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No tenía fuerzas para rendirme, así que decidí emprender activamente una búsqueda eidética, es decir, de lo esencial. Pensé que el cambio que afrontaba merecía un decorado literario, y de ahí el blog. En él reflejo pensamientos, reflexiones y emociones que he vivido durante mi estancia en Tanzania enseñando inglés y suajili a niños de preescolar en un colegio rural de la organización Born To Learn, en India como profesor de francés para la Professional School of Foreign Languages de la Fundación Vicente Ferrer, y actualmente en Malí cooperando con CONEMUND en proyectos de seguridad alimentaria y equidad de género. Mi objetivo cabe en una palabra: Compartir.

viernes, 7 de septiembre de 2018

Desgracia divina


Hoy me he encontrado con la palabra "madrepórica" y me ha dicho que hay unos animales con el ano en la boca que se organizan durante unos treinta millones de años para formar islas intertropicales que se llaman atolones. Lo de que la propia naturaleza nos sirva las definiciones en una bandeja de poesía me ha confirmado que verdaderamente la aventura del saber es sabrosísimamente interminable.

Al dictado del gusto de aprender algo tan surrealista pero tan real me he parado a pensar en lo aburrida que sería la vida si no hubiera nada que aprender, e imaginándome alguien que no pudiera aprender nada para así ponerme en su lugar y sentir la vacuidad de su día a día he acabado poniéndome en el lugar de quien todo lo sabe -que es la única manera de no tener nada que aprender que se me ocurre-, y así pensando no he podido evitar terminar imaginándome a Dios, pues él es el único que aun pudiéndolo todo no puede conjugar la primera persona del singular del presente de indicativo del verbo aprender.

Y ha sido al sentir que Dios no puede aprender nada cuando me he dado cuenta de lo desgraciado que es. Me ha dado tanta pena que le he tenido que consolar diciéndole que no todo el mundo puede ser mortal y sentirse vivo mientras no está muerto, y que no todos pueden ignorar para así estar con la mejor de las disposiciones para disfrutar del aprendizaje, y que si Él no podía aprender nada ni sentir la vitalidad de tener que morirse debería fijarse en las cosas buenas que tiene, como por ejemplo ser todopoderoso, omnisciente y eterno, pero Él me ha respondido entre lágrimas -que al caer han formado un par de océanos- que no hay día sin noche, risa sin llanto, rosa sin espinas ni amor sin dolor, y que no se puede conocer la oscuridad buscándola con una linterna. 

Inteligente observación -he pensado- digna de quien todo lo sabe. Y triste existencia –he sentido- propia de quien nada ignora y ya a nada puede aspirar.

Y así, de esta madrepórica manera, he concluido que ser humano con sus estimulantes carencias es mucho mejor que ser divino con sus paralizantes abundancias. 

- 21 de febrero de 2015 -