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No tenía fuerzas para rendirme, así que decidí emprender activamente una búsqueda eidética, es decir, de lo esencial. Pensé que el cambio que afrontaba merecía un decorado literario, y de ahí el blog. En él reflejo pensamientos, reflexiones y emociones que he vivido durante mi estancia en Tanzania enseñando inglés y suajili a niños de preescolar en un colegio rural de la organización Born To Learn, en India como profesor de francés para la Professional School of Foreign Languages de la Fundación Vicente Ferrer, y actualmente en Malí cooperando con CONEMUND en proyectos de seguridad alimentaria y equidad de género. Mi objetivo cabe en una palabra: Compartir.

miércoles, 31 de julio de 2013

Si no se puede definir, será lo que yo quiera


Al igual que con la muerte, a la que algunos no temen porque cuando nosotros somos ella no es, y cuando ella es nosotros ya no somos, hay gente que no teme a los desconocidos, porque mientras lo son no forman parte de nuestra vida, y cuando pasan a formar parte de ella ya no son desconocidos. Desde este punto de vista el miedo es un prejuicio pesimista, y por tanto sólo tendría lógica temer lo que sí se conoce.

Hay personas sin este prejuicio que ofrecen las llaves de su casa a cualquier desconocido, y lo hacen sin miedo, pero un desconocido que toma esas llaves a quien poco a poco se vaya conociendo puede pasar a ser, también poco a poco, alguien a quien ya se pueda temer porque despierte recuerdos que infundan más miedo que la propia realidad que se esté viviendo con él. 

Desde el momento en que sentimos el primer picotazo doloroso de la vida, y todos los que vivimos sabemos que hay varios, y con varios tipos de veneno, corremos el peligro de que nuestra memoria nos paralice por temor a que se repita lo que no nos gusta.

Más que la realidad externa es nuestra propia memoria la que nos envenena, así que al final todo acaba siendo un proceso interno que poco o nada tiene que ver con la realidad externa que estamos viviendo, que puede parecernos menos real que nuestras lucubraciones internas, sean éstas timoratas o no.  

Las cosas no son como son, sino como nos las tomamos, así que el verdadero partido de nuestra felicidad se juega en nuestra capacidad de interpretar lo que nos pasa, importando relativamente poco lo que ahí fuera ocurra, ya que eso no es cosa nuestra, y además intentar controlarlo sería como querer pintar el viento, vaciar el mar con un cubo o vivir en una cocina en la que no dejan de caer platos por todas partes pretendiendo que ninguno se rompa.

A mí me da igual lo que pase ahí fuera, porque al final me va a pasar de todo, así que si quiero que mi mundo gire de otra manera me daré la vuelta e imaginaré que ha sido el mundo el que ha cambiado de sentido. Para ver algo al revés haré el pino, y si quiero que desaparezca la luna la taparé con un dedo. Son ventajas de que lo real no sea realmente definible. 


jueves, 25 de julio de 2013

Más pulgadas, menos ideas


De nuevo en contacto con el hipnotizante día a día en España. Después de tres meses sin ver la televisión me estoy dando cuenta -pero ahora sintiéndolo empíricamente, con la sensibilidad que da la abstinencia prolongada- de lo pequeña que es esa caja. A medida que se ha ido ensanchando en pulgadas se ha ido encogiendo en ideas. No sé si es tonta o no, pero desde luego es zafia  y venenosa porque idiotiza de una manera abrumadora y fulminante. La higiene mental de estos meses ya se ha perdido en un suspiro, como quien echa a perder en un segundo una camisa limpia y recién planchada con un mancha de café mal vertido. En un sólo día ya he visto todo lo que tenía que ver, lo mismo de siempre. Las mismas medias verdades que cuando me fui, el mismo pesimismo desesperanzado y desesperanzador, la mismas frivolidades, la mismas necesidades inducidas, las mismas heces sahumadas de información. 

Aquí viajamos por la vida sentados hacia atrás; el viento no nos da en la cara sino en el cogote y tenemos siempre la sensación de que no tenemos algo que necesitamos, que no sabemos algo que había que saber, que vamos a tropezar con algo que no vemos y que deberíamos haber sabido que estaba ahí. En otros lugares las carencias son tantas que uno ya está caído, pero esa situación tiene la ventaja de que desde el suelo sólo cabe la posibilidad de levantarse, y eso al menos encierra una dosis de esperanza que hace del día a día algo más alegre, más esperanzador. 

Más vale vana esperanza que ruin posesión. Prefiero vivir con la sensación de que me estoy levantando que con la de que en cualquier momento me voy a caer. Otra vez el presente continuo y su poderoso efecto revitalizante o narcotizante. Otra vez el presente continuo y su descarnada relación con el gerundio viviendo

En Tanzania hay un fracaso escolar insultante, y la clave del asunto está en que las clases se imparten en swahili y luego los exámenes de secundaria son en inglés. Los niños están bien preparados en cuanto al contenido de las materias sobre las que se les examina, y algunos son más listos que el hambre que pasan, que las muchas cabras que ellos solos pastorean o que los palos que reciben, que también son muchos en muchos casos, pero se les hacen las preguntas en un idioma que no dominan, así de sencillo. Una trampa para mantener al país sin formación y hacer de los hombres borregos. 

