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No tenía fuerzas para rendirme, así que decidí emprender activamente una búsqueda eidética, es decir, de lo esencial. Pensé que el cambio que afrontaba merecía un decorado literario, y de ahí el blog. En él reflejo pensamientos, reflexiones y emociones que he vivido durante mi estancia en Tanzania enseñando inglés y suajili a niños de preescolar en un colegio rural de la organización Born To Learn, en India como profesor de francés para la Professional School of Foreign Languages de la Fundación Vicente Ferrer, y actualmente en Malí cooperando con CONEMUND en proyectos de seguridad alimentaria y equidad de género. Mi objetivo cabe en una palabra: Compartir.

viernes, 27 de noviembre de 2015

Mis experimentos con la psique XII. La fragua y el herrero.


¿Qué podría pensarse de alguien que está pegándose puñetados en su propia cara? Bueno, supongo que lo primero que se podría pensar es que no está bien. Autolesionarse parece patológico, duele y tiene tintes de locura.

El caso está claro cuando se trata de una mano que golpea, pero no lo vemos tan claramente cuando es nuestra mente la que nos machaca. Cuando nuestras ideas nos torturan, cuando nuestros miedos y ansiedades nos paralizan, y cuando nuestras caprichosas consideraciones sobre la propiedad nos hacen sentir celos y envidia, pensamos que el arreglo pasa necesariamente por cambiar la realidad externa que nos provoca esas emociones, no por parar nuestra mente para que deje de agredirnos con la interpretación que ella hace de esa realidad externa. 

La mente es un instrumento más de nuestro cuerpo -igual que lo es una mano- pero, a diferencia de la mano -que en condiciones normales utilizamos sólo cuando es necesario- la mente actúa compulsivamente en todo momento y no para de generar ideas, la mayor parte de las cuales son inservibles y responden a viejos patrones de pensamiento que pueden llevar establecidos décadas en nuestra cabeza. Haciendo un sencillísimo ejercicio como cerrar los ojos y observar los pensamientos que se le vienen a uno a la cabeza se puede comprobar lo absurdo, inútil y negativo de muchas de las ideas que se conciben. ¿Por qué dejamos con tanta naturalidad que nuestra mente nos haga daño? Probablemente porque nos identificamos con ella, con nuestras ideas y nuestras emociones, y por tanto en última instancia pensamos que somos nuestra mente y que más allá de ella no hay nada. Si no pienso, entonces ¿qué soy? -nos preguntamos-. Sin embargo, "pienso luego existo" no quiere decir que sólo haya pensamiento en mí, de la misma manera que "esta mano es mía" no quiere decir que yo sólo sea una mano. Muchas veces me he preguntado dónde habrá ido a parar la energía que he gastado a lo largo de mi vida en preocuparme de cosas que luego no han ocurrido. Si me la devolvieran toda de golpe creo que podría darme un paseo por la vía láctea haciendo cabriolas de planeta en cometa.

Si viéramos la mente como un instrumento con la misma clarividencia con la que vemos que lo es nuestra mano, nos llamaría tanto la atención una persona afligida por su pasado o temerosa de su futuro como nos la llama alguien que se está dando puñetazos a sí mismo. La aflicción que provoca el pasado y el temor al futuro son puras ilusiones mentales, no existen más que porque nuestra mente las crea.

No puedo llamar locura a una enfermedad que afecta a siete mil millones de personas porque esto de la locura es algo que se mide en términos cuantitativos, pero aunque no pueda llamarlo así porque son arrolladora mayoría los locos, lo cierto es que la autoagresión mental es la patología más extendida entre los hombres, la pandemia humana por excelencia, la cordura más loca. Pero es igualmente cierto que se puede trabajar para controlar la mente, para pensar sólo cuando sea necesario, para aliarnos con ella y así evitar que nos esclavice; es decir, podemos ser dueños de lo que pensamos, y no al revés. La mente es una fragua que se cree herrero. 

La solución comienza por un pequeño cambio, un pasito decisivo, una minúscula consideración: La mano forma parte de mí, pero yo no soy mi mano; la mente es una herramienta, pero yo no soy mi mente. Y al igual que la pobreza no está hecha para ser entendida sino para ser erradicada, esta verdad no está para ser interpretada, sino para ser vivida.

viernes, 20 de noviembre de 2015

Mis experimentos con la psique XI. Aceptación.


