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No tenía fuerzas para rendirme, así que decidí emprender activamente una búsqueda eidética, es decir, de lo esencial. Pensé que el cambio que afrontaba merecía un decorado literario, y de ahí el blog. En él reflejo pensamientos, reflexiones y emociones que he vivido durante mi estancia en Tanzania enseñando inglés y suajili a niños de preescolar en un colegio rural de la organización Born To Learn, en India como profesor de francés para la Professional School of Foreign Languages de la Fundación Vicente Ferrer, y actualmente en Malí cooperando con CONEMUND en proyectos de seguridad alimentaria y equidad de género. Mi objetivo cabe en una palabra: Compartir.

lunes, 28 de agosto de 2017

Mis experimentos con la psique IV. Mi abuelo.


Mi abuelo José Antonio era una persona de una ingenuidad legendaria. No tuve tiempo de conocerle muy bien, pero entre lo que recuerdo y lo que me han contado mis padres y mis tíos he podido hacer de él un mosaico de tres piezas con sendas frases que ha pasado a la historia de mi familia y de mi patrimonio de grandes ideas.

En cierta ocasión, mientras mi padre cortaba leña en el pueblo, en Entrambasaguas (Cantabria), a mi abuelo, que pasaba por allí, le dio por coger unas cuantas astillas de las que mi padre iba dejando amontonadas a medida que iba dando hachazos, y las cambió de sitio. Supongo que el objetivo era ordenarlas según su criterio. Pero parece ser que este criterio no coincidía con el de mi padre, quien, sorprendido y molesto con lo que mi abuelo venía de hacer, le preguntó: 

- ¡Pero bueno!, ¿¡por qué pone usted eso ahí!?

Y mi abuelo, sintiéndose interrogado, juzgado y condenado al mismo tiempo (mi padre era capaz de provocar todas esas emociones con un sola pregunta), respondió empequeñecido: 

- ¡Na, pa quitarlo!

Y con la misma naturalidad con la que había movido las astillas de un sitio a otro las volvió a poner donde las encontró.
Desde aquel día, en mi casa las mofas eran muy facilonas:

- ¿Para qué enciences la tele?
- ¡Na, p´apagarla!

- ¿Para qué vas a tal sitio?
- ¡Na, pa volver!

Y así una detrás de otra, pues la frase no era una frase, sino una apología de la tontería, por así decirlo. Sin embargo, con el paso del tiempo, después de mucho reír y mucho llorar de risa, he pensado en la frase y me parece que tiene más miga de la que podría parecer, porque en realidad no hay nada que se ponga en algún sitio que no acabe también quitándose de ese sitio, empezando por los objetos y siguiendo con los conceptos, las situaciones y las ideas. Lo que quiero decir es que todo cambia: cambiamos de trabajo, de casa, de novia. Nuestro cuerpo cambia de la infancia a la adolescencia, y de ahí a la edad adulta y a la vejez, nuestra idea mental o emocional de nosotros mismos o de los demás cambia, los planetas se mueven constantemente, y está demostrado que la materia está también está en permanente cambio. No hay más que ver el trajín que se traen los átomos y las partículas subatómicas de todo lo que existe. La quietud como tal, no existe en este mundo. Todo está puesto en un sitio “pa quitarse”. Nada es permanente, y nuestra vida, aunque suela olvidársenos, tampoco.

En otra ocasión, no siendo yo muy grande ni muy pequeño, pero lo suficientemente avispado como para hacer cuentas, hice un día un cálculo que no me cuadraba muy bien y lo comenté abiertamente en una comida familiar, también en el pueblo. No sé por qué azar llegó a mi conocimiento el día de la boda de mis abuelos, y como yo ya sabía cuándo nació mi madre, simplemente me puse a restar meses. No sé qué me me llevó a eso, pero resultó que la resta daba menos de nueve, y por eso, con la inocencia más grande del mundo pregunté:

- Abuela, ¿cómo es que mamá nació después de menos de nueve meses después de que usted y abuelo se casaran? Porque los niños tardar nueve meses en nacer, ¿no?

