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No tenía fuerzas para rendirme, así que decidí emprender activamente una búsqueda eidética, es decir, de lo esencial. Pensé que el cambio que afrontaba merecía un decorado literario, y de ahí el blog. En él reflejo pensamientos, reflexiones y emociones que he vivido durante mi estancia en Tanzania enseñando inglés y suajili a niños de preescolar en un colegio rural de la organización Born To Learn, en India como profesor de francés para la Professional School of Foreign Languages de la Fundación Vicente Ferrer, y actualmente en Malí cooperando con CONEMUND en proyectos de seguridad alimentaria y equidad de género. Mi objetivo cabe en una palabra: Compartir.

domingo, 25 de diciembre de 2016

Prosa aérea


El mismo número de veces que te alegres te entristecerás, el mismo número de veces que ganes perderás. La contabilidad de las emociones que el mundo de las formas dicta es exacta e innegociable. Tu vida hacia fuera sólo puede terminar en empate. Si mueres al nacer es empate a cero, si tu vida ha sido plena es empate a cien, y si ha sido miserable o gloriosa es que te falta la segunda parte. 

'Ganar' es la reina de ajedrez de un ejército de circunstancias que sólo sabe acabar sus partidas en tablas porque el tablero en el que juega se llama dualidad. 

Todo lo que existe es un mensaje manifiesto de su opuesto. La única forma que algo puede tener de declararse es negarse, oponerse a sí mismo. Si algo se afirma, entonces no cambia, no habla, es pero no se manifiesta. Este mundo es la negación del espíritu para conocerse a sí mismo. 

La impermanencia es un mensaje de la eternidad que para decir 'aquí estoy yo' dice 'esto es lo que no soy'. El universo pasajero es la voz, el Uno eterno aire, la ciencia estudia el significado, la espiritualidad el ritmo, la mente es un diafragma hipersensible que transforma viento en ideas y tú eres una nota. 

jueves, 22 de diciembre de 2016

Antropología tecnológica


Hay gente que pone fotos de Facebook en su pareja, que no tiene relaciones sino reportajes, y que cuando corta -porque siempre corta, ya que sus nacimientos son crónicas de un desengaño anunciado- deja por despecho de ser amiga telemática de quien en realidad no fue sino una cachava de su propio ego. 

Esta plebe espiritual que gobierna imperios fashion juega a las cartas con dechados de complejos trucados, dice haber amado cuando sólo ha presentado sus genitales a un concurso de tamaño, piensa que el hado les ha sido desfavorable por algún tipo de error de allende las estrellas y considera que en el futuro -una cosa que no existe- encontrará, como quien encuentra unas llaves perdidas, una cosa que llama éxito, aunque ignora que no hay que buscarlo fuera sino dentro porque no se trata de localizar un objeto sino de compartir la plenitud de no tener de necesidad de encontrar nada. 

Esta gente -que no es nadie y sois hoy en día todos a la vez- parece un charco recién llovido evaporándose en el que se refleja un arco iris monocromático que camina sin presente hacia un infinito que cojea de la carencia izquierda. 

Vosotros, humanos con la extensión de un océano y la profundidad de un micropene, sois el eslabón perdiéndose que dará lugar al Superhombre, ese que os reconocerá y en cuya sana mofa medraréis sonriendo de dolor. 

Vuestro no entenderme es mi reafirmación. 

- Nietzsche reencarnado - 

domingo, 18 de diciembre de 2016

Vuelos irregulares


- A ver si nos entendemos de una vez con esto de la aceptación porque no hay conversación en la que salga a colación en la que no me acaben diciendo que es de perdedores letárgicos, pasivos y sumisos, y está empezando a costarme aceptar que nadie me entienda. En primer lugar, no se trata de competir, así que no hay ganadores ni perdedores. Y tampoco se trata de que las cosas se queden como están, no, por lo que tampoco es un estado de letargia. La aceptación de la que hablo da lugar a la acción y es fértil en iniciativas de cambio. La diferencia está en de dónde viene la acción, dónde nace. Si viene de jugar al tenis con la realidad porque las cosas están mal y hay que cambiarlas para que estén bien, entonces no es aceptación, es reacción. Si viene de que lo que es es como es, y lo que es nos pide que actuemos para orientar su cambio, entonces es aceptación. Hablo de 'orientar su cambio' porque todo está cambiando, al menos todo lo que es perceptible. Hay una dimensión en la que nada cambia, precisamente porque si no fuera así no podríamos percibir el cambio, pero eso es otro asunto.  

Por supuesto que un acto de aceptación nos puede llevar a cambiar lo establecido, pero lo interesante de la cuestión no está en el acto en sí, sino en la calidad del mismo. La aceptación cambia lo establecido convirtiéndose en lo establecido, es decir, no prohíbe a lo que es que sea como es sino que convence a lo que es de que sea de otra manera. 

Si la reacción quisiera detener un tren en marcha construiría un muro en la vía para que aquel se estrellara. La aceptación, sin embargo, se montaría en el tren y lo frenaría desde dentro. El matiz está en que la reacción lucha contra la realidad negándola, mientras que la aceptación se alía con ella, se afirma en ella y actúa desde y sobre ella. Por eso sólo la aceptación es capaz de decir no sin crear negatividad. 

- Las creencias, del tipo que sean, son miedecitos encapsulados. Decir "creo en esta teoría" es no atreverse a seguir investigando, decir "creo en ti" es temer que dejes de serme fiel, y decir "creo en Dios" es decir "tengo miedo de morirme".

- Cuando te enfadas, con o sin razón, tu alma fuma.

- Nunca tenemos todos los datos sobre algo, así que todo juicio es en realidad un prejuicio

- La mente humana es una pequeña bolsita descosida y agujereada de prejuicios en la que nos empeñamos en meter el mundo.

