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No tenía fuerzas para rendirme, así que decidí emprender activamente una búsqueda eidética, es decir, de lo esencial. Pensé que el cambio que afrontaba merecía un decorado literario, y de ahí el blog. En él reflejo pensamientos, reflexiones y emociones que he vivido durante mi estancia en Tanzania enseñando inglés y suajili a niños de preescolar en un colegio rural de la organización Born To Learn, en India como profesor de francés para la Professional School of Foreign Languages de la Fundación Vicente Ferrer, y actualmente en Malí cooperando con CONEMUND en proyectos de seguridad alimentaria y equidad de género. Mi objetivo cabe en una palabra: Compartir.

jueves, 30 de julio de 2015

Superposición


Probablemente hayas visto esta bailarina alguna vez. Está claro que la bailarina gira, pero… ¿hacia dónde?

Yo personalmente la veo girando en el sentido de las agujas del reloj, es decir, en sentido dextrógiro. De hecho, al principio no tenía ninguna duda sobre hacia dónde giraba. Mi vista percibía el movimiento claramente, y mi cerebro era igualmente claro en su interpretación, así que no había lugar a dudas. ¿Qué duda iba a tener? Veo que gira en ese sentido, y punto. No se me ocurre nada más que comentar.

Pero resulta que si uno se fija bien, o, mejor dicho, si uno se sigue fijando, también se puede ver la figura girando en el sentido contrario a las agujas del reloj, es decir, en sentido levógiro. Entonces, ¿en qué quedamos?, ¿hacia dónde gira?

Siendo rigurosos debemos decir que en realidad no hay nada que gire. Cualquier cosa que veamos en una pantalla ni gira ni deja de girar, simplemente es un efecto óptico. Lo que vemos de verdad es un montón de pixels que se encienden y se apagan y que engañan a nuestro cerebro a través de la vista haciéndole creer que eso que se ve es algo diferente de una fiesta de fotones que viajan hacia nuestra retina. Lo que vemos se interpreta en función de nuestro hábito y de nuestra capacidad sensorial, y esa ficción es entendida por nosotros como algo que se mueve, no siendo así en realidad. Esto ocurre también en la televisión, en la pantalla del ordenador, etc. El ojo tiene memoria -y no mucha-, así que es fácil engañarle haciéndole creer que algo se mueve cuando en realidad no es más que un juego de luces, pero pasando por alto este evidente matiz, admitamos que hay algo que gira, concretamente la bailarina que vemos, y que queremos determinar hacia dónde.

Mi conclusión es que gira hacia los dos lados a la vez, y que esa es su esencial naturaleza, por supuesto totalmente incomprensible para nosotros, que no podemos admitir en nuestra lógica diaria que algo haga una cosa y su contrario a la vez. El acto mismo de intentar determinar hacia donde gira, es decir, nuestra observación, colapsa esta realidad dual y hace que sólo la veamos girar hacia un lado determinado en cada momento. La naturaleza esencial de la bailarina, sin embargo, es girar en ambos sentidos a la vez. La bailarina está, pues, en un estado de superposición, y sólo la observación por nuestra parte determina finalmente hacia dónde se mueve de manera única. Cuando observamos, aunque para unos gire en un sentido y para otros gire en el contrario, vemos en cualquier caso que es uno y sólo uno el sentido en el que gira. Nadie ve a la bailarina girando en los dos sentidos a la vez; nadie percibe, pues, la realidad tal y como es, sino sólo una de las formas en la que somos capaces de aprehender su múltiple realidad.

La observación humana colapsa el universo de posibilidades en una sola, la que describe nuestra experiencia personal, pero eso no quiere decir que la realidad sea así. Lo mismo que pasa con la bailarina, pasa con la materia: cuando se la observa, colapsa en un solo estado, aunque su naturaleza sea la de la superposición de estados. Por eso el gato de Schrödinger sólo está vivo o muerto cuando abrimos la caja. Antes de abrirla, está vivo y muerto al mismo tiempo, como es lógico. 

jueves, 23 de julio de 2015

Traidora


La mente nos ha traicionado. ¿Es que no os habíais dado cuenta? De tanto darle poder se ha apoderado de nosotros mismos, individual y colectivamente, hasta el punto de que ha secuestrado a nuestro verdadero yo, lo ha recluido en un sótano y no le da de comer más que de vez en cuando. Este secuestro dura ya milenios, así que no es raro que el yo verdadero se haya olvidado de quién es y ahora crea que es nuestra mente; tenemos síndrome de estocolmo y nos creemos que somos nuestro ego, nuestro secuestrador. Por eso nos identificamos con nuestra mente y por eso creemos que somos lo que pensamos. ¡Pobres!, siendo emperadores nos creemos ratas. La grandiosa esencia de lo que somos sólo despierta cuando miramos al cielo estrellado, cuando nos sentamos al borde del mar, cuando vemos un atardecer o sencillamente cuando no pensamos (cosa rara y harto difícil, ya que la mente, que es pensamiento puro, tiene pánico de su propia ausencia; por eso nos resulta tan difícil dejar de pensar, porque pensamos que no pensar es desaparecer). Curiosa artimaña esta de hacernos sentir vulnerables precisamente cuando damos el primer paso en busca de la invulnerabilidad que hay en nosotros.

El ego es un miedica, un malcriado de las ubres de la mente que se hace fuerte levantando la voz para ocultar su debilidad. Vive del enfrentamiento, de la separación, de la discusión, de pelearse por la razón, de diferenciarse, de apoyarse en las paredes irreales del mundo material y de reivindicar toda nuestra identidad. No somos lo que pensamos, ni lo que hemos estudiado, ni lo que hemos vivido, ni lo que queremos hacer, ni lo que somos capaces de ser. Todo eso es nuestra mente, una herramienta que maneja en vez de ser manejada, un sirviente que da órdenes, una fragua que se cree herrero.

No hay mejor terapia, para lo que sea, que no pensar. Meter un palo en la rueda de la mente atropellada, esa que es incapaz de dejar de enredar en el pasado y de fantasear con el futuro, es la mejor manera de centrarse en el presente y de destruir al ego, ese impostor con licencia de pensador. Por eso cuando tenemos un problema solemos argumentar que trabajar nos viene bien, para no pensar, o que nos conviene hacer esta o aquella cosa para estar entretenidos. En definitiva, la solución es siempre no pensar. Cuando esto se consigue, se contacta con la esencia del ser, dejamos de identificarnos con nuestras ideas, sencillamente se es, y de ese viaje al ser -para casi todos casi siempre breve, casual y turístico- se traen pellizcos de paz que son como guiños del más allá, del que nunca nos hemos ido completamente, y al que volveremos definitivamente cuando se acabe la dictadura de la mente. Esto puede conseguirse incluso en vida, aunque para eso hay que hacerse no-pensador a tiempo completo, es decir, en cada ahora. La eternidad no es tiempo infinito, es la no existencia del tiempo, y eso sólo pasa en el ahora, entre otras cosas porque sólo en el ahora puede pasar algo. 

- Las ideas de esta entrada son una recreación personal de lo que he sentido y pensado al leer "The power of Now" ("El poder del Ahora"), de Eckhart Tolle. 

martes, 21 de julio de 2015

Antónimos


Si cuando discutes sobre un tema, el que sea, notas cómo se enciende un volcán dentro de ti que te dicta que tienes razón y que debes defender tu postura hasta el final, entonces es que aún no estás iluminado. Tu mente, ese impostor de ti mismo, se reivindica y busca pelea. Necesita afirmarse, ponerle un espejo a tu ego para que se reconozca en la diversidad, en los opuestos, en la lucha. Que tengas razón o no es lo de menos. La razón es un combate de mentes, pero si buscas la paz, entonces cualquier combate, aun ganado, te aleja de tu victoria personal. La victoria es la ausencia de combates.

Si puedes afirmar tu verdad con claridad y sosiego, si puedes decir "no" sin provocar negatividad, y si tu paz interior no se ve perturbada por lo que digan, piensen o entiendan ahí fuera -igual que no se perturba el fondo del mar por las brisas de la superficie-, entonces no hará falta decírtelo porque ya lo sentirás tú mismo: eso que ves es la luz. 

