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No tenía fuerzas para rendirme, así que decidí emprender activamente una búsqueda eidética, es decir, de lo esencial. Pensé que el cambio que afrontaba merecía un decorado literario, y de ahí el blog. En él reflejo pensamientos, reflexiones y emociones que he vivido durante mi estancia en Tanzania enseñando inglés y suajili a niños de preescolar en un colegio rural de la organización Born To Learn, en India como profesor de francés para la Professional School of Foreign Languages de la Fundación Vicente Ferrer, y actualmente en Malí cooperando con CONEMUND en proyectos de seguridad alimentaria y equidad de género. Mi objetivo cabe en una palabra: Compartir.

martes, 21 de junio de 2016

La caja negra de las ideas


Cuando la mente se percata de que es luz dentro de una caja negra y siente las puñaladas que le devuelve el conocimiento de sus límites -o podríamos decir el conocimiento de su desconocimiento- entonces pueden suceder dos cosas. Una es que se revuelva, es decir, que no admita sus carencias y se empecine en seguir buscando. Cuando esto ocurre, es como si la luz dentro de la caja negra cambiara de dirección pero siguiera revotando dentro de ella. La otra cosa que puede pasar es que la mente reconozca su incapacidad y se rinda. 

Lo interesante de la kilimanjárica escalada del saber es que con la rendición de las ideas no aparece la derrota, sino un nuevo estadio en el que la mente cambia de género y pasa de ser un espejo del 'yo' a ser una herramienta. En esto consiste salir de la caja negra. 

La cima de la montaña, eso que se persigue en cualquier ascensión, es curiosamente algo vacuo porque se busca llegar donde la montaña deja de ser montaña. La cima es precisamente el punto en que ya no hay más montaña. De la misma manera, la empresa personal de conocerse conduce a una cima en la que lo que se descubre es que no hay 'yo' propiamente dicho. 

Veamos esto con una idea: pensemos en un universo en el que no hay ideas. Al no haber ideas, no habría ningún juicio mental, así que ni siquiera podríamos decir que hay dos cosas, 'yo' y el resto. No podría haber dos cosas, ya que 'dos' es un juicio numérico, y por tanto mental. Habría una cantidad de cosas indeterminada, que ni siquiera se podría llamar cantidad, ya que la idea de cantidad es eso, otra idea. En términos de haber, habría. Y lógicamente en términos de ser, sería. Sin ideas, por tanto, no habría predicados y el universo sólo sería. Sólo habría ser. 

Lo curioso es que esto que acabo de decir no es lo que quería decir porque lo que quería decir tiene que ver con lo que ocurre cuando la mente reconoce su incapacidad y se rinde, es decir, cuando no genera ideas, cuando no hay nada que decir. Hablando de ello, haciéndole alusión, lo pierdo, precisamente porque aquello a lo que aludo sólo es y por tanto no puede ser aludido. ¿Qué puedo decir de algo que no tiene atributos ni complementos de ningún tipo a los que me pueda referir?, ¿qué puedo decir de algo que únicamente es?

No se puede decir nada sobre el ser, pero sí se puede ser. ¿Y cómo se llega a ser lo que uno es? Pues está claro, no hace falta tener mucha idea, más bien hace falta no tener ninguna: se llega a ser siendo, ¡ojo!, que no siéndolo.  


domingo, 12 de junio de 2016

No hay yo, no hay muerte


A mí la muerte no me da ningún miedo por varias sinrazones. La primera es que no hay 'yo', así que nada puede ocurrirme 'a mí'. No hay nada que pueda darme miedo porque no hay yo en el que ese miedo pueda habitar. La segunda es que ya he deseado estar muerto en varias ocasiones -unas por la curiosidad de saber lo que se siente y lo que se deja de sentir, y otras por algún empacho de los que da el sinvivir-, así que pienso en la muerte con la misma naturalidad con la que pienso en un río desembocando o en el sol ocultándose. 

La muerte es una farsante que 'vive' de las rentas de los que confunden un cambio con el final. Además, no se representa a sí misma, sino que representa a la Vida, ya que morirse es el acto más vital que existe.

Sé que moriré, y lo digo ahora, vestido de salud, pletórico mentalmente, adecuado estéticamente, espontáneo como el salto de un cigarrón y sabio como una biblioteca atestada. Lo digo ahora para que después lloréis vuestro apego a mí, no mi pérdida, porque aunque me vaya de viaje eterno, no me voy a perder nunca. Al revés, el viaje sin tiempo ni espacio es el del verdadero encuentro. 

Yo -eso que no existe- quiero hacerme viejo sintiendo cómo la vejez se posa sobre mí, pudrirme estéticamente, olvidarme de lo que sé, relativizarlo absolutamente todo, ser miserablemente pobre y reconocerme física y mentalmente descompuesto en el reflejo de un charco. No me voy a llevar nada de aquí: ni un euro, ni una posesión, ni una idea, ni un recuerdo, ni siquiera un sólo átomo de mi cuerpo. ¿A qué viene entonces tanta ansia por acumular, tanto apego a vivir, tantas ganas de seguir, tanto miedo a dejar de vivir si seremos expoliados -y lo sabemos- antes de morir?

Yo -que no soy tronco, ni agua, ni cauce- como corriente os digo: ¿acaso no muere el río en cada segundo y no es precisamente esta sucesión de muertes lo que hace que lo sintamos fresco y vivo?

lunes, 6 de junio de 2016

Definiciones de ciencia poetizada


Las ideas son bailarinas callejeras que se mueven al ritmo de las cosquillas que la vida provoca en los pies del universo.

Un imán es una piedra que besa.

La gravedad es la forma de abrazar que tiene la materia.

La luz es un guiño que la Belleza nos ha hecho desde la esquina de un universo paralelo mientras chupaba sensualmente una supernova.

Las neuronas son castillos con millones de puentes que se levan y se tienden al compás del galope de los caballos de viento en los que cabalgan las ideas.

Los gases nobles son los yoguis de la tabla periódica. 

Los ojos son manos de luz. 

Una estrella es un planeta ensimismado.

Punto, línea, área, volumen… no puedes continuar, ¿verdad? ¿Entiendes ahora tus limitaciones, humano?

El cerebro humano es un enjambre de abejas apelotonadas en torno a una botella de cristal cerrada que contiene miel. 

29 de abril de 2015.