En aquel momento pensé que a mi abuela le había dado un apretón, o algo así, porque la mujer desapareció de la mesa como si nunca más fuera a aparecer. La pobre, con las consideraciones de la época, guardaba aquella circunstancia en lo más profundo del cofre de sus vergonzosos secretos. Pero lo más llamativo de esta circunstancia, que yo no llegué a entender hasta pasados varios años, no fue mi abuela convirtiéndose en relámpago, sino la explicación que mi abuelo dio para tal eventualidad. Ante esto, que todos sabemos tenía una sola explicación, mi abuelo dijo, quedándose más ancho que largo: “¡Na, fue un pocu na más!”.

Si tuvimos mofa en mi casa con lo de “pa quitarlo”, lo de “un pocu na más” ya se hizo más que proverbial. Podía uno ducharse “un pocu na más”, ir a dar un paseo “un pocu na más”, coger el autobús “un pocu na más”, etc. Pero también a esta frase, con el pasar del tiempo, le he encontrado la grandeza, porque me he dado cuenta de que gracias a pequeños pocos puede haber enormes cambios en todos los órdenes: político, social, económico, profesional... y por supuesto también mental. Cambios diminutos, circunstancias aparentemente irrelevantes pueden ocasionar enormes consecuencias, ya sea para bien como para mal. El mundo en el que vivimos está sometido a infinitas variables, y un pequeño desliz puede hacer, por ejemplo, que yo exista y esté aquí ahora mismo escribiendo esto, aunque sólo sea “un pocu na más”. ¡Ojo, pues, con los pequeños cambios, porque no hay ninguno grande que no empiece por ellos!

Y para terminar, su tercera salida. Para mí, otra gran afirmación digna del mismísimo Buda. Se conoce que, aparte de trabajar con vacas, cerdos, tierras y colmenas, el hombre también recogía nueces, y tenía por costumbre ir a venderlas al mercado de Reinosa. En una ocasión una mujer interesada en comprarle algunas le preguntó:

- Oiga, las nueces estas estarán buenas, ¿no?

Hay que reconocer que la pregunta era ya en sí un poco absurda, porque todos sabemos lo que iba a decir el vendedor independientemente de la bondad de las nueces. ¿Qué iba a decir si quería venderlas? Diría que sí, que estaban buenas, y punto. Pero mi abuelo, haciendo otra vez gala de su extremadamente imprevisible forma de pensar le soltó:

- Usted no se preocupe, señora. Si encuentra alguna mala, la tira y ya está.

¡Qué obviedades tan grandes!, tanto la pregunta como la respuesta. Pero aún así, creo que la respuesta, al igual que las anteriores, lleva sucinta filosofía pura. Por supuesto que puede haber nueces malas. ¿Quién puede garantizar que no las haya? La cuestión es qué hacer con ellas si toca alguna. Pues está bien claro: ni caso. ¿Cuántas veces no podríamos haber aplicado lo mismo a diferentes situaciones de la vida que nos han hecho sufrir? ¿Por qué no las ignoramos con la naturalidad con la que se ignoraría una nuez pocha? Esta tercera frase es una apología maravillosa de la aceptación. En primer lugar aceptación de que nueces malas puede haber y habrá, y en segundo lugar de que lo mejor que se puede hacer cuando a uno le toque una es tirarla e ignorarla.

Y aquí se completa la enjundiosa trilogía filosófica de mi abuelo, alguien a quien vi hipnotizar enormes enjambres con una piedra, al que las abejas no picaban, sino que le besaban, que me explicó por qué si el mismo enjambre se pone en dos colmenas diferentes entonces en una de ellas se mueren todas las abejas, y que me dio a probar la única verdadera miel pura que he catado en mi vida, manchándome gustosísimamente el hocico según caía de un saco de arpillera a través de cuyo tejido él la colaba. Lo he contado por un par de razones. La primera, porque necesitaba introducir los conceptos de la impermanencia de las cosas, la importancia de los pequeños cambios, y la conveniencia de la aceptación como actitud mental, porque haré alusión a ellos en sucesivos capítulos, y resulta que estas ocurrencias de mi abuelo me venían que ni de molde porque esas ideas se corresponden respectivamente a lo que él acuñó en sus frases de “pa quitarlo, “un pocu na más” y “si está mala, la tira”. Y la segunda razón para contar todo esto ha sido sencillamente que creo que en mi casa se van a reír mucho viéndolo por escrito.  

Ni que decir tiene que dedico estas líneas a la memoria de mi abuelo José Antonio, el hombre más ingenuamente sabio que he medioconocido en toda mi vida. 