El verdadero yo, el que participa de la totalidad como participa cada gota de agua del mar, no se indigna ante las diferencias ni pelea para doblegar porque vive en un mundo sin antónimos. ¿Contra qué luchar si no existe el antónimo contra el que pelear? En su más íntima esencia, es decir, en la intimidad de la materia y en las proximidades del verdadero yo, los antónimos se funden para formar una realidad dual que no se contradice sino que se superpone. En el campo gravitacional del ego, sin embargo, no faltan las guerras, los enfrentamientos y, en general,  la búsqueda de la diferencia para afirmar lo propio por comparación. Si quieres ganar algo, es que estás perdiendo. 

Voces lejanas


El escalador llevaba tiempo caminando, pero no tenía clara su posición. Decidió pararse un momento para pensar sobre el camino seguido y dónde se encontraba. Su cansancio le dictaba que había ascendido, pero, aparte de esta sensación, necesitaba encontrar algo en él o a su alrededor que le aclarara cuánto había ascendido, o si, por el contrario, quizás había errado el camino y estaba aún más abajo que antes de empezar. 

De no haber descendido se autoconvenció fácilmente, pues recordó que empezó a caminar hacia arriba justo cuando supo que ya no se podía bajar más. Su viaje tuvo principio en su sombra más oscura, en la más baja, y le resultó entonces lógicamente imposible haberse hundido más. De que aún no había llegado a la cima tampoco le costó convencerse, ya que aún le quedaba cielo por encima. Por tanto concluyó que su cansancio era la medida de lo que había ascendido.

Para poder medir hasta dónde, se le ocurrió preguntárselo a alguien, pero se dio cuenta de que estaba en la ladera de una montaña en la que no había nadie más. La gente con la que solía hablar se había quedado allí abajo, en el valle, y ya nadie le podía escuchar, aunque gritara, y ya a nadie podía escuchar, aunque le gritaran. 

La soledad -le dijo el eco de la montaña- es el mejor indicador de que vas por el buen camino, hombre buscador. No hay atascos en el camino de la iluminación porque no es el más transitado, y no te ha de extrañar esa sensación de falta de compañía, pues caminas hacia dentro de ti mismo; ¿a quién esperas encontrar ahí si no es a ti y nada más que a ti? 

Igual que la flecha, que necesita un vuelo para ensartarse en su blanco, la sabiduría necesita también volar, ser foránea, alejarse para así poder cubrirnos desde fuera y fecundarnos. Viajero buscador, fecundador de paz, la soledad y las voces lejanas cada vez más débiles son la medida de tu acercamiento. Alejarse de todos para acercarse al todo, he ahí la indescifrable paradoja de tu escalada.

martes, 7 de julio de 2015

Ojos mentirosos


La vista molesta, trastorna, deforma, interrumpe, se interpone – se lamentó el alma con cuerpo-. Por eso cerramos los ojos cuando queremos escuchar un murmullo o un ruido casi imperceptible. Necesitamos dejar de ver para sentir las caricias del sonido y nos escondemos en la ceguera para agarrar la realidad sin forma. La imagen es un sucedáneo, una foto inexistente, un engaño mercadeable, una cobarde mentira de lo sublime, un recuerdo de algo que nunca fue.

Así veía sus emociones el alma del hombre visionario, y por por eso empezó a odiarse. No soportaba la pequeñez de su cuerpo. Su espíritu contorsionista no aguantaba más allí dentro, confinado en una vulgaridad corpórea. El futuro era sólo un montón de recuerdos dolorosos por llegar, nada esperanzador. Todos traían imágenes, o colores, o luces. Hasta la oscuridad perdió su condición de nada, pues no era más que la hija secreta del deslumbramiento. Todo lo imaginable era imagen, hasta los recuerdos evocados a través de un aroma, una tela rugosa o un regusto sin precedentes. Todos sus sentidos le conducían a una cárcel de imágenes, a una condena visual. Necesitó inexplicablemente dejar de ver para liberarse, sellar los párpados de toda su percepción visual para sentir la paz y el éxtasis sosegado de la quietud absoluta, saltar por el barranco infinito de su propio cuerpo al otro lado de lo sensible, desnudar el universo, despojarle de todo lo descriptible, avergonzarle, sentir sin sentidos, reconocerse en el espejo de las almas, vengarse de sí mismo para encontrarse de verdad, así que, sintiendo cada detalle de la macabra ceremonia que urdía por necesidad, se saco los ojos y se los comió escuchando su propio masticar.