Hay en mi habitación del campus de la Fundación Vicente Ferrer un cuadro en la pared con una frase del propio Vicente que reza así: “¿Cómo es que Dios, siendo perfecto, creó un mundo con tantas imperfecciones?” Y ahí se queda el texto, abierto, sin respuesta, supongo que para que cada uno piense en la suya. Por mi parte, si no respuesta, sí tengo al menos algo que decir al respecto de la frase, y lo resumo en la siguiente reflexión: 

Imaginemos el Universo, es decir, imaginemos todo lo que queramos y podamos imaginar. Lo infinito y la infinitud, todo lo bueno y lo malo, lo que importa y lo que no, los planetas y los satélites, los millones de galaxias, la materia negra y la antimateria, la luz…, en fin, todo. Pongámoslo en la imaginación y llamémoslo Universo o cosmos, o creación. ¿Ya?, ¿está ya en la cabeza?, ¿lo tenemos todo? Bien, pues si eso que tenemos es el todo, entonces no es comparable con nada, porque si lo fuera querría decir que hay algo más con lo que puede compararse que no habíamos incluido en el todo. El todo no es, pues, comparable ni calificable. El todo sólo puede ser, y en la medida en la que es exactamente como es, entonces es perfecto. Lo que nosotros llamamos imperfecciones –y normalmente solemos llamar imperfecciones a lo que nos hace sufrir- no son sino despliegues del ser -el único que hay, el Todo, el Uno- que interpretamos relativamente en función de nuestra capacidad. Es decir, que las imperfecciones -por así llamarlas- también tendrían un sentido, pero, precisamente por ser limitada nuestra capacidad, es imposible que lleguemos a entenderlas absolutamente. 

Intentar entender el despliegue del Universo y el porqué de todas las cosas de una forma racional sería como intentar entender un cuadro a partir de tocarlo con un dedo y de analizar la pintura que quedara en la punta del dedo. La pintura en nuestro dedo no tiene sentido, no aporta nada, es inservible para inferir de qué va el cuadro en su completitud. Nuestra naturaleza cognoscente nos exige una investigación, pero nuestra capacidad mental nos da una respuesta relativa, vaga, parcial, a la medida precisamente de nuestra pequeñez. Nuestra mente no lo ve, pero está claro que la pintura que ha quedado en nuestro dedo tiene un sentido. Ahora bien, lo tiene y se entiende sólo cuando está en el propio cuadro, formando parte de la totalidad que ayuda a representar. Desde el momento en que se entiende que todo es Uno, entonces resulta natural comprender -repito, no racionalmente- que el mundo no es imperfecto porque ese Uno es exactamente como es. Asumir este razonamiento es una forma de suicidio para la mente, que se siente aniquilar, y por eso se opone exigiendo más datos y produciendo sensación de incompletitud con cualquier respuesta. Sin embargo, reconocer esta verdad desde dentro, más allá de la idea que representan las propias preguntas y respuestas, es literalmente aceptar, y aceptar es el primer paso para llegar al conocimiento del verdadero yo, eso que participa del todo y que nos permite entender allende los pensamientos. 

Y esto no es una utopía, es algo muy real. Después de milenios de injusto encarcelamiento, la Aceptación es por fin libre en algunos hombres. Hasta ahora permanecía recluída en la prisión de los defectos de la psique humana compartiendo celda con la pasividad, el determinismo, el pesimismo y otros aguadores y empequeñecedores de felicidad. Aceptación fue acusada de cobarde y de asesina de entusiasmos durante los comienzos de la dictadura de la mente, y ha permanecido vejada y vilipendiada en el fondo del corazón de los hombres desde entonces, acompañada de todas las miserias que allí moran. En el juicio en el que fue condenada, Aceptación argumentó que ella nunca pretendió hacer apología de la indolencia sino simplemente proponer la asunción de lo que no se puede cambiar, lo cual es en sí un acto lógico, pero la mente, severa, injusta y prejuiciosa la condenó al ostracismo de las virtudes. Se le acusó también de entorpecer el progreso humano, y aunque nunca quedó claro –ni lo está aún- qué cosa sea esa del progreso, cuántas vertientes tiene, ni hacia dónde se dirige, la condena y el encierro se hicieron efectivos. Ahora que por fin es libre, ha declarado que no siente rencor alguno, pues eso le haría seguir siendo presa -en este caso de sí misma- y que va a aprovechar su libertad para dedicarse a criar alas en las almas de los hombres. Lo primero que hay que hacer para llegar a entender algo es entender que no se entiende, y lo primero que hay que hacer para cambiar algo que no gusta es aceptar que antes de cambiarlo es como es. Esta verdad de Perogrullo parece que fuera sólo de Pedro Grullo, y no patrimonio de todas las psiques, que tan reacias son a aceptar lo que en buena lógica y conveniencia es inaceptable no aceptar.

Ya lo dejó claro mi abuelo vendiendo nueces en el mercado: Nueces pochas hay; eso es seguro. Aceptarlo hace que uno no se pelee con la vida y posibilita que ésta se exprese con naturalidad. Decir sí a lo que es, es la definición de vivir y la clave para comprender. 

domingo, 8 de noviembre de 2015

Mis experimentos con la psique X. Abrazar un cactus.


Durante más de una década de mi vida dediqué la mayor parte del tiempo de mi día a día a vender por España y algunos países de Europa productos de última tecnología utilizando el verbo para convencer, la sonrisa para seducir y la corbata para figurar. Durante esa etapa estreché con firmeza cientos de manos de ejecutivos para firmar con ese gesto otros tantos acuerdos comerciales, muchas veces sumamente sustanciosos económicamente. 

Cuando esa etapa terminó, me deshice de la corbata y ejercí de voluntario durante algo más de un año enseñando a leer y escribir y a sumar y restar a niños de preescolar en un colegio rural de la Tanzania profunda utilizando la tecnología más básica: Un lápiz y un papel. Al cambiar el decorado exterior pasando tan radicalmente de lo opulento a lo pobre, se produce dentro de uno mismo una evolución que sirve, entre otras muchas cosas, para relativizar lo hasta entonces sabido y para llenar de contenidos nuevos palabras como por ejemplo “importante”. Uno pasa de decir: “Es muy importante conseguir que esta empresa nos firme este contrato”, a decir, por ejemplo: “Es muy importante que estos niños coman al menos una vez al día”. Al vivir en primera persona situaciones tan diferentes y ver sin embargo que los términos utilizados son los mismos, se da uno claramente cuenta de las naturales limitaciones del lenguaje y de la vacuidad de algunas palabras, como por ejemplo “importante”, de manera que se concluye que la información más valiosa y real viene dada sobre todo por la comprensión de la situación en que se está más que por lo que en esa situación se dice. Es el contexto lo que da sentido al texto. 

El trabajo que estuve desarrollando en Tanzania era muy emocionante, pero para entenderlo bien también hay que situarse bien. Probablemente el trato con los niños era lo más significativo, pero había muchas otras cosas aparte de la relación con los alumnos en la escuela. Antes de mudarme a Newland -el pueblo mismo en el que estaba el colegio- residí en un hostal en Moshi -la ciudad más cercana- compartiendo habitación con los voluntarios que iban y venían. Algunos se quedaban una semana, otros un mes, otros medio año... así que pude mantener con ellos muchas relaciones de todo tipo, desde las cortas pero intensas hasta las largas pero insulsas. Entre otras tareas, me encargaba de darles la bienvenida, de guiarles en su incorporación al colegio y de asignarles funciones dentro de las clases. Además, regentaba el hostal junto con otra compañera, así que había muchos días en que, aparte de dar clase en el colegio durante unas cinco horas por la mañana, también me entretenía por la tarde recibiendo y dando habitación a clientes que venían a hacer noche en el hostal y que nada tenían que ver con el voluntariado. Ponía los desayunos y las cenas, hacía la compra, pagaba a los proveedores, atendía el correo para confirmar reservas, organizaba taxis para recogidas de clientes y voluntarios del aeropuerto, etc. Lo más duro para mí era que en función de los vuelos que cogían, podían llegar de madrugada y tenía que esperarles despierto para adjudicarles su habitación. A veces llegaban un par de ellos a las 2:00 AM, por ejemplo, otro a las 4:00 AM, y otro a las 5:00 AM, así que acababa durmiendo poco y mal, y como me solía levantar a las 6:00 AM, había días en los que empezaba la jornada muy castigado. El trabajo allí fue sobremanera intenso en todos los sentidos. Si en algo encontré la paz, no fue en la inactividad sino en el tipo de actividad que desarrollaba. Simplemente me gustaba lo que hacía, en parte por su carga emotiva, en parte por la novedad que para mí todo eso suponía. En cuanto a mis honorarios, venían a ser al cambio unos 75 Euros, que, teniendo en cuenta el país en que estaba, yo consideraba más que justos. Desde un punto de vista habitual de rendimiento económico podría pensarse que lo que estaba haciendo era una auténtica estupidez, porque en mi anterior etapa había tenido sueldos de cifras casi pornográficas, pero para mí fue muy gratificante comprobar que el dinero ya no era la motivación de mi actividad personal, y eso sí que no estaba pagado. 

Pues estando yo inmerso en estas lides, resultó que un día llegó una voluntaria muy particular. No tengo muy claro lo que a esta chica le hizo sentir como creo que se sintió, pero el caso es que fue desarrollando poco a poco una cierta ojeriza hacia mí -o por lo menos así lo percibía yo- que tuvo un punto culminante que voy a contar a continuación. Pienso que quizás fue por el gran desgaste que suponía dar clase a unos niños que por lo general le tomaban a uno por el pito de un sereno, por el calor abrasador que hacía en las aulas, por el efecto de la hiperrealidad del día a día en la escuela, porque el sueño mismo de visitar África una vez realizado deja de ser un sueño y da lugar a un vacío que puede ser frustrante, o quizás sencillamente porque mi gestión era nefasta, pero el caso es que fuera por lo que fuere una noche durante una cena en el hostal ella explotó y dijo unas cuantas cosas que me dejaron muy mal parado. La situación fue como sigue:

En Newland estábamos construyendo una escuela nueva utilizando para ello botellas de plástico rellenas de arena en vez de ladrillos. Así se reducían costes y además se reutilizaba el plástico. La idea era muy buena, aunque lo de rellenar las botellas era verdaderamente duro porque se hacía al sol y después de horas allí la arena se acababa colando en los ojos y hasta en la zona recreativa. Una mañana que fui a la obra con el fin de organizar los turnos de trabajo entre los padres de los alumnos -que eran quienes mayoritariamente hacían esta tarea- tuve que ausentarme del aula y dejar a la voluntaria en cuestión sola en clase con los niños. Se conoce que se estresó tanto y se sintió tan desamparada que entre lo que llevaba acumulado y lo que vivió ese día perdió definitivamente la paciencia conmigo y supongo que al ser yo el coordinador del proyecto, me consideró el principal culpable de su malestar. La consecuencia fue que más tarde, durante la cena en el hostal, -en presencia de otros voluntarios y de gente a la que yo tenía que rendir cuentas- escuché uno de los discursos más ásperos y a mi entender injustos que me hayan dedicado en toda mi vida. Hablaba de mi incompetencia como coordinador, de mi incapacidad para escuchar, del desentendimiento de mis responsabilidades, de mi holgazanería, de que si encima yo cobraba y no hacía lo que tenía que hacer, y hasta de si andaba liado con una voluntaria y estaba más centrado en ese lío que en mis quehaceres. En fin, que aquello fue un auténtico "sincericidio". Ella lo sentía así, y así lo dijo, sin ningún tapujo. Debo reconocer que hoy en día lo veo como algo casi novelesco y cuando me acuerdo me río con suficiencia, pero entonces aquel tsunami de vituperios me hizo polvo. 

Mientras ella hablaba, mis emociones fueron cambiando de manera esquizofrénica. Por una parte entendía su malestar, pero por otra me sentí herido y maltratado y tuve ganas de defenderme atacando. A continuación, casi sin darme tiempo para terminar de sentir una cosa, aparecía la compasión, pero inmediatamente, con el dolor de los golpes que recibía venían el enfado contenido, la ira y el odio, y luego otra vez la empatía, y así estuve vagando internamente entre una cosa y su contrario durante su exposición. Cuando terminó, se hizo un silencio que evidentemente me estaba dando la vez para que yo me manifestara, pero no sé por qué razón no hice ni dije nada. Me quedé sentado como estaba, perdí mi mirada entre los platos y no pronuncié ni una sola palabra aunque tenía un volcán erupcionando en mi interior. Los segundos pasaban, mi pose inexpresiva se mantenía mientras rumiaba las emociones que he descrito, y finalmente la situación se diluyó y se apagó como se apaga una vela soplada por el silencio. Al día siguiente intenté seguir haciendo mis tareas como si nada hubiera pasado y pocos días más tarde ella se marchó del proyecto.

