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No tenía fuerzas para rendirme, así que decidí emprender activamente una búsqueda eidética, es decir, de lo esencial. Pensé que el cambio que afrontaba merecía un decorado literario, y de ahí el blog. En él reflejo pensamientos, reflexiones y emociones que he vivido durante mi estancia en Tanzania enseñando inglés y suajili a niños de preescolar en un colegio rural de la organización Born To Learn, en India como profesor de francés para la Professional School of Foreign Languages de la Fundación Vicente Ferrer, y actualmente en Malí cooperando con CONEMUND en proyectos de seguridad alimentaria y equidad de género. Mi objetivo cabe en una palabra: Compartir.

viernes, 27 de diciembre de 2013

Mirlo blanco viejo sabio



El porvenir, el futuro, el día de mañana... diferentes nombres para referirse a algo que nunca existe cuando hablamos de ello porque, literalmente, está por venir. Para algunos aire para volar, para otros una vívora de cascabel cuyo ruido les impide disfrutar de la melodía del presente. 

Hacerse viejo no tiene mérito; lo meritorio es hacerse sabio, y para eso hace falta tiempo, pero la sabiduría no llega como la blancura al pelo, sólo con esperar. Sólo dejando pasar el tiempo uno se hace rancio, no sabio. 

Inteligencia es "leer dentro", y para leer dentro del texto de las cosas conviene ir aprehendiendo el abecedario de las circunstancias vividas. Este abecedario tiene en realidad infinitas letras, y aunque la exégesis completa de la vida es imposible, cuantas más letras se conozcan, más legible es la vida misma. El problema es que leer la vida no implica necesariamente que la lectura sea grata, de la misma manera que ponerse a leer no implica que todo lo que se lea vaya a ser bueno o grato. En cualquier caso, es una pena ser un iletrado o no enterarse de nada de lo que uno ha leído.

En la generación que me precede -la de la gran carestía, la del padre que tenía que ser tal para comer huevos, la de los zapatos rotos, la de la miseria, el hambre y el frío en los huesos, la de la postguerra, la del más sangrante realismo- resulta que abundan los viejos idealistas que no conciben un proyecto como cabal si éste no contempla una idea material del porvenir, eso que nunca existe cuando se habla de ello. Tiene gracia: una idea material de algo que no existe. Viejos que llevan toda la vida atravesando las paredes del presente como si fueran ectoplasmas. Viejos con alma metálica.

-¿