- 'Hablas como el mar y vives como un embalse' -me digo a veces. 

martes, 13 de diciembre de 2016

Pensamientos de andar por galaxia


El universo es infinito, pero no porque esté creciendo y haya sobrepasado los límites de lo mensurable, sino porque no tiene tamaño. Entender la infinitud no consiste en pensar en algo enorme que no deja de expandirse y que en un momento determinado pasa a ser tan grande que resulta inabarcable. Ese enfoque no sirve porque la mente colapsa.  

Los 'tiros' -amigo pensador- no van por ahí. Entender la infinitud es una realización, no una conceptualización. De la misma manera, el universo es también eterno, pero no porque exista desde hace un tiempo incontable y porque vaya a estar ahí otra cantidad incontable de tiempo, sino porque no hay tiempo. La eternidad no es infinitud de tiempo, es ausencia del mismo. 

El espacio y el tiempo no son atributos de la realidad, son sólo el temblor de una bandera queriendo medir el viento. Una sola célula, un solo átomo de cualquier cosa, contiene los mismos innumerables y eternos misterios que una galaxia entera. No es que el tamaño no importe, es que el tamaño no es. 

Y otra cosa -amigo pensador-, tampoco hay bien-y-mal, se hace bien-y-mal al pensar. 

jueves, 1 de diciembre de 2016

Carta-brisa para amigos con desaires




Querido amigo, 

No es que el tiempo me haya dado la respuesta a muchas de las inquietudes que tienes. Diría más bien que he necesitado del tiempo para encontrar las respuestas, pero las respuestas me las ha dado la experiencia, y ahora que las tengo sé que no hace falta tiempo ni edad para encontrarlas.

La pulsión que tienes de encontrarte a ti mismo no le es ajena a nadie, incluso a los que dicen no tenerla. Lo que ocurre es que no saben que se están buscando, pero todo el mundo lo hace. Esa es básicamente la tarea de la vida, es su desenvolverse. La cuestión no está, por tanto, en buscarse o no, sino en dónde hacerlo.

Lo que tú y casi todo el mundo hace es buscarse en una actividad, en el desempeño de unas funciones, en un trabajo, en un rol, ya sea social, familiar, académico, laboral... es decir, en algo externo, así que es normal que te plantees un objetivo, un lugar, un tiempo y unas expectativas. Eso es lo normal y lo que hace casi todo el mundo, pero como me preguntas a mí, yo te respondo: yo ya no lo hago. ¿Y qué hago en su lugar? Con preguntas te respondo:

¿Te imaginas hacer algo sin expectativas, sólo por el placer de hacerlo, dándote igual lo que ocurra?

¿Te imaginas no identificarte con tus éxitos o tus fracasos, o con cómo te va aquí o allá, porque experimentas que una cosa eres tú y otra lo que te pasa?

¿Te imaginas que te dé igual interiormente -donde tú eres tú de verdad- que las cosas salgan bien o mal porque sabes de una manera que trasciende las palabras que el bien y el mal son etiquetas y no esencias?

Todo depende de con qué te identifiques. Yo, por ejemplo, no me identifico con nada que se pueda tocar o que se pueda pensar. No me identifico con mi dinero, ni con mi país, ni con mi sexo, ni con mi trabajo, ni con mis conocimientos, ni con mis ideas y pensamientos, ni siquiera con mi familia. Todo eso que normalmente llamamos vida yo no lo llamo vida, sino cosas que me pasan en la vida. Es una sutil pero clave diferencia. Eso es la historia de mi vida pero yo soy otra cosa. Yo soy la energía consciente que observa todo eso, es decir, que no soy ni el que hace ni el que piensa, sino lo que observa cómo todo eso pasa. Cuando consigues ver las cosas de esta manera adquieres una dimensión de ser a la que le da igual lo que esté pasando en la historia de tu vida, y eso curiosa y paradójicamente te permite vivir de verdad.

Con esto presente cualquier decisión que implique un cambio de aires -del tipo que sea- ocurre de manera sosegada y sin dar lugar al fracaso o al error porque todo forma parte natural del propio caminar vital. El temido miedo se convierte en el canto de un pajarico, y no afecta la crítica externa porque se sabe que es relativa y que responde a unas expectativas que no son las tuyas. Con esto presente sólo hay presente, así que las expectativas propias -que se ahogan sin futuro- desaparecen porque ya te sientes completo antes de hacer nada. De hecho no haces nada por la necesidad -normalmente estresante- de completarte, sino que se actúa desde la paz de alguien que, estando ya completo, se disuelve como un grano de sal en el agua, desapareciendo como grano pero haciendo que el agua pase a estar salada. Pasas de ser sal compacta a salinidad ubicua. ¿Te da miedo?, ¿temes perderte? Ese miedo no es tuyo ni es real, es de quien se hace pasar por ti, es sólo el reflejo de la luna en un charco. Obsérvalo y verás que es cierto lo que te digo.

Mientras uno no descubra la dimensión de ser que tiene dentro, todo lo que haga le llevará a la misma sensación de incompletitud. Puede que por unos instantes (días, semanas, incluso meses), uno crea que es lo que tiene que ser porque ha encontrado el trabajo de su vida, la pareja ideal, el casoplón perfecto o incluso el aspecto deseado, pero si la identificación se hace con esas formas externas (trabajo, pareja, casa, estética...), al final siempre aparece la insatisfacción porque todo es impermanente. Esas realidades son siempre de arena, ¿no te das cuenta?

Tú, amigo, puedes plantarte donde quieras porque eres un baobab con alma de leopardo, un soplo de vida, un gigante eterno que traga mares, mastica lunas y hace malabarismos con asteroides dando brincos de planeta en cometa. Céntrate en descentralizarte y te encontrarás en todo, no sólo en esta pequeñez que ahora te abruma. No importa en qué país estés, qué idioma hables, con quién duermas o hacia donde mires. Ya estás completo, ya eres. El despliegue en obras y aprendizajes es secundario. No te busques en ello, sólo tiéndete sobre ello, descansa en ello, florece en ello, conviértete en fragancia. Buscarte sólo puedes hacerlo hacia dentro, sintiendo la vida que hay en ti y traspasando el nublado de ideas, juicios y prejuicios con el que la mente oscurece el sol de nuestra esencia personal.