Un amigo me confesó su admiración por mi reacción, o más bien por mi falta de reacción ante aquella borrasca que me calló encima. “Yo no podría haberme callado como tú" -me dijo-. "A mí me dicen eso y reviento”. Sin embargo yo no estaba ni de lejos satisfecho con mi actitud. No por no haber reaccionado negativamente, sino por haber tenido que hacer un esfuerzo tan grande para no hacerlo. De hecho, la energía que estuve conteniendo mientras me ponían a parir la evacué durante los días siguientes con un marcado pesimismo. El único mérito que tuve fue el de orientar la energía negativa que se creó en mí hacia un lugar diferente de aquel del que provenía. Con el tiempo he llegado a entender que aquel día tuve algo así como un examen sorpresa, y que aunque aparentemente lo aprobé con nota por mi actitud externa, en realidad yo sé que lo suspendí porque por dentro experimenté ira y odio. Y es precisamente a aprobar ese tipo de exámenes a lo que quiero orientar mi vida, así que hoy no siento más que agradecimiento por haber vivido aquella situación tan iluminadora. 

Una de las escenas que más me gusta de la película Matrix es cuando el protagonista, Neo, detiene con parsimonia las balas que los agentes le disparan. Hay otras escenas en las que evita las balas con movimientos increíblemente ágiles, y no le niego el mérito a esa forma tan espectacular de solucionar el problema de que te disparen, pero cuando Neo demuestra su poder, donde se ve claramente en la película que él es "el elegido", no es cuando esquiva las balas acrobáticamente sino cuando las detiene cogiéndolas con toda naturalidad como quien coge una flor de una rama. En el ejemplo que nos ocupa, digamos que fui capaz de esquivar las balas porque con mi silencio no azucé las llamas del desencuentro, pero no fui capaz de pararlas porque la cizaña creció dentro de mí. 

En términos poéticos, a veces imagino que me convierto en luz y que me curvo en el espacio-tiempo emocional en las proximidades de un agujero de gusano que conduce a un mar de gratitud en el que disuelvo mi ego como se disuelve un grano de sal en el agua, desapareciendo como grano pero produciendo salinidad a su alrededor. Imagino que me desidentifico definitivamente del miniyo, esa piedra en el zapato que nos impide viajar con comodidad a lo largo de un itinerario -la vida- en el que el concepto de individualidad es en realidad una estupidez, ya que todo tiene que ver con todo. Yo no soy distinto de quien me critica, ni la crítica es distinta del crítico ni del criticado porque todo es uno. Y representa un descubrimiento extremadamente revelador sobre nuestra capacidad comprobar que lo que uno siente no está influenciado por los hechos, sino por las interpretaciones que uno hace de esos hechos. En última instancia, pase lo que pase y digan lo que digan, lo que uno piensa es responsabilidad y potestad suya. 

Es esta extraña pose de la libertad -que parece como que quisiera esconderse coquetamente detrás de un velo de dificultad- la que más me seduce, la que persigo y la que a veces -de momento sólo a veces- vislumbro. Y no es que lo persiga porque me disparen mucho, porque me critiquen injustamente todos los días, ni porque las circunstancias de la vida me sean en general desfavorables, sino porque veo en no tomarse las cosas como algo personal una manifestación muy clara de la infinita potencialidad que tiene el ser humano. Verse como parte de un todo y no como un individuo independiente permite desplegar más fácil y creativamente los talentos y hace que uno sea más vital y menos vulnerable. Esta es para mí ahora la nueva acepción del término "importante", porque sé que del conocimiento del verdadero yo se nutre -entre otros muchos- ese superpoder: El de parar las balas con sosiego, el de abrazar los cactus con amor.