- Jaipur (Rajasthan) - India, 24 de septiembre de 2015.

viernes, 4 de agosto de 2017

Concierto desconcertante


Recuerdo que cuando he tenido pareja he estado muy bien y muy mal. Podría decir que he estado fetén y fatal. Luego, pasado el toro me he dado cuenta de que lo bien o mal que yo estuve nunca tuvo nada que ver con mi compañera sino con mi compañero, mi otro yo. 

Ahora que ya no sólo ha pasado el toro sino que no hay corridas, he tomado la mansa determinación de relacionarme pero sin tener relaciones. La idea sería algo así como vivir pero sin vivienda o como tener una granja pero sin finca. Practico la tenencia pero no tengo nada y puedo prometer pero no me comprometo. No me falta nada y por la misma razón me faltará echar algo en falta

Con estas ideas paso por 'rarete' en entornos de cultura occidental y como un auténtico ornitorrinco en la cultura India. Creo que, aparte de su aspecto con pico de pato y cola de castor, lo que más raro hace al ornitorrinco es que siendo mamífero pone huevos; así de extraño es ese animal. 

Aquí en India todo el mundo tiene asumido que hay que casarse. Los casos más rebeldes con los que me he encontrado 'alardeaban' de no haberse casado 'todavía', pero asumían como quien asume que va a envejecer, que se tendrían que casar. 

Y lo más asombroso no es que algo que al fin y al cabo es un convenio social se interprete como un acto vital por el que hay que pasar obligatoriamente para completarse -como quien pasa por la infancia y la adolescencia para llegar a la completitud (o escasez en muchos casos, según se mire) de la edad adulta- sino que la mayoría se casa con quien le dicen sus padres que se tiene que casar. 

He conocido muy de cerca, porque han sido alumnos(as) con los(as) que he tratado diariamente durante un año entero, personas con una densa sesera, talentosos(as) como pocos(as) y de pensamiento de altos vuelos en otras materias que sin embargo en este asunto declaran con la simpleza de un niño obediente cosas del tipo 'si mis padres son felices, entonces yo también'. 

Esto para mí entra en conflicto con unos pensamientos que leí de Gibran Jalil Gibran que me encantaron en los que decía que los hijos no vienen de los padres, sino a través de los padres, y que por tanto no les pertenecen. El asunto del matrimonio concertado es una sopa que lleva milenios cociéndose y que tiene ingredientes tan profundos como frívolos. Verdaderamente difícil de comprender. Quizás la valoración más elocuente la hizo un alumno en clase cuando tras debatir durante un rato sobre este tema me dijo: 'En Europa el matrimonio es algo que pasa entre dos individuos, en la India es algo que pasa entre dos familias'. ¡Ah, vale! -pensé. 

Pero sin duda la palma se la lleva un caso que viví el curso pasado. Resultó que un lunes un alumno se me acercó al terminar la clase y me dijo: 

- Sir, I can´t come to class on Friday. 
- Señor, no puedo venir a clase el viernes. 

- Why? -I asked. 
- ¿Por qué? -pregunté. 

- Because I am getting married. 
- Porque me caso. 

- All right! Of course, no problem, congratulations! Who are you marrying?
- De acuerdo, por supuesto, no hay problema, ¡felicidades! ¿Con quién te casas?

- I don´t know. 
- No sé. 

Hoy, por supuesto, está casado, creo que felizmente, y a estas alturas supongo que ya sabe con quién, aunque quizás esto sea mucho suponer...

A continuación las preciosas reflexiones de Gibran Jalil Gibrán sobre los hijos: 

Tus hijos no son tus hijos,
son hijos e hijas de la vida
deseosa de sí misma.

No vienen de ti, sino a través de ti,
y aunque estén contigo,
no te pertenecen.

Puedes darles tu amor,
pero no tus pensamientos, pues,
ellos tienen sus propios pensamientos.

Puedes abrigar sus cuerpos,
pero no sus almas, porque ellas
viven en la casa de mañana,
que no puedes visitar,
ni siquiera en sueños.

Puedes esforzarte en ser como ellos,
pero no procures hacerlos
semejantes a ti
porque la vida no retrocede
ni se detiene en el ayer.

Tú eres el arco del cual tus hijos,
como flechas vivas son lanzados.

Deja que la inclinación,
en tu mano de arquero
sea para la felicidad
pues aunque Él ama
la flecha que vuela,
ama de igual modo al arco estable.