Todos sus sentidos se reconciliaron. No hubo ningún sonido después de haber oído mascullar su propia vista, sus manos no pudieron sentir otra cosa, su olfato se desmayó y el tiempo vomitó pasados hacia el futuro. Por fin había conseguido identificarse: Los sentidos, esos alborotadores, no son ventanas, sino tabiques hacia el no ser. 

domingo, 5 de julio de 2015

Pistas y dudas


Fueron pocas las pistas que me dieron. De hecho, no me dieron ninguna. Lo que llamo pistas no fueron sino ideas caprichosas de quien necesita concluir algo aunque no tenga nada concluyente. Las así llamadas pistas eran un despiste. Una de ellas era que no sabría cuándo terminaría la historia, y cuando terminara tampoco podría saberlo, precisamente porque ya habría terminado. La otra pista era aparentemente más funcional pero igualmente inútil en realidad: Debía buscar la felicidad. La búsqueda consistía en entender lo que era, y cuando lo entendiera se podría decir que la habría encontrado. Tenía, por tanto, que buscar un concepto y entenderlo. 

Entonces resulta que cuando uno nace empieza la curiosa e ineludible aventura de la búsqueda de un concepto para sentir, ¿o quizás para no sentir? Y eso que se busca se encuentra precisamente definiéndolo y creyéndose su definición. ¿Qué es la felicidad? ¿Te crees eso que dices que es? ¿Sí? Pues, ¡ea!, objetivo cumplido. Se es feliz al gusto. 

El caso es que yo no me acabo de creer ninguna de las definiciones que concibo, así que no acabo de terminar la búsqueda. Quizás lo más desconcertante que encuentro es esa obligatoriedad latente de encontrar la felicidad. Eso de “deber” encontrarla me chirría, ya que no entiendo que haya felicidad sin libertad, y la libertad nunca se presenta detrás de obligatoriedades de ningún tipo. El acto libre no es un acto que deba hacerse, es sólo un acto que se hace. El hombre feliz es libre, y si es libre, entonces sólo realiza actos libres, es decir, desapegados de toda necesidad. Así pues, hacer algo para demostrar algo a los demás no es un acto libre, ya que está obligado por la necesidad de demostrar ese algo. Puede ser un acto bueno, pero no libre. Si siento que quiero demostrar algo, entonces es que no soy libre. 

Los actos que no son libres son semillas de sí mismos porque piden más, exigen más, son cheques que se convierten en facturas. Su desempeño es un viaje en bicicleta estática porque agota pero no nos mueve hacia nuestro verdadero yo. Sin embargo, el acto o la omisión libres mueven, desplazan, descubren el velo que hay entre yo y yo mismo. El acto libre es puramente cualitativo.

Y así, sin más datos, con una infinitud de dudas, hay que ponerse a caminar hacia… ¿delante? buscando la manera de desempeñar actos libres para ser feliz. Pero hoy, mirando hacia… ¿atrás? me doy cuenta de que ninguna de las huellas que me han traído hasta aquí es mía. No hay nada libre porque todo está influenciado por todo lo demás, así que de la libertad -como de las estrellas- sólo vemos la luz de su pasado. Somos objetos robados en la casa de un ladrón que ya no vive allí. Alguien nos tiene que devolver a nuestro dueño para que no tengamos nada que entender y podamos, por tanto, desentendernos de todo y dejar de “tener” que encontrar. La libertad y, por ende, la felicidad, se esconden en su propia ausencia de necesidad de ser encontradas. Si hay que buscarlas, es que no están, y si se duda de si están o no, evidentemente no están, y dado que el universo tiene forma de interrogación, todo es una gran duda. 

Quizás lo único indudable es que la felicidad necesita de la libertad, y mientras uno esté vivo, tal y como lo entendemos los que ahora lo estamos, lo único que podremos hacer será buscar sabiendo que no vamos a encontrar jamás. ¿Qué es la vida sino un período de broma macabra, transitoria y accidental comprendido entre dos eternidades durante el cual se busca algo imposible de encontrar?