Aquí el asunto es más sutil; se trata de que las ideas del cerebro reboten dentro de una caja sin salir nunca de ella, para que no lleguen nunca a tener la claridad del pensamiento libre. Da igual que hables un idioma o cinco, porque con tus propios conocimientos se pueden hacer las paredes de una caja negra. 

En un sito se pone el sol ocultándolo tras un idioma supuestamente oficial y realmente desconocido, y en otro se oculta la luz encerrándola en un complicado juego de espejos que se dice así mismo luminoso por jugar con la luz, pero que realmente juega a ensombrecer la mente de los infelices que siguen su programación dispuesta a modo de metrónomo para hipnotizar y entontecer. 

Feliz siesta mental, gente bien informada. 

martes, 16 de julio de 2013

Rarezas normales


Cuando vuelva a España me voy a pasear por la calle con el ordenador en la cabeza, o con la bolsa de deportes, o con lo que lleve, y caminaré erguido sin que se me caiga y sin perder por ello la posibilidad de mirar a los ojos a todo el que me cruce. Me preguntaré para qué sirven los pasos de cebra y si esa pintura divertida en el suelo promociona alguna empresa de safaris, esperaré que todo el mundo me salude en swahili simplemente por tener la piel blanca y responderé con una de las innumerables sonrisas automáticas que aquí me han acostumbrado a dedicar. 

Cuando vuelva a Madrid me subiré en el autobús y no me extrañaré de que cualquier mujer de las que lleva a su hijo bronceado por la genética acostado en su kanga, como un canguro de colores, me lo ponga en los brazos durante el viaje para aligerar su peso mientras pasa de su cabeza al suelo una canasta repleta de plátanos. Me asombraré, eso sí, de que las puertas abran y cierren bien y de que que lo hagan sin que nadie tenga que empujarlas. 

Cuando vaya a comer me asombraré de tener que tocar la comida con un instrumento metálico, y de no sentir su tacto en mi mano antes que su gusto en mi boca. Saborearé un postre como una dulce sorpresa y caminaré con los pies abrigados aunque no haga frío. 

Cuando hable con la gente me preguntaré por qué siempre se tratan temas que se han leído antes en la prensa o que se han visto en la televisión, y cuando vea una televisión me alarmaré de que no esté metida en una jaula metálica cerrada por un disuasivo candado para que nadie se la lleve. 

Buscaré gente con azadas por la calle y echaré de menos las cabras, las vacas, los perros y los camaleones, y si voy a algún colegio me extrañará que no haya alguna gallina entre las mesas. Cuando vaya al baño y vea que está embaldosado pensaré que pertenece a alguien que tiene mucho dinero y que no sería un mal lugar para dormir. 

Me extrañará que casi toda la gente esté tan pálida y que aun sabiendo leer y escribir tenga tan poca independencia intelectual. 

Y si alguien me pregunta a mí por lo que hago, por lo que me pregunto y por lo que me sorprende, simplemente diré que es que acabo de llegar de viaje, de donde las rarezas son normales. 

jueves, 11 de julio de 2013

Vuelvo con hielo



Tengo emociones enfrentadas cuando pienso que está cerca la fecha de mi regreso al mundo irreal. Saberlo es algo que me pone inevitablemente en alerta y me es imposible eludirlo, igual que me es imposible no escuchar cosas que no me gustan porque el oído es algo que no se puede cerrar. El futuro inmediato me habla, y aunque no quiera escuchar lo que me dice lo oigo, y de tanto oírlo al final voy a tener que escucharlo. 

Curiosamente vuelvo con una maleta que pesa menos que la que traje, así que el bagaje aquí granjeado va a ir de contrabando en los aeropuertos, pero me da la sensación de que lo que llevo voy a tener que facturarlo a la llegada, cuando compruebe que las piezas que he encontrado del puzle de mí mismo no encajan en el nuevo entorno, el de siempre hasta antes de venir aquí.

¿De qué me servirá, por ejemplo, poder expresarme en un idioma que nadie sabe? ¿Qué voy a comprar con una moneda emocional corriente aquí y desconocida allí? ¿Qué voy a hacer cuando vea que lo irrelevante aquí es importante allá, y viceversa? ¿A qué voy a jugar cuando los juegos de allí me aburran? 

Supongo que tendré que buscar las respuestas dentro de mi propia maleta, esa que por otra parte tantas ganas tengo de abrir cuando llegue. Dentro habrá cosas que no sirvan o no se entiendan, pero pienso que quizás algunas sean como cuando llegó el hielo a Macondo, y Aureliano al tocarlo por primera vez exclamó asustado: "está hirviendo". Quizás incluso se me deshagan con el tiempo como el propio hielo, pero creo que algo dentro de mí va a quedar humedecido de por vida por la experiencia de manera que, también como Aureliano, viva dentro de mí y lo pueda recordar frente al pelotón de mi fusilamiento. 

Hay sitios de los que uno nunca se va porque se van con uno, así que facturaré mi Tanzania entera al llegar, y lo haré sin eso que contamina el alma y se lleva la paz de cualquiera que lidia con ello. No lo llevaré a mi aldea, pero sí llevaré hielo duro como un diamante y ligero como una idea, y supongo que a algunos les parecerá que hierve la primera vez que lo toquen. 

PS: Eso que no llevaré, y que tampoco me traje, está aquí: