluso nuestra madre podría espetarnos algo así como: “Hijo, ordena ya tu habitación que veo mucha entropía por aquí”.

Y resulta que este concepto del desorden es muy interesante porque a partir de su estudio profundo -físico y filosófico- se pueden abordar aspectos tan asombrosos como la flecha del tiempo (por qué hay pasado y futuro), por qué hay cosas que pasan y cosas que nunca pasan y por qué el universo se está expandiendo. Interesante, ¿verdad? Pues a continuación voy a imaginar que le paso la pluma a Supercoco, de Barrio Sésamo, para explicar qué significa todo esto de manera que todos podamos entenderlo y jugar con ello para deleitar a las más vagas y también a las más exquisitas de nuestras neuronas.

Imagina un vaso que cae al suelo y se hace añicos. Lo hemos visto muchas veces y no nos sorprende pero… ¿por qué nunca hemos visto el proceso contrario, es decir, que un montón de trozos se junten y se ordenen para formar un vaso? También hemos visto a un saltador de trampolín zambullirse en la piscina y cómo su impacto hace salpicar millones de gotas de agua hacia todas partes, pero nunca hemos observado esto rebobinado en la vida real, es decir, no nos consta que en la naturaleza un montón de gotas de agua separadas se hayan puesto de acuerdo de repente y hayan brincado todas a una para ordenarse formando un líquido reunido en un chorro compacto. ¿Por qué no ocurren nunca estas cosas? ¿Por qué no se forman naturalmente vasos a partir de añicos? ¿Por qué las gotas de agua se dispersan pero no se juntan, o sea, por qué no se puede conjugar el verbo “antisalpicar”?

Se comprueba que todo lo que pasa en el universo tiende a aumentar la entropía. Todo está cada vez más desordenado. Cada vez que pasa algo -lo que sea- hay más desorden. Es como si el universo estuviera barriéndose a sí mismo debajo de su propia alfombra. Es imposible, pues, que ocurra algo que deje todo más ordenado al terminarse que antes de iniciarse. 

Llegados a este punto sería lógico preguntarse: “Bueno, pero si ordeno mi oficina, si hago lo mismo con los archivos de mi ordenador, y si mi madre me da la enhorabuena por el estado de mi habitación, entonces hay más orden al final que al principio, ¿no?”.


La respuesta es no. Mamá puede estar más contenta porque verdaderamente la habitación presenta menos entropía, pero ha sido a costa de generar más desorden en todo lo que no es la habitación. Es decir, tus movimientos de un lado a otro colocando cada cosa en su sitio, agacharte, ponerte de pie, pensar, mover la ropa y los libros, recolocar las zapatillas, abrir y cerrar las puertas de los armarios y, en general, todo lo que hay que hacer para ordenar genera más desorden en el universo que el que había antes de empezar. 

Visto de otra manera: consideremos tu habitación hecha un cisco y a ti dentro de ella. Estando así las cosas, lo más ordenado que puede ocurrir es que no ocurra nada, es decir, la quietud absoluta; de hecho no hay nada más ordenado que no hacer nada. Si te empiezas a mover y a colocarlo todo “en su sitio” estás provocando un cambio, alterando el estado, perturbando el entorno, es decir, que aunque al final sea más fácil encontrar las cosas, en realidad ha crecido el desorden, ha aumentado la entropía. No hay que confundir lo fácil que después es encontrar las cosas y el contento de mamá con lo que de verdad ha ocurrido en términos físicos objetivos en el proceso de recolocación. Lo que de verdad ha ocurrido es que se ha generado más desorden; útil, pero desorden.

La entropía es la banca que gana en todas las jugadas: es imposible que un vaso se forme él solito a partir de sus añicos, es imposible que un saltador emerja del agua y ascienda hasta su trampolín permitiendo contra natura que todas las gotas se antisalpiquen ordenadamente, y lo es también que el tiempo dé la vuelta y se dirija hacia el pasado. Todos estos procesos aumentarían el orden, y eso no gustaría a la entropía. Vivimos en un sistema de autocracia entrópica, y cada vez hay más. Ella es la flecha del tiempo y ella dictamina lo que pasa y lo que no puede pasar. "Esto es así, y no te canses" -afirma y concluye tajante Supercoco-.

Con estas ideas en sazón es fácil entender que el universo se expande porque si se contrajera estaría cada vez más ordenado, y eso, como acabamos de decir, no lo tolera la dictatorial entropía. El universo es un inabarcable salpicando, un inconmesurable vaso haciéndose pedazos, un sólido gasificándose. El día que empiece a contraerse nos daremos cuenta porque los vasos se reorganizarán a partir de añicos y se subirán solos encima de la mesa, habrá campeonato del mundo de salto de piscina a trampolín y veremos en la tele anuncios para asegurar nuestra niñez, no nuestra vejez, porque lo que nos preocupará será cómo va a ser nuestro pasado. La flecha del tiempo cambiará de sentido.

Pero mientras eso no ocurra, la mejor prueba de que el universo sigue expandiéndose es que cada día se puede aprender algo nuevo, que aún se pueden hacer añicos los prejuicios, que es posible saltar desde nuestro ego para salpicar de ideas y de amor a los demás, y que la flecha del tiempo de nuestra vida apunta a pasar de la ordenada y dogmática rigidez de una piedra a ser más entrópico, desordenado, acomodaticio, imprevisible, espontáneo y expansivo que un gas.

