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No tenía fuerzas para rendirme, así que decidí emprender activamente una búsqueda eidética, es decir, de lo esencial. Pensé que el cambio que afrontaba merecía un decorado literario, y de ahí el blog. En él reflejo pensamientos, reflexiones y emociones que he vivido durante mi estancia en Tanzania enseñando inglés y suajili a niños de preescolar en un colegio rural de la organización Born To Learn, en India como profesor de francés para la Professional School of Foreign Languages de la Fundación Vicente Ferrer, y actualmente en Malí cooperando con CONEMUND en proyectos de seguridad alimentaria y equidad de género. Mi objetivo cabe en una palabra: Compartir.

viernes, 26 de abril de 2013

Todos los sentidos enriquecidos en plena pobreza



En este lugar tan diferente de lo que hasta ahora había visto en mi vida tengo dificultades para asimilar la plétora de sensaciones y emociones que me está bombardeando. Creo que tengo que ir despacio porque el continente, que soy yo, no tiene cabida para todo el contenido que quiere entrar en él. O me ensancho mucho -cosa que evidentemente estoy haciendo, pero de manera lenta e insuficiente, porque soy muy limitado- o ignoro parcialmente el torrente de novedades que quiero entender y sentir, porque si no no voy a poder retenerlo; y tengo claro que querer vivirlo todo a la vez sería como pretender coger el agua con las manos. Iré, pues, gota a gota -para que no se me caiga- y la interpretaré protegiéndola del sol de mis prejuicios -para que no se me evapore-.

He visto cocinar unas alubias sobre un caldero herrumbroso al calor de unos maderos de acacia. He estado ahí y he estrechado la mano de quien me servía, y he jugado con el niño que miraba, y he reído de algo que no entendía en un idioma que no hablo. He olido y saboreado la espuma de la olla, y de postre he respirado profundamente el aire de la falda del Kilimanjaro.

No sé si es la sugestión de esa misma falda –todas me rinden la voluntad- o mi actual nudismo emocional -que me lleva a sentir el viento de la vida en partes íntimas que antes no estaban expuestas- pero me parece que faltan estrellas en el cielo de Tanzania para ponérselas a este restaurante de campaña.

Me he despedido con un apretón de manos a mis restauradoras, con un brinco de mis dedos en la nariz del niño, y con una sonrisa que todavía me dura. Ni se me ha ocurrido pensar en pagar con dinero; no quería estropearlo. 

Tengo claro que hay que ir despacio porque "lo esencial", eso que busco, pesa -igual que algunas sombras- y no se puede llevar todo a la vez, sino ladrillo a ladrillo. 

lunes, 15 de abril de 2013

Lo bueno siempre después del pero



  “Te quiero, pero no puedo vivir contigo”. Esta frase es una despedida, un alejamiento. Un hasta aquí. Vivir contigo era el objetivo y no se ha conseguido.

  “No puedo vivir contigo, pero te quiero”. Esto no es una despedida, es un te quiero en toda regla. En realidad es la confirmación de un encuentro para siempre. Vivir juntos es sólo un accidente pasajero; lo verdaderamente importante es que te quiero.

  Me impresiona esta esquizofrenia de las frases adversativas. Es el ejemplo más claro de esos casos en los que el producto queda alteradísimo al cambiar el orden de los factores. El resto de frases coordinadas juega con el efecto de recencia, con la fuerza que se lleva lo que dices al final, pero en el caso de las adversativas, además, todo lo que va después del pero acaba mandando dictatorialmente sobre lo que va antes. Aplastándolo, tanto cuando es bueno como cuando no.  

   Me dan miedo los peros. Casi siempre que los escucho o que tengo que utilizarlos mi corazón se encoge; sabe que algo malo está por aparecer. Algo malo o algo demasiado poco bueno, un consuelo vago en el mejor de los casos. Pero me he dado cuenta de que el pero no tiene la culpa. Él está ahí sólo para dar fuerza y se la da a lo que nosotros le pedimos. La culpa es nuestra que siempre le pedimos que nos haga perdedores. Dime cómo adversas y te diré cuán optimista eres. Adversa bien, y el pero te hará fuerte.

   Voy a jugar a poner sólo cosas buenas después del pero. No por eso voy a perder información por el camino, sólo la voy a sahumar; voy a hacer del pero un aliado, sin peros

jueves, 11 de abril de 2013

Preguntas para no saber, y lenguas para no entender




     El sujeto A le hace unas cuantas preguntas al sujeto B, y éste responde. Con este interrogatorio, el sujeto A pretende conocer el perfil del sujeto B. Estas podrían ser las averiguaciones de A sobre B:

-          ¿Cómo te llamas, dónde y cuándo naciste, y cómo se llaman tus padres?
-          ¿A qué colegio fuiste, y qué títulos académicos tienes?
-          ¿Tienes casa? ¿Dónde está y cuánto te costó? ¿Cuánto dinero ganas y cuánto debes?
-          ¿Eres heterosexual, homosexual, bisexual o asexual? ¿Tienes hijos?
-          ¿Votas? ¿A quién?
-          ¿Te sale a devolver la declaración de la renta?
-          ¿Tienes algún seguro de vida?
-          ¿Qué idiomas hablas?