Si todo lo que te acabo de escribir no te suena a palabrería baratuna y adviertes algo como de poso de verdad en ello, entonces ve inmediatamente a una librería y cómprate 'El poder del ahora'. Este libro puede cambiar tu visión, y con ello cambiará también la historia de tu vida, aunque eso -ya lo entiendes o ya lo entenderás- también es secundario.

Querido amigo, has nacido en la línea de meta. El viaje consiste únicamente en que te des cuenta de ello, no en que llegues a ella. 

Un abrazo, y ¡feliz ahora!

lunes, 21 de noviembre de 2016

Gorjeos del pájaro transparente


'Medrar a través de la competición y la comparación es como hinchar un globo aspirando el aire de dentro del globo. Los progresos así conseguidos no son tales porque producen desencaje, no integración, así que luego tienen que desandarse desde la soledad.'

'Las personas somos células de la epidermis tangente de la Humanidad con las que la vida acaricia las formas. Como la piel misma, que se renueva constantemente eliminando las células muertas, así también la Humanidad cambia sus células cada cien años aproximadamente. En tanto que individuos independientes somos sólo epitelio inconsciente; integrados, sin embargo, hacemos que el Ser sea.' 


'¡Estaba paranoico y veía doble; pensaba que había dos cosas: el universo y él!' 


'Y el matemático emocional exclamó entusiasmado mirando al infinito mientras arrugaba el papel de ecuaciones en su puño: "¡Ya lo tengo: yo más todo igual a uno. Esa es la ecuación universal!"'


'Hay viajeros que no van de un país a otro, sino que llevan su país de país en país. Eso no es viajar, es irrumpir. Los viajeros de verdad son almas de proa que crean vientos para despeinar prejuicios, los otros son un coñazo.'

'La autoestima es un disfraz de oveja que se pone el ego cuando quiere colarse a churretear en las fiestas de la espiritualidad a las que asisten las virtudes VIP del alma.' 


PS: Churretear está registrado en la RAE como defecar o drogarse, pero la acepción que tiene en esta última frase es la de 'cotillear o chafardear', tal y como comúnmente se utiliza en Linares (Jaén). 

viernes, 4 de noviembre de 2016

Libertad preposicional


Simultaneo estos días durante mis paseos por las calles de Calcuta la lectura de 'Freedom, the courage to be yourself' (Libertad, la valentía de ser tú mismo), de Osho, con la atenta y meditativa observación de lo que veo a mi alrededor. 

Osho hace interesantes reflexiones sobre lo que yo daría en llamar la 'libertad preposicional'. La idea se fundamenta en analizar la libertad asociada a un par de preposiciones, a saber: libertad de y libertad para

Libertad de es sólo media libertad, y de poco sirve en este caso el vaso medio lleno porque esto de la libertad es o no es, pero no puede medio ser. Libertad de consiste en liberarse de algo, es no estar atrapado por las sombras imaginarias de los condicionantes externos como la familia, la nacionalidad, la religión, el trabajo, las posesiones, los actos y las ideas, pero aunque supone un paso adelante, ahí no se acaba la historia. Uno puede sentirse interiormente ajeno a todas esas ilusiones, pero el vacío sigue presente porque ese desembarazo es sólo una parte de la libertad. Cuando se llega a ese estado aparece la pregunta de las preguntas, aparece la libertad para. ¿Y ahora qué? Ahora que no hay obstáculos, ¿cómo actuar?, ¿hacia dónde ir?, ¿qué hacer con mi libertad?, ¿para qué la quiero?

No es extraño que la gente tenga miedo de ser libre, pues esa pregunta -que en el estado normal de sometimiento en el que la gran mayoría vive queda automática y cómodamente respondida- se presenta como irresoluble cuando uno es medio libre y da más miedo que la esclavitud misma. 

La libertad pasa entonces a ser un ejercicio de responsabilidad, es decir, de 'responder con habilidad' precisamente a la pregunta de qué hacer con ella. Y desde luego el juego no consiste en utilizarla para satisfacer deseos, pues no hay nada más enemigo de la libertad que el deseo, se pueda éste perseguir o no, y quede éste satisfecho o no. No nos confundamos: la posibilidad de perseguir un deseo se llama licencia, no libertad. 

Dice Osho que la última parte de la ecuación, es decir la libertad para, sólo se puede resolver haciendo una cosa: meditando. Y más de acuerdo no puedo estar con él, no porque me guste cómo lo cuenta, sino porque coincide con mi cuento. Yo ya no decido lo que hago a través de ideas luminosas que elabora mi mente, sino que lo descubro apagándolo todo y siguiendo la lucecica que queda. En el caso de que no quede ninguna lucecica, pues no hago nada y ya está. Por eso últimamente ante preguntas del tipo '¿por qué no has venido?', '¿por qué dices eso?', '¿por qué dices lo otro?' o '¿por qué no dices nada?' respondo con toda naturalidad 'no sé', como si fuera tonto, y me quedo tan a gusto. Por cierto, que la ausencia de necesidad de entenderse mentalmente es uno de los postres a mi entender más sabrosos que la libertad brinda. 

En cualquier caso, me pregunto qué opinarían sobre esto de la 'libertad preposicional' y todas estas cábalas las personas que se apelotonan en las aceras de esta ciudad y que viven su día a día entre basura, calderos herrumbrosos y olores nauseabundos, que se bañan en asquerosos desagües de alcantarillas y que sestean -muchas de ellas moribundas- sobre adoquines ennegrecidos por la indiferencia. ¿Qué dirían sobre la libertad estas decenas de miles de familias a las que se les atribuye la misma dignidad que a las ratas con las que conviven? '¿Liberqué, fraterniquién, igualicuándo?'.

Pero soplarán monzones nuevos para todos: para los miserables y para los racionalmente iluminados del siglo de las sombras. En Calcuta hay unos 15 millones de personas y todas ellas -las 'diferentes' y las indiferentes- estarán muertas dentro de 100 años. ¿No es increíble la renovación que va a experimentar esta ciudad durante el próximo siglo?

En Calcuta, a 4 de noviembre de 2016. 
'Liberqué, fraterniquién, igualicuándo" es una frase genial de Neorrabioso. 

viernes, 21 de octubre de 2016

No pienses en una cebra


Te propongo una actividad muy sencilla; para ello vas a tener que cerrar los ojos durante medio minuto al final de este primer párrafo. Cuando los abras podrás seguir leyendo el resto de la entrada, que sólo será un párrafo más. La actividad consiste en intentar no pensar en una cebra, y comenzará cuando leas "ya". ¿Preparado(a)? ¿Estás preparado(a) para cerrar los ojos y no pensar en una cebra? De acuerdo, el ejercicio comienza... ¡ya!
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¿Qué ha pasado? Ahí lo tienes, esa es la naturaleza de la mente. Cuando intentas pararla se activa. Probablemente habrás visto más cebras que en el Ngorongoro en época de migración. No se puede controlar la mente con la mente. De aquí viene eso de que contra lo que luchas se multiplica y lo que aceptas se disuelve. Para controlar tu mente no debes actuar sobre ella sino sólo observarla. Pero, ¡ojo!, no debes observarla con la propia mente, sino con otra cosa...

lunes, 17 de octubre de 2016

Saber menguante


Vamos a ver, ¿cómo es posible que cada día esté más formado, que cada día sepa más, cada día aprenda más, confirme más, viaje más, pruebe más, viva más, piense más… y sin embargo cada día sepa menos? ¿Qué está pasando aquí? ¿Qué tipo de broma es esta?

Es el increíble caso del conocimiento menguante, y no se trata de que al saber más uno se aleje del vulgo y al sentir ese alejamiento sea declarado culpable en un juicio de soberbia ignorancia ajena, es que verdadera y literalmente las dudas crecen a un ritmo mayor que las respuestas. Es como que la progresión de las respuestas fuera lineal y la de las dudas exponencial.

Parece que el esfuerzo intelectual fuera un pataleo en una ciénaga. ¿Debo entonces quedarme quieto para aprender de verdad?, ¿debo quemar los libros?, ¿enterrarme?, ¿embrutecerme para crecer?, ¿cuál es la íntima naturaleza del saber? Por favor, una respuesta ya, que voy a enloquecer.

Tengo una manifestación de neuronas que atender, una reclamación de aumento de sueldo de materia gris que negociar, unas sinapsis que justificar y unos neurotransmisores a los que indemnizar.

Creador, Demiurgo, Todo, Dios… Bromista Universal, ¿qué tipo de mofa es esta que formo una montaña y no un agujero al cavar?

Beatus ille, Sócrates, que sabías al menos que nada sabías. Bendita nada la de tu saber, que siendo nada, menos no podía ser.

30 de abril de 2015.

domingo, 16 de octubre de 2016

El suicidio de las letras


Toda mi vida me han acompañado las palabras. He mantenido un idilio apasionado con ellas y han sido siempre una de las prendas más características con las que se ha vestido mi personalidad incluso cuando era pequeño. Las palabras son los genitales de mi mente. Tan amorosa ha sido mi relación con ellas que han proliferado en mí creando una familia numerosa de seis miembros claramente diferenciados y activos, todos elocuentes, académicos y bien educados. 

Entre unos idiomas y otros, y sumando los primos hermanos que puedo decodificar por redundancia, calculo que puede haber en mi cerebro unos cien mil términos diferentes. ¡Qué vergüenza! Todo eso para no ser capaz de expresar ni una sola verdad. ¡Vaya estafa! No tengo palabras, pero sí una fortísima pulsión de dejar de hablar, así, sin más. Debe ser algo parecido a lo que siente el fumador que de repente, después de una vida entera fumando, llega un día y se dice: "ya está, no fumo más". 

¡Calla ya! -me escucho- como que ya hubiera hablado demasiado, o al menos lo suficiente, como que alguien dentro de mí tuviera claro que por ahí, hablando, no voy a poder llegar, y que así, hablando, no sólo no lo voy a conseguir sino que lo voy a bloquear. Pero, ¿llegar a dónde?, ¿conseguir qué?, ¿de qué bloqueo me hablo?
¿Dónde están esas traidoras ahora que me hacen falta de verdad?

¿Qué puedo hacer?, ¿debo seguir ese instinto o debo buscarle una explicación para verbalizarlo?, ¿qué me está pasando?, ¿qué mudo hartazgo me está gritando?, ¿por qué las letras se me quieren suicidar? 
Necesito una respuesta, ¿alguien me la puede silenciar?

miércoles, 12 de octubre de 2016

Cazador de verdades



Durante toda su vida, el cazador de verdades utilizó las palabras para verbalizar sus presas. Cada tajada, pedazo o porción de verdad que conseguía era generosamente compartido con los suyos. A la lumbre de las palabras y las conversaciones sosegadas, se aderezaban sus viandas. Nunca faltó de comer en su aldea. Su cerebro y su alma gozaban de buena salud. Su gente estaba bien alimentada gracias a él -cazador abnegado y virtuoso- que cada mañana salía al bosque a desbrozar insustancialidades con su machete y a cazar verdades volátiles con sus flechas. La veracidad crecía en él, y su vida discurría caudalosa y fresca dibujando meandros en su psique que permitían una cómoda navegación de las ideas con las que él explicaba su mundo. 

Pero llegó un día en que, persiguiendo el porqué de una lluvia que no dejaba de arreciar, atravesó sin darse cuenta la foresta de su pequeño mundo de formas e ideas, pasó al otro lado de la cordillera de sus experiencias y acabó con su machete, su arco y sus flechas delante del mar, un lugar que no conocía y que hasta entonces, desde su tierra firme, no había podido siquiera imaginar. Rendido por su búsqueda y abrumado por su enorme nueva presa, se deshizo de su machete para cortar trivialidades y de su arco para cazar comprensibles verdades, cayó arrodillado en la playa y comenzó a escuchar el ruido de las grandes olas y el susurro de la resaca, y de ellos y de su inmensidad entendió que a partir de ese día nunca más tendría que volver a cazar. Y lloró, y rio, y verdaderamente comprendió, pero esta vez sintió que no podría compartir su presa al fuego lento de las palabras, así que esperó y pensó, escribió algo en la arena y se fue. 

Al día siguiente, los suyos -con hambre un día más- se preocuparon, y preguntaron, y se extrañaron de que volviera desnudo y sin armas ni presa después de una ausencia tan larga, pero él los miró y con un pequeño arco iris dentro de sus lágrimas de felicidad, señalando hacia el mar, les dijo: "No os preocupéis, hermanos, no pasaréis hambre nunca más y en esta aldea nunca nadie tendrá que volver a cazar, pues no traigo pedazo, tajada ni porción, sino la única y gran verdad: las lluvias son todas una, y su madre es el mar."

- Dharamshala (Himachal Pradesh) - India.
18 de Septiembre de 2015.
  

martes, 11 de octubre de 2016

La réplica


¿Qué tal te llevarías con una réplica de ti mismo? No hablo de una réplica genética, sino de una copia exacta en todos los órdenes, de un individuo ajeno pero idéntico, de alguien que es exactamente tú pero que es al mismo tiempo otra persona con la que puedes hablar y a la que puedes mirar y sobre la que por supuesto también puedes opinar. En definitiva, ¿qué tal te llevarías contigo mismo pero habiendo dos, tú y tú mismo? 

Imagina que todo lo que te caracteriza lo pudieras integrar en otro cuerpo idéntico al tuyo que encarnara tus mismas posesiones, tu mismo trabajo, estatus social, conocimiento, educación, experiencias vividas, habilidades, relaciones personales, historia familiar, sistema de creencias filosóficas, religiosas y políticas, gustos, etc. ¿Qué migas harías con él?, ¿qué tipo de conversaciones tendrías?, ¿estarías a gusto en su presencia? 

Quizás en un primer momento te estás imaginando gozosas e interesantísimas conversaciones nadando apaciblemente sin disentimiento alguno en un mar de absoluta afinidad, pero te voy a decir la verdad. La respuesta está muy clara: no te soportarías. 

En realidad conviene aclarar que el planteamiento es utópico incluso en términos ideológicos, es decir que la mente no puede asumir esta hipótesis de identidad ajena, al igual que no puede visualizar una quinta dimensión. La simple premisa de que uno ocupe dos cuerpos idénticos pero diferentes al mismo tiempo supone un esguince para el cerebro y sólo tendría sentido como lo tienen muchos sinsentidos cuánticos. Y yendo aún más lejos podemos decir que ni siquiera uno es idéntico a sí mismo, ya que la impermanencia de lo que somos impide que se pueda llevar a cabo la comparación misma. Pero a pesar de todos estos inconvenientes, yo insisto en imaginar y en pedir que imagines. Imagina, pues, que te ves y te reconoces, ¿qué opinión te mereces?

Podrías decir que te cuesta imaginar porque ni siquiera sería posible hablar contigo mismo, ya que al ser el mismo hablaríais los dos a la vez para decir la misma cosa. Para solucionar ese problema en el plantemaniento podemos aplicar un pequeño desfase temporal, por ejemplo de cinco minutos. Es decir, aquí estás tú, ahora, y aquí estás tú mismo, también ahora, pero tal y como eras hace cinco minutos. Ahora que el escenario es más imaginable vuelvo a preguntar: ¿qué pasaría? 

Quizás las cosas podrían ir bien durante un rato. Quizás es cierto que la afinidad de los puntos de vista, las reflexiones y el enfoque de los temas, además de los gustos, crearan una "mutua autoadmiración", pero no tardarían en aparecer los problemas irreconciliables. Podría ser que no te gustara tu cara, o tu voz, o tu forma de andar (nada de eso lo has visto, oído, ni observado nunca desde fuera de ti mismo), y como en tu sistema de creencias esas frivolidades influyen a la hora de considerar con quién estás y qué te parece, podrías empezar a tener una opinión un poco menos generosa sobre esa "otra" persona. ¿Y qué hay de los cambios de opinión? ¿Puedes decir que siempre has pensado lo mismo sobre todo? ¿Qué pasaría si hablaras contigo mismo después de haber cambiado radicalmente de opinión pero tu otro yo no hubiera cambiado todavía porque le faltan cinco minutos para ello? Te censurarías y te desaprobarías totalmente y te dirías que aún no has entendido nada, y aunque pasados los cinco minutos reconciliaras posiciones ideológicas contigo sobre ti mismo, recordarías el desacuerdo y la desavenencia pasada germinaría en ti generando desconfianza para el futuro. 

Con el paso del tiempo, repitiéndose esta circunstancia, acabarías pensando que eres un retrasado sin personalidad con ganas de llevar la contraria que al cabo de un rato cambia siempre de opinión. Dejarías de tomarte en serio, te verías como muy diferente, perderías el interés y la afinidad del principio se transformaría en hastío y desdén. Probablemente tenderías a ignorarte y renegarías de ti por tu aspecto, tus ideas y tu carácter veleidoso. En resumen, te odiarías crecientemente. 

¿A qué conclusión nos lleva esto? Está bien claro: estás a cinco minutos de ser tu propio enemigo. 

miércoles, 28 de septiembre de 2016

El sargento ameba


Cuando en alguna ocasión ha salido a colación el tema del servicio militar y he dicho que yo fui uno de los que lo hizo -ya cuando esta obligatoriedad agonizaba en España- la gente me mira como que les hablara de la Edad Media. Casi doblo en edad a muchas de las personas con las que comparto el día a día, y algunas ni siquiera saben que antes había que hacer la mili a la fuerza. 