Don´t be water, my friend, be gas!


24 de noviembre de 2014.

miércoles, 17 de enero de 2018

¡Zas!


Lewis Carroll es conocido sobre todo por ser el autor de la novela Alicia en el país de las maravillas. Además, también escribió un libro titulado A través del espejo, en el que la protagonista es la misma Alicia. Esta última historia gira en torno al ajedrez, y entre otros muchos personajes hay uno muy curioso que es el Rey Rojo. En un momento de la historia, Alicia se encuentra con el Rey Rojo, y éste está profundamente dormido. Alicia quiere hablar con él, y por eso piensa en despertarlo, pero los gemelos Tararí y Tarará le advierten de que tanto ella como el resto de los personajes de la historia forman parte del sueño del Rey Rojo. ¿Qué pasaría entonces si se despertara? Pues que todos desaparecerían, se apagarían, ¡zas!, como una vela. 

Personalmente interpreto las ganas de Alicia de despertar al Rey Rojo como la tendencia que tiene la mente a entender racionalmente todo lo que nos rodea, y creo que esa tendencia resulta necesaria para que podamos movernos en este mundo, es decir, en la partida de ajedrez de nuestra vida. La razón nos es útil para entender el día y la noche, para compartir ideas, para fabricar ordenadores, vehículos, teléfonos... para prever el verano y el invierno, para cosechar la tierra que nos da de comer y para un millón de millones de cosas más. Cuando la razón se siente sola aparece el lenguaje, y con él los idiomas y la literatura, y cuando se viste de fiesta para una cena de gala surge la ciencia, que es la forma más elegante en la que puede presentarse. El collar de perlas que la razón luce cuando va tan elegantemente vestida son las matemáticas, y la física, la medicina, la genética y todas las disciplinas científicas bien podrían ser cada una de ellas una puntada de su preciosa ropa interior de encaje. 

Hay un par de palabras que mucha gente suele confundir: elocuente y locuaz. Sin entrar en detalles etimológicos, la diferencia es que elocuente es el que habla bien y locuaz el que habla mucho. Pues bien, la razón ha pasado de la elocuencia a la locuacidad, de hablar bien a mucho hablar, y tanto se ha gustado y tanto ha querido seguir gustándose que ha pensado -entre otras cosas porque no sabe hacer otra cosa- que puede saberlo todo, y tanta ha sido su ansia de saber y su sensación de todo poder que ha despertado al Rey Rojo para preguntarle quién es y... ¡zas!, ha quedado aniquilada, apagada como una vela. 

Cuando uno intenta explicar la esencia de las cosas con la razón pierde automáticamente la posibilidad de conocerlas. La razón vale para manejar las cosas, pero no para conocerlas. Así por ejemplo, el hombre puede incluso llegar a manejar el átomo -lo cual resulta asombroso- pero sigue sin tener ni idea de lo que un átomo es. Saber que la lavanda también se llama alhucema, espliego o cantueso, que su nombre técnico es lavandula, que tiene tallos de sección cuadrangular con brácteas diferentes de las hojas y que su cáliz está formado por cinco dientes triangulares no es saber lo que la lavanda es. Sin embargo sentir su olor al ritmo del baile de los campos color lila acariciados por el viento suave de una brisa marina que se ha perdido en las laderas de una montaña sí es saber lo que la lavanda es. Lo otro son sólo etiquetas. De hecho, si mientras hueles su aroma piensas en todos los tecnicismos anteriores, la pierdes. Conocer no es el producto de un razonamiento, es una experiencia, y conocerse -que es el más excelso de los conocimientos- también es algo que se experimenta, no algo que se deduce.

La razón es asimismo la espada del ego, y el ego es lego cuando se pelea con la esencia de las cosas. Para saber quién eres tienes que transcender la razón, así que conocerse es literalmente una sinrazón. Si lo piensas, ¡zas!, lo matas. Si te piensas, ¡zas!, te pierdes. Si te quieres conocer de verdad, vete pensando en no pensar. 

-6 de marzo de 2016-

lunes, 8 de enero de 2018

Ocho condenas y una absolución



- Condeno a los políticos a vestirse de payaso para que nos hagan reír sin hacernos pasar miedo.

- Condeno a los banqueros y agentes de bolsa a leerse El Principito todos los días antes de ir a la oficina.

- Condeno al dinero a que se explique y confiese quién es y para quién trabaja.

- Condeno a la paz a tener no tres sino infinitas letras para que cuando tengamos que nombrarla no acabemos nunca.

- Condeno a Chiíes y Suníes a convertirse en lo que parece que significan sus nombres cuando se pronuncian: gominolas de colores.

- Condeno a las estalactitas a hacer el amor con las estalagmitas.

- Condeno a los que dicen que los animales no piensan ni sienten a reencarnarse en oso y recibir un abrazo de su madre.

- Condeno a los puños a dar clases de papiroflexia.

Y absuelvo a los asesinos... a los asesinos de anhedonia.

-Escrito el 11 de diciembre de 2013-