Mi foto
No tenía fuerzas para rendirme, así que decidí emprender activamente una búsqueda eidética, es decir, de lo esencial. Pensé que el cambio que afrontaba merecía un decorado literario, y de ahí el blog. En él reflejo pensamientos, reflexiones y emociones que he vivido durante mi estancia en Tanzania enseñando inglés y suajili a niños de preescolar en un colegio rural de la organización Born To Learn, en India como profesor de francés para la Professional School of Foreign Languages de la Fundación Vicente Ferrer, y actualmente en Malí cooperando con CONEMUND en proyectos de seguridad alimentaria y equidad de género. Mi objetivo cabe en una palabra: Compartir.

martes, 21 de marzo de 2023

Cerebro y ciencia

 


Se calcula que se hablan unas cinco mil lenguas en el mundo, pero no creo que todos los epítetos de todas ellas se basten juntos para calificar con justicia los méritos de nuestro cerebro y la maravilla evolutiva que representa este órgano extraordinario constituido por unos cien mil millones de neuronas que, por cierto, puestas en fila india podrían unir la Tierra con la Luna.

Ese órgano merece, pues, todos mis respetos. ¡Faltaría más! Sin embargo, con todas sus virtudes me ha cegado y no me ha dejado ver todo lo que había detrás. Me ha eclipsado, me ha ocultado otra realidad, ha asesinado mi espiritualidad, precisamente porque aunque maravilloso, no es todopoderoso, y algo en él, quizás su instinto o su comprensible necesidad de perpetuación, le ha llevado a escamotear mi esencial naturaleza inmaterial. El cerebro es un intermediario que no crea ideas, sino que las pesca, las roba, las trae de otro lugar y no gusta de contar de dónde para no desintegrarse en su papel secundario.

¿Qué rey se preciaría de decir que no gobierna él sino su mentor? Decir que un cerebro tiene ideas propias es como decir que un pescador crea peces o como decir que dentro de una radio hay enanitos que cantan.

Estamos acostumbrados a considerar que la ciencia es el aval definitivo sobre la veracidad, validez o fiabilidad de algo. «¡Eso no es fiable porque no tiene fundamento científico!», decimos, dando por hecho que no hay necesidad de más historias para descartar el enfoque que se trata, sea el que fuere. Y al revés, «¡No hay duda, está demostrado científicamente!», afirmamos con seguridad para dar el visto bueno a algo, como cuando de pequeños nos decían aquello de ¡porque lo digo yo!, y caso cerrado. Pero yo me pregunto, ¿quién es la ciencia para avalar nada?, ¿por qué tanta suficiencia en la ciencia?

He sido tradicionalmente alguien que pensaba que si algo no tenía una base científica entonces no era digno de ser creído, pero ahora sé —aunque no puedo demostrarlo científicamente— que la ciencia no es más que un pequeñito tentáculo, casi un meñique, de los recursos que tenemos para aprehender las cosas. Es un meñique muy especial, bello y útil, pero limitadísimo. Ahora veo la ciencia como un enjambre de abejas apelotonadas en torno a una botella de cristal cerrada que contiene miel.

Y no andan las limitaciones de la ciencia muy lejos de las del lenguaje y los sentidos mismos. ¿Acaso no es ridículo pretender dar una explicación a todo lo que está pasando con cinco sonidos vocálicos y unas cuantas formas de poner la lengua en la boca haciendo al mismo tiempo vibrar unas cuerdecitas? Y los sentidos… ¿con esas cinco sondas vamos a captar todo lo que ocurre fuera y dentro de nosotros? No tenemos otra cosa, pero es que ni siquiera lo que tenemos es de lo mejorcito. Muchísimos animales están mucho mejor dotados que nosotros sensorialmente y no se dan tanta importancia.

Dejando a un lado las palabras —que son ideas pintadas al carboncillo— y los sentidos —que son besitos en el talón de la realidad—, es que además la ciencia llega tarde, pues lo que nos cuenta la física cuántica, adalid del intelecto humano, ya lo postuló Buda hace 2.600 años sentadico bajo un árbol —sin lápiz, papel ni ecuación alguna— cuando habló de la interdependencia de todo lo que existe, de la impermanencia de las formas y de la vacuidad íntima de la materia y del yo. La física cuántica dice que todo está conectado formando un continuum, que todo está moviéndose y, por tanto, cambiando permanentemente —incluso lo que parece sólido y estático, ya que sus partículas subatómicas están en continuo trajín—, y que en su intimidad la materia es una ilusión de los sentidos, ya que en esencia todo es vacío vibrando. En fin, clavado pero tarde. Me imagino a la espiritualidad diciéndole pacientemente a la ciencia después de unos cuantos siglos esperando: «¿Dónde estabas?, ¿te has perdido?».

Así que ahora, décadas después, le he visto el plumero al cerebro, he detectado su compulsiva necesidad de actividad, su no saber parar, y en ello he reconocido claras sus limitaciones, su debilidad, su finitud, su dependencia, su falaz verdad. Cerebro brillante, órgano único, fenómeno magno, tu atroz dictadura llegó a su final. Cuando te has parado he visto cosas que ni siquiera tú entenderías, y ahora sé hasta dónde no puedes llegar. Volverás a funcionar, pero será siguiendo órdenes, no suplantando mi identidad.

Pensar demasiado, racionalizarlo todo, creer que sabemos lo que algo es porque tenemos un nombre para ello impide escuchar a la Naturaleza, nos desconecta de ella y obtura los conductos de la espontaneidad. De esta manera, lo que uno hace resulta poesía para androides, artificioso, sin magia. Los momentos en que más creativo he sido en mi vida han coincidido precisamente con ocasiones en las que me he abandonado, en las que simplemente me he fundido con lo que tenía que hacer o, mejor dicho, con lo que estaba pasando, y entonces las acciones han salido solas y yo solo he hecho de intermediario.

Esto ha sido, sin duda, un gran descubrimiento. De hecho, ahora, cuando tengo que tomar una decisión importante, lo que hago es precisamente quitarle toda la importancia, desentenderme de los conceptos y fundirme con la situación en sí. Actúo prácticamente sin pensar y el resultado (que curiosamente es lo que menos me preocupa) ha sido siempre óptimo. Así me convierto en taumaturgo a tiempo parcial y mi logro es milagro. Así acierto en todos mis errores.