Durante varios meses estuve destinado en lo que daba en llamarse Estado Mayor, y coincidimos en un despacho tres ingenieros recién titulados con unas ganas enormes de trabajar que el entorno en el que estábamos no satisfacía en absoluto, ni por la cantidad de trabajo que había que hacer ni por la calidad del mismo. Básicamente mis funciones consistían en estar sentado todo el día y en escribir de vez en cuando en una vieja máquina los nombres de los que se presentaban a hacer un curso para llegar a ser cabo. "Adjunto remito incritos al curso de cabo...", "Adjunto remito inscritos al curso de cabo...", "Adjunto remito inscritos al curso de cabo...", y así todos los días. La pasividad que se respiraba era tanta, que de tanto no tener nada que hacer uno se empeñaba casi automáticamente, como por inercia, en conseguir seguir sin hacer nada, lo cual en sí paradójicamente entrañaba bastante trabajo. Tenía por costumbre moverme por las oficinas con papeles en la mano para dar la impresión de que tenía cosas importantes que entregar, y hacía esto incluso cuando iba al baño a hacer eso que nadie puede hacer por mí. El ambiente era de una abulia aplastante. 

Como mandos tenía a un subteniente que se tomaba muy en serio sus funciones en la barra del bar de la cantina y que de vez en cuando descansaba en la oficina para recobrar fuerzas, ya que su entrega a las catas era de una abnegación asombrosa, y a un sargento que el pobre tenía menos sesos que una ameba. Lo gracioso del caso es que el sargento ameba tenía a veces ocurrencias que por su inocencia o estulticia resultaban muy entretenidas, aunque en aquellas circunstancias hasta el vuelo de una mosca podía resultarlo. A este buen hombre, no sé por qué razón, se le ocurrió un día plantearse, y plantearnos, cómo era posible que los satélites funcionaran y se pudieran poner allí arriba, en el cielo, sin que se cayeran ni estuvieran amarrados de una cuerda ni cable ni nada. Se subían al cielo, se dejaban allí, y luego se utilizaban para comunicarse, así de fácil. La verdad es que la pregunta es interesante, y lo es aún más la respuesta, precisamente porque está también preñada de otro montón de preguntas. 

Llevado por las ganas de complacerle, me ofrecí a darle las pocas explicaciones que sobre eso se me ocurrían, que en realidad podría decirse que en aquella época eran muchas, ya que acababa de terminar la carrera y la frescura y lozanía de mi conocimiento estaban deseando florecer, así que un día intenté contarle con un estilo adecuado a sus entendederas cómo era posible que aquello fuera como es. Ya durante las explicaciones me di cuenta de que el hombre estaba más a gusto con su pregunta que con mi respuesta porque cada vez que yo empezaba a hablar él me interrumpía abruptamente haciéndome como un cuclillo una y otra vez la misma pregunta que estaba intentando aclararle. Atribuí esta actitud a su falta de capacidad, o incluso a su talante impertinente en las conversaciones, pero más adelante me di cuenta de que lo que ocurría es que él no quería saber la respuesta porque la pregunta le hacía más feliz. Estaba con su duda y con la admiración que ésta le causaba más a gusto que cerdo en charca. Digamos que sin que él mismo se diera cuenta, quería seguir ignorando. Saber lo que yo le quería contar le habría aguado el negocio porque no podría volver a hacerse esa pregunta. 

Días después, mientras yo iba no recuerdo dónde (eso sí, con un fajo de papeles en la mano) le escuché casualmente plantear la misma pregunta con la misma admiración en la cantina al subteniente y a una audiencia de gente con las mismas ganas de ignorar que él. Escuchando por azar la conversación constaté que la gracia estaba en lo increíble que resultaba aquello, y que una explicación que pudieran entender no habría hecho más que fastidiarles la fiesta de su desconocimiento. 

Todo esto en su momento me pareció atroz, pero luego, con el paso de los años he concluido -por cosas que he visto en los demás y en mí mismo- que eso de no saber es muy cómodo, como un amplio y blandito sofá en el que uno se acostumbra a echar comodísimas siestas vitales, y que aprender resulta en realidad una putada porque es algo así como levantarte del sofá en mitad de la siesta. Así que uno se apega a ignorar por comodidad y por miedo a lo que saber pueda traer o se pueda llevar.

Yo no sé si es mejor saber que no saber, o si saber que no se sabe es ya saber en sí, o si se puede saber algo en realidad, ya que todo conocimiento es parcial como parcial es el recurso que utilizamos para aprehenderlo, es decir nuestro cerebro, que además de ser limitado en sí también utilizamos parcialmente. Lo que sí sé es que el saber de verdad no se obtiene a través de las ideas, los datos, las letras, el contraste de opiniones o la razón. Ese saber, por así llamarlo, ya no me impresiona ni me atrae, y si algo llega a mí es porque al igual que la inercia de no hacer nada que tuve durante la mili me llevaba a seguir sin hacer nada, lo que hago hoy en día, por una razón o por otra, me lleva igualmente a leer casi sin parar y a aprender como si me fuera la vida en ello, y lo cierto es que la historia de mi vida va en ello, pero sé -y esto lo sé de verdad- que este saber no es el que libera, y que la odisea del conocimiento no consiste en añadir más y más datos al saco, sino en vaciar el saco para contemplar el agujero que queda, del que todo viene y al que todo vuela. 

Queridos sargento ameba y subteniente bebetiestos, ahora lo sé bien, vuestra querencia hacia la ignorancia es el puntero al verdadero saber. 

martes, 23 de agosto de 2016

Más apuntes sueltos de mi libreta


Ser consciente de que estás vivo cambiará tu vida, pero cambiar la historia de tu vida puede no darte ninguna pista sobre lo vivo que estás. 

Los hijos no vienen de los padres, sino a través de los padres. 