     Con éstas y quizás alguna pregunta más, el sujeto A sabe todo o casi todo sobre el sujeto B. Sin embargo, la persona A no tiene ni idea de quién es la persona B.

     Nuestra civilización de papel moneda y de ideas falsas nos angustia como una noche vacía. Antes de la invención de la palabra, hombres, animales, bestias y plantas hablaban la misma lengua silenciosa, simple y clara. Pero un día el hombre decidió inventar para él solo lenguas como el español, el francés, el alemán… lenguas nuevas y por tanto incomprensibles para los animales y las plantas, y en la mayor parte de las veces para él mismo. Automáticamente se encontró solo, excluido de la armonía universal.

     A través de estas lenguas y de su uso tabulado, el hombre se ha convertido en el más solitario de los seres del mundo, ya que se ha excluido a sí mismo del silencio.

     El texto introductorio está escrito en la lengua con la que normalmente me desentiendo; el resto -la parte que deja poso- es una adaptación de un escrito de J.M.G Le Clézio. 


martes, 9 de abril de 2013

Tiempo para una metáfora




He jugado al fútbol durante toda mi vida, y todavía de mayor quiero ser jugador de fútbol, así que mantengo la emoción que me transmite ese deporte con la más pueril e inocente de sus acepciones. Recuerdo, siendo un niño de verdad, celebrar goles con mis compañeros y gritar y reírme desencajadamente abrazado a ellos en un charco, el más grande y embarrado que encontrábamos camino hacia ninguna parte cuando corríamos enloquecidos de felicidad  después de meter un gol. Esos momentos han quedado grabados en piedra en mi recuerdo, y me son tan evocadores como un olor, como la tortilla de mi madre o como la canción de los globos numerados y la luna, que es un globo que se me escapó.

Con el paso del tiempo mi idea del fútbol se ha hecho más racional, aunque algo de aquello aún queda, porque hay cosas en las que he decidido no despertarme y dejarme soñar un ratito más. Más allá de la frivolidad con la que hoy en día se trata -pues las cosas de niños manejadas por adultos ya se sabe que acaban estropeándose- veo claras y enriquecedoras metáforas sobre la vida en este deporte. Se puede correr más, atacar más, estás más veces más cerca de marcar y sin embargo perder por una equivocación del árbitro, por simple mala suerte o por un contraataque miserable de un contrario con un planteamiento ruin. Además, es un deporte de equipo, así que no es difícil descubrir enjundiosas ideas sobre el compañerismo, el liderazgo, la motivación…

Hoy he recibido noticias desde Tanzania informándome someramente sobre cuál y cómo será mi tarea educativa, y entre otras cosas me dicen que son muy bienvenidos los rotuladores para pizarra blanca, los folios, y sobre todo las zapatillas y los balones de fútbol, porque con las espinas del terreno éstos se suelen pinchar enseguida y los partidos no duran más de cinco minutos. 

Quizás sea demasiado superficial y exagerada mi reflexión, no lo sé. Puede que lo sea tanto como las ganas que sigo teniendo de ser futbolista de mayor, pero no es justo que un partido dure sólo cinco minutos y que para continuar haya que esperar a que el balón venga del otro lado del planeta. La metáfora sigue existiendo, y supongo que también se grabará en piedra, pero es otra.

Tiempo para una metáfora. 

domingo, 7 de abril de 2013

Las zonas




Os presento otra perla que me he encontrado y que no puedo dejar de compartir. Ideal para motivar o para confirmar motivaciones, y válida para todos porque no me creo que haya alguien que nunca haya soñado aunque sólo fuera soñar que soñaba.

Y curiosamente es ejercicio de valientes, porque aunque lo primero que asociamos a un sueño es una huida de la realidad, lo que estamos haciendo es crear otra, es decir, que más que huida -que de aquí no se escapa físicamente nadie- construimos una estancia diferente que quizás algún día ocuparemos realmente. No se trata por tanto de escapar, sino de tener más sitios en los que poder estar, y así como el horizonte (skyline en inglés, “línea del cielo”, término que me gusta más, porque me facilita la explicación de lo que a continuación quiero decir) es inalcanzable, ya que por ser la tierra redonda cuanto más nos acercamos a él, en la misma medida se aleja, así también soñar hace que se nos mueva algo dentro, y aunque el sueño quede igual de lejos que al principio -igual que la línea del cielo, que no cambia- sólo pensar en ello ya nos ha movido, a veces el ánimo, a veces físicamente del sitio, y a veces hasta su consecución, dando lugar entonces a un sueño cumplido, a algo mágico.

