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No tenía fuerzas para rendirme, así que decidí emprender activamente una búsqueda eidética, es decir, de lo esencial. Pensé que el cambio que afrontaba merecía un decorado literario, y de ahí el blog. En él reflejo pensamientos, reflexiones y emociones que he vivido durante mi estancia en Tanzania enseñando inglés y suajili a niños de preescolar en un colegio rural de la organización Born To Learn, en India como profesor de francés para la Professional School of Foreign Languages de la Fundación Vicente Ferrer, y actualmente en Malí cooperando con CONEMUND en proyectos de seguridad alimentaria y equidad de género. Mi objetivo cabe en una palabra: Compartir.

martes, 24 de septiembre de 2013

El amor es radiactivo


Yo viví unos años en un valle labrado por un río hecho de lágrimas de las que sólo se lloran cuando se es muy feliz. Viví allí porque me enamoré de una preciosa rosa de la ribera, por cuyo amor me convertí en un gracioso colibrí que adecuó su pico para polinizarla sólo a ella. El paisaje era tan maravilloso, la rosa tan bella, y mi pico tan alambicado que la idea de irse de allí resultaba tan lejana como imaginarse a la mismísima felicidad suicidándose. Pero sucedió que un día apareció flotando por el río un objeto extraño que se acercó hasta la rosa y se quedó enganchado en ella: era un número.

¿Qué hacía un número allí? ¿Qué sentido tenía eso?

Tras el primero llegó otro, y luego otro, y así una plétora de ellos que se enganchaban los unos en los otros hasta inundar al propio río, que acabó secándose para convertirse en una estéril e ilegible ristra numérica. Cuando el río se secó hubo un corrimiento de cifras que sepultó el valle completamente y que terminó transformando el paisaje en una llanura elevada donde ya no había río de lágrimas de las que sólo se lloran cuando se es muy feliz, ni rosa preciosa en la orilla, ni colibrí polinizador; sólo números apelotonados que no significaban nada pero que lo ocupaban todo.

La rosa murió, y yo también, pero el amor que nos tuvimos no, y aunque quedó enterrado, no hay avalancha, ni cofre, ni cifra alguna -aunque se mida en siglos- que pueda aniquilar lo que un día allí hubo, porque el amor es radiactivo, y atraviesa la materia, y se ríe del tiempo, y convertirá los números en un denso manto de tréboles de ocho y nueve hojas sobre el que mi alma y la de la rosa se podrán tumbar para admirar lo bello que es el cielo lleno de estrellas -a las que nunca podremos numerar- y para pensar en cuánto se parecen los valles a los agujeros cuando se observan desde arriba.


viernes, 20 de septiembre de 2013

Fulcro vital


"Sólo sé que no sé nada". "Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo". Se me ocurre que estas dos frases que todos hemos escuchado alguna vez y que probablemente hemos utilizado alguna otra pueden conjugarse para dar a luz una nueva que sea, si no igualmente lapidaria, quizás sí tan densa como cada una de ellas, y puede, si cabe, que más pragmática.

Sobre la primera, empezaré con un rebatimiento: yo sí sé algo, y me refiero a algo de lo que estoy totalmente seguro. De todo puedo dudar menos de una cosa. Puedo dudar de que sea el amor lo que mueve el mundo -pues hay quien dice que es todo lo contrario-, de que mi padre sea quien es, de que mis hijos sean míos, y hasta de que lo que refleja el espejo sea verdaderamente yo. También puedo dudar de que el tiempo pase tal y como yo lo mido -pues ya dijo "el bigotes de los pelos revueltos" que es relativo-, y de que donde hay una cosa no pueda haber al mismo tiempo otra. De todo esto, y de todo lo demás, puedo dudar física y filosóficamente, pero sé con certeza absoluta algo indudable, y es que voy a morir.