- ¿Eres artista?
- No, sólo intento hacer de mi vida una obra de arte. 

¿Acaso soy media vida para necesitar que otra me complete?
Se trata de compartir, no de absorber. 

Conceptualizar es matar. 

Cuando el miedo se acepta se desenrosca y se convierte en libertad. 

Al principio el hombre llevaba un certificado. Ahora es el certificado el que lleva al hombre. 

No necesitas hacer nada para ser quien eres. 

Si te identificas con algo, tu intelecto trabajará para protegerlo. Si no te identificas con nada serás libre. 

Cometer errores es una oportunidad para mejorar. Reconocerlos es la mejora en sí. 

Lo rojo es rojo porque se queda todos los colores menos el rojo, que es el que refleja y nosotros vemos. Así, pues, lo que es rojo es precisamente rojo lo que no es. 

La física cuántica es el verbo del más allá. 

La única victoria real no se consigue contra el enemigo, sino contra la guerra que tienes con él. 

Si quieres que el universo te escuche acepta lo que te toque, pide de lo que sobre y prohíbe lo imposible. 

No es lo mismo estar que estar habiendo vuelto. El que está después de volver se insemina a sí mismo. 

No puedes conocerte como un objeto de conocimiento, sólo puedes conocerte siendo. 

El que puede definirse no puede saber quién es. 

Tú no vives tu vida, la vida te vive a ti. La vida es el bailarín, tú eres el baile.   

Para buscar la verdad, deja de atesorar opiniones. 

Una flor que está sola huele igual que las demás. 

sábado, 16 de julio de 2016

La gracia mundana


Interpretamos el hecho de dar las gracias, al igual que casi todas las cosas, a través de la expresión del lenguaje que lo define. Nos imaginamos que cogemos algo -las gracias, lo que sea que eso fuere- y que se las entregamos a alguien o a algo. A quien nos ha hecho un favor le damos las gracias, y a algo que nos ha favorecido, aunque sea de manera impersonal, también le damos las gracias. Podemos, por ejemplo, dar las gracias a alguien que nos presta dinero, que nos abre una puerta o que nos escucha, y también podemos darle gracias a la lluvia porque riega nuestros campos, a una casualidad por beneficiarnos en cierta medida, a Dios -lo que sea que eso fuere- o incluso a un acontecimiento negativo que al final resulta que nos ha aportado algo positivo. A este último respecto me parece interesante comentar que hace poco escuché que en chino resulta que la misma palabra que sirve para decir 'problema' se utiliza también para decir 'oportunidad'. Es curioso cómo el lenguaje cuanto más se confunde más acierta. 

Pero bueno, no es esa relación entre problema y oportunidad la que en este momento quiero analizar. A lo que voy es a que al respecto de dar las gracias interpretamos que la persona o circunstancia que recibe nuestro agradecimiento es receptora del mismo, que nosotros somos los donadores, y que las gracias en sí son algo que hemos creado ad hocUna especie de regalo que hemos comprado y envuelto para la ocasión.

Pienso, sin embargo, que esta forma de verlo -lingüísticamente lógica y habitual- es en realidad confusa y hasta errónea, ya que el agradecimiento no es algo que se cree específicamente para cada trueque en que se merezcan las gracias, sino que se trata de algo con lo que se conecta y con lo que siempre se puede estar conectado. No consiste en una compensación circunstancial. Quiero decir que se puede vivir en estado interno de agradecimiento independientemente de lo que pase fuera. Dar las gracias no es dar algo, es estar conectado con algo, es un estado. La expresión es confusa porque nos lleva a pensar que el agradecimiento sólo tiene lugar si hay algo comprensible que agradecer.

Hay muchas realidades que el lenguaje, lejos de aclarar, oscurece, como por ejemplo cuando hablamos de perder la vida. Lo planteamos como que hubiera dos cosas: una yo, y otra la vida que tengo y que puedo perder. Gravísimo error, pues no es que yo tenga vida, sino que soy vida. ¿Cómo voy a perder algo que soy? Sería como decir que la voz pierde su sonido, que el viento pierde su aire o que la corriente pierde su río.

No te fíes del lenguaje ni des las gracias, no interpretes. En su lugar, lee lo inverbalizable, conecta con el agradecimiento, sé. Sólo así se puede entender la gracia de eso que llamamos gracia. Lo de 'divina' es otra mala pasada del lenguaje para cobrarse con un adjetivo un peaje tan caro y absurdo como la necesidad de creer en Dios -palabra por cierto que es en mi opinión la más prostituida, confusa, erosionada, radiactiva y peligrosa que existe-.

Yo, nuncio autorizado de la vida -porque soy vida- anuncio que la gracia no se entiende creyendo sino dejando de creer, que sólo hay una, que es tan divina como mundana, y que su gracia está en que se entiende por conexión, no por interpretación. 


PD: Al terminar el artículo he buscado eso de que en en chino se dice de la misma manera crisis que oportunidad, y por lo visto no es así, pero bueno, lo dejo tal y como estaba porque aunque sea falso esta falsedad me sirve para apuntar a la confusión que el lenguaje crea sobre sí mismo, incluso en sus propios errores corregidos. 

martes, 12 de julio de 2016

¿Nada?


'Descubrir' según la RAE consiste en destapar lo que está tapado o cubierto, así que descubrirse tiene que consistir en quitarse lo que a uno le tapa o cubre. Es decir, que hay algo que nos oculta -se entiende que de los demás y de nosotros mismos- y hay que quitarlo. De acuerdo, pero... ¿qué es eso que nos tapa?, ¿qué es lo que hay que quitar?