Este ejercicio agranda en cualquier caso nuestra zona de confort, una de esas que dan título a este texto. Zona de aprendizaje y zona de pánico, o mágica, según el cristal de valentía a través del cual se mire, son las otras cuya naturaleza se explica en este vídeo, que constituye la perla de la que os hablo. Es delicioso; que os aproveche:


Por lo visto la zona de confort crece cuando se sueña, pero, ¡ojo!, que lo que no dice es que merma si no se sueña. 

viernes, 5 de abril de 2013

La pelota que bota



El simple bote de una pelota y las percepciones que de él se pueden tener, que ya adelanto son innumerables, nos van a servir para darnos cuenta palmariamente de la relatividad de las opiniones. Esto no es la teoría de la relatividad, de la que en alguna entrada hablaré en este blog, porque tengo muchas ganas de vulgarizar esa y otras aparentemente inextricables teorías que casi todos hemos escuchado y que producen pavor cognitivo a nuestras neuronas, no permitiéndonos por tanto disfrutar de la maravilla que suponen. Pero ahora estamos con el bote.

Supongamos que una pelota bota encima de la mesa de un vagón de un tren. El viajero que está sentado delante de esa mesa ve que el bote es de arriba abajo, sin más. Sin embargo, cuando el tren pasa por una estación en la que no para, una persona situada en el andén vería pasar la pelota con un bote de derecha a izquierda, por ejemplo, mientras que otra persona situada en el andén opuesto vería lo mismo pero de izquierda a derecha.

Alguien tumbado encima del vagón, que pudiera mirar a través de un agujerito, justo en la vertical de la pelota, apreciaría que para él ésta se haría más grande a medida que asciende –pues en ese trayecto se acerca más a su ojo- y más pequeña a medida que desciende; vería por tanto una pelota que se ensancha y se estrecha. Pero ahí no acaba la cosa, porque un viajero que estuviera tendido en el vagón, debido a su posición de tumbado, vería que la trayectoria descrita sería de derecha a izquierda, mientras que otro viajero tumbado en el vagón pero sesteando sobre su otra oreja vería lo mismo pero en el sentido opuesto. Y así podemos también imaginar a una persona tumbada en el andén de la estación, y a otra en el andén opuesto, cada una con su particular nueva percepción, y de esta manera tenemos infinitos puntos de vista que darían igualmente lugar a otras tantas innumerables percepciones sobre el bote de la dichosa pelota. Entonces, ¿cómo bota en realidad? ¿es que está botando de infinitas maneras a la vez? ¿cómo puede ser eso?

Cuando alguien te insulte, no te lo tomes como algo personal. Piensa que te lo dice porque ve la pelota desde su punto de vista, ese que han determinado su genética, su educación, sus vivencias durante la infancia y durante la edad adulta, los libros que ha leído y los que no, la gente con la que ha hablado y con la que se ha enfadado y de la que se ha enamorado, el estado de salud en el que se encuentra, el humor que en ese momento gasta y hasta la temperatura que hace cuando te lo dice… Nada es realmente objetivo, salvo el hecho de que nada es realmente objetivo. No te aflijas, pues, porque te insulten; ni te engrías porque te loen. Son sólo puntos de vista, no verdades absolutas.

Y recuerda que el hecho de que mucha gente tenga un mismo punto de vista no quiere decir que la pelota sólo bote de una manera, sino simplemente que hay mucha gente dentro del vagón, encima de él o viendo pasar el tren en el andén.


miércoles, 3 de abril de 2013

Me he enamorado... de una lavadora




Desde que dejé las ociosas plumas, en parte porque se las llevó el viento, y en parte porque decidí correr detrás de él, mantengo un idilio nocturno con una lavadora. Se llama “Capacity” -pues eso reza en su leyenda- y se apellida “Acomodaticia” -pues así interpreto yo la fuerza que en mí ha desarrollado-

Discutimos poco, y nos besamos más, a veces con la nariz, como los esquimales, que en más de una lid onírica he acabado girándome y hocicando contra su puerta. Pero también discutimos, claro que lo hacemos, y con las mismas consecuencias que los amantes de verdad, la de perder el sueño en primer lugar. Se ve que de tanto centrifugar yo mis ideas en su presencia decidió ella un día no hacerlo con mi ropa, y así, a modo de venganza por invadir sus funciones guardó para mí tras su puerta una buena azumbre de agua sucia que por no dejarla sola, e insistir en saber porqué se había enfadado, derramó sobre mi colchón aguando así mi colada y mi sueño de esa noche. Quedé con el somier, es decir, con el suelo, pero eso no arruinó nuestra relación sino todo lo contrario.