Sobre la segunda frase, voy a ponerla en práctica utilizando como punto de apoyo la conclusión a la que acabo de llegar con la primera, es decir, voy a hacer palanca sobre mi muerte segura. No hay nada más fiable que la muerte, que a todos llega y a todos iguala – balanza y peso que iguala al pastor con el rey y al simple con el discreto. Al dejar este mundo, por tan estrecha senda va el príncipe como el jornalero, y no ocupa más pies de tierra el cuerpo del papa como el del sacristán, aunque sea más alto el uno que el otro, que al entrar en el hoyo todos nos ajustamos y encogemos, o nos hacen ajustar y encoger-. Puedo estar seguro, pues, de que el efecto palanca va a funcionar si lo apoyo en este imprevisible, equilibrante e inevitable evento. Fulcro fiable, por tanto, la muerte. 

¿Por qué se esprinta al final de las carreras? ¿Por qué sube el portero a rematar al final del partido? ¿Por qué se estudia con más intensidad el último día antes del examen? ¿Por qué, en general, se espera al final para darlo todo?

Parece que está en nuestra naturaleza dejarlo todo, o lo mejor, o lo más intenso, para el final. Si está en nuestra naturaleza y no podemos ir contra natura, podemos al menos preguntarnos cuándo empieza el final, cuándo llega el momento de empezar la traca definitiva, de echar el resto en la vida, de vivir con toda la intensidad de que somos capaces estimulados porque el juego se acaba… ¿Cuándo empieza la recta final de la vida para comenzar a darlo todo viviendo?

Cuando a Nasreddin le preguntaron dónde estaba el centro del mundo, respondió sin duda alguna señalando el punto en que se encontraba: "Aquí está el centro de la Tierra". ¿Cuándo empieza el final de mi vida? -me pregunto yo- y emulando a Nasreddin en esta versión temporal de su brillante respuesta espacial, me digo que, como mi vida también es redonda, ya que acaba cerrándose sobre sí misma, el final comienza ahoraHe aquí un ingrediente más para la nueva frase, mutante e híbrida de la de Sócrates y la de Arquímedes: 

Sólo sé que moriré, y sobre ese punto de apoyo viviré mi vida y moveré el mundo, ahora”. Morir me solaza y me estimula. No puede haber mensaje más vital si se lee al revés de lo habitual. ¡Vamoooos!

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Grados de libertad


- ¡Soy libre!- gritaba ingenuo el tren discurriendo por su raíl a toda velocidad mientras el pájaro, que le escuchó, se reía de él planeando descuidadamente en el cielo.
- Si él se siente libre –pensó el pájaro- porque no sabe lo verdaderamente esclavo que es de los raíles por los que circula, beatus ille.

Existen grados de libertad, y aunque parezca que lo importante sea la sensación subjetiva que cada uno tiene de ella, lo cierto es que hay gente tan esclavizada que sencillamente piensa que es libre porque está viva, como si la libertad no fuera más que no haber sido aún apresado por la muerte. Desmedrado pensamiento, en mi opinión, para tan maravilloso y excelso concepto, uno de esos indefinibles a los que sin embargo podemos acercarnos con circunloquios como este: 

La libertad, amigo Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar esconde; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres”.

Llevado al extremo, uno puede sentirse preso hasta de su propio cuerpo, aunque éste funcione perfectamente, y si bien parece más difícil sentirse apresado por las ideas propias, ya que éstas se defienden como la inteligencia –la virtud mejor repartida, porque todo el mundo cree tener suficiente-, resulta que las ideas también apresan, y más que el cuerpo, porque se disfrazan de personalidad, y una vez asumidas se hacen indistinguibles de una opción libre, aunque vengan insufladas y plastificadas desde fuera.

Quiero ser pájaro, pero no para reírme de los trenes, sino para que mi rail sea el viento, y por eso me pongo en duda constantemente. No hay nada más estable y próspero que planear sobre la posibilidad del cambio permanente.

Yo vuelo hacia Zihuatanejo, y me gustaría no hacerlo solo sino en bandada.