Sin hacer muchas cábalas se puede fácilmente llegar a la conclusión de que lo que hacemos y lo que nos pasa -es decir, la historia de nuestra vida- consiste en un conglomerado de experiencias sensoriales, emociones y pensamientos. En fin, que nuestra experiencia vital está hecha de lo que olemos, gustamos, oímos, vemos tocamos y vemos, lo que pensamos, y las emociones que tenemos, que en realidad no son más que la manera que tiene el cuerpo de pensar. Los pensamientos provocan reacciones en el cuerpo y las reacciones de nuestro cuerpo provocan pensamientos. Las emociones son, por tanto, pensamientos que han viajado desde el cerebro al cuerpo o sensaciones corporales que han viajado al cerebro para convertirse en pensamientos. Y aunque pueda parecer mentira, eso es todo. No hay más. 

Resulta entonces que eso que tenemos que quitar para destaparnos, para descubrirnos, sólo puede ser una de estas tres cosas: sensaciones, pensamientos o emociones. 
Llegados a este punto, nos podemos plantear cortar por lo sano, es decir, quitar las tres cosas y ver qué pasa.  ¿Qué queda cuando uno no piensa en nada, no siente nada y no tiene ninguna emoción? 

¡Conseguir eso no es posible! -dijo el ego-, y además, si lo fuera, no quedaría nada, morirías. 

¡Falso! -afirmó el verdadero yo-. Sí es posible y se puede hacer en vida. Lo que queda no es la nada, aunque tampoco es algo...

Y hasta aquí puedo escribir.

martes, 21 de junio de 2016

La caja negra de las ideas


Cuando la mente se percata de que es luz dentro de una caja negra y siente las puñaladas que le devuelve el conocimiento de sus límites -o podríamos decir el conocimiento de su desconocimiento- entonces pueden suceder dos cosas. Una es que se revuelva, es decir, que no admita sus carencias y se empecine en seguir buscando. Cuando esto ocurre, es como si la luz dentro de la caja negra cambiara de dirección pero siguiera revotando dentro de ella. La otra cosa que puede pasar es que la mente reconozca su incapacidad y se rinda. 

Lo interesante de la kilimanjárica escalada del saber es que con la rendición de las ideas no aparece la derrota, sino un nuevo estadio en el que la mente cambia de género y pasa de ser un espejo del 'yo' a ser una herramienta. En esto consiste salir de la caja negra. 

La cima de la montaña, eso que se persigue en cualquier ascensión, es curiosamente algo vacuo porque se busca llegar donde la montaña deja de ser montaña. La cima es precisamente el punto en que ya no hay más montaña. De la misma manera, la empresa personal de conocerse conduce a una cima en la que lo que se descubre es que no hay 'yo' propiamente dicho. 

Veamos esto con una idea: pensemos en un universo en el que no hay ideas. Al no haber ideas, no habría ningún juicio mental, así que ni siquiera podríamos decir que hay dos cosas, 'yo' y el resto. No podría haber dos cosas, ya que 'dos' es un juicio numérico, y por tanto mental. Habría una cantidad de cosas indeterminada, que ni siquiera se podría llamar cantidad, ya que la idea de cantidad es eso, otra idea. En términos de haber, habría. Y lógicamente en términos de ser, sería. Sin ideas, por tanto, no habría predicados y el universo sólo sería. Sólo habría ser. 

Lo curioso es que esto que acabo de decir no es lo que quería decir porque lo que quería decir tiene que ver con lo que ocurre cuando la mente reconoce su incapacidad y se rinde, es decir, cuando no genera ideas, cuando no hay nada que decir. Hablando de ello, haciéndole alusión, lo pierdo, precisamente porque aquello a lo que aludo sólo es y por tanto no puede ser aludido. ¿Qué puedo decir de algo que no tiene atributos ni complementos de ningún tipo a los que me pueda referir?, ¿qué puedo decir de algo que únicamente es?

No se puede decir nada sobre el ser, pero sí se puede ser. ¿Y cómo se llega a ser lo que uno es? Pues está claro, no hace falta tener mucha idea, más bien hace falta no tener ninguna: se llega a ser siendo, ¡ojo!, que no siéndolo.  


domingo, 12 de junio de 2016

No hay yo, no hay muerte


A mí la muerte no me da ningún miedo por varias sinrazones. La primera es que no hay 'yo', así que nada puede ocurrirme 'a mí'. No hay nada que pueda darme miedo porque no hay yo en el que ese miedo pueda habitar. La segunda es que ya he deseado estar muerto en varias ocasiones -unas por la curiosidad de saber lo que se siente y lo que se deja de sentir, y otras por algún empacho de los que da el sinvivir-, así que pienso en la muerte con la misma naturalidad con la que pienso en un río desembocando o en el sol ocultándose. 

La muerte es una farsante que 'vive' de las rentas de los que confunden un cambio con el final. Además, no se representa a sí misma, sino que representa a la Vida, ya que morirse es el acto más vital que existe.

Sé que moriré, y lo digo ahora, vestido de salud, pletórico mentalmente, adecuado estéticamente, espontáneo como el salto de un cigarrón y sabio como una biblioteca atestada. Lo digo ahora para que después lloréis vuestro apego a mí, no mi pérdida, porque aunque me vaya de viaje eterno, no me voy a perder nunca. Al revés, el viaje sin tiempo ni espacio es el del verdadero encuentro. 

Yo -eso que no existe- quiero hacerme viejo sintiendo cómo la vejez se posa sobre mí, pudrirme estéticamente, olvidarme de lo que sé, relativizarlo absolutamente todo, ser miserablemente pobre y reconocerme física y mentalmente descompuesto en el reflejo de un charco. No me voy a llevar nada de aquí: ni un euro, ni una posesión, ni una idea, ni un recuerdo, ni siquiera un sólo átomo de mi cuerpo. ¿A qué viene entonces tanta ansia por acumular, tanto apego a vivir, tantas ganas de seguir, tanto miedo a dejar de vivir si seremos expoliados -y lo sabemos- antes de morir?

Yo -que no soy tronco, ni agua, ni cauce- como corriente os digo: ¿acaso no muere el río en cada segundo y no es precisamente esta sucesión de muertes lo que hace que lo sintamos fresco y vivo?