Me di cuenta de que la quería cuando, ya pasada la borrasca, tuve oportunidad de dejarla y no lo hice. El huésped de esta venta, a quien por cierto nada pago -pues de sobra es sabido que los caballeros andantes jamás pagaron posada ni otra cosa en venta donde estuviesen, porque se les debe de fuero y de derecho cualquier buen acogimiento que se les hiciere, en pago del insufrible trabajo que padecen buscando las aventuras de noche y de día, en invierno y en verano, a pie y a caballo, con sed y con hambre, con calor y con frío, sujetos a todas las inclemencias del cielo y a todos los incómodos de la tierra-, el huésped, digo, se ausentó unos días y dejó a mi disposición una cama de verdad, y pudiendo cambiar cama por camastro no lo hice, lo cual me dejó bien a las claras que prefería las duras peñas acompañado de lo que en ese momento me daba fuerza, la acomodaticia de mi Capacity, que las blandas y cómodas plumas que otrora menguaron mi alma con una suma Incapacity.

Ella me recuerda cada noche con amor, para que nunca más vuelva a engañarme, que

mis arreos son las armas
mi descanso el pelear,
mi cama las duras peñas,
mi dormir siempre velar…

¡Como para no quererla!

martes, 2 de abril de 2013

Sexo trigonométrico




No puedo evitar ver metáforas en las figuras geométricas. Un punto, por ejemplo, es el origen y el final; una línea es la vida, el discurrir de algo; un triángulo es la relación con los demás; un cuadrado es un espacio para jugar, vivir o estar encerrado; una estrella son dos cuadrados superpuestos… y así juntando puntos, líneas y polígonos contamos una vida.

Pero hay una figura extraña, señera, observadora y observada que está por encima de todas las demás. Se presenta clara y diáfana, tangible incluso, pero con aura divina. De hecho no nos es accesible, pues hacen falta infinitos lados para componerla. Y sin embargo ahí está, dejándonos ver claramente la infinitud de su origen y haciendo visualmente posible lo imposible. Equidistando todo su ser. Una especie de soplido de perfección que no necesita un ejercicio de cogitación excesiva. Sólo hace falta mirarla. Parece que ahí estuviera encerrado todo el misterio de lo ignoto, y quizás así sea, pero resulta que tiene llave y no se deja abrir. Esconde una razón de infinitos decimales y se deja manejar pero no desnudar.

Billones de decimales se han llegado a desvelar de pi, pero no hay manera de terminar de bajarle las bragas a la circunferencia. Cuanto más se desnuda su razón, menos satisfechos quedamos y más lujuriosos de conocimiento estamos. Ni con los ordenadores cuánticos podremos violarla, quizás porque la belleza no es conquistable sino sencillamente admirable.

Quizás porque si supiéramos qué es exactamente una circunferencia podríamos definir también con exactitud qué es el bien, qué es el amor y qué estamos haciendo aquí. Y eso, amigo cuadrilátero, no está a nuestro alcance.


lunes, 1 de abril de 2013

Palabras zombi





Palabras que han perdido la vida pero que siguen paseándose por nuestro vocabulario vomitando eufemismos y devorando el cerebro a otros términos sanos que aún se ejercitan en la dialéctica de nuestros días. Pocos verdaderamente vivos quedan, hasta el punto de que al final las zombis se van a tener que acabar alimentando de artículos y tildes de esas que nunca se ponen.

Suenan igual que cuando estaban vivas, pero ahora sólo queda de ellas lo justo para distinguir quiénes fueron. Caminan torpemente entre andrajosos discursos infectando la semántica de todo lo que describen. Algunas tienen los ojos colgando y miran a la vez a todas partes y a ninguna. Otras los tienen vueltos hacia dentro, y se miran por tanto a sí mismas, descabezando su propio significado. Van solas o en grupo, pero son incapaces de formar un verdadero argumento, sólo devoran rebatimientos, antes incluso de que éstos nazcan, y apestan a demagogia.

Hay algunas, las más bellas cuando estaban vivas, a las que les ha quedado cara de su propio antónimo. Estas son las más peligrosas, pues hablan, y hasta gritan su verdad de antaño pero muerden con la realidad opuesta que representan hogaño.

Están por todas partes, y mutan de un idioma a otro, contaminando todo lo inteligible diatópica y diastráticamente. Ya no es posible hablar, y en breve dejará de serlo pensar, sin toparse con uno de estos étimos contaminados que paralizan nuestro entendimiento.

No los mento porque pretendo que el texto quede sano, pero de sobra sabemos cuáles son. No hay más que leer o escuchar; ¡pero con cuidado!, que su ponzoña es la única que se transmite por escrito o a través de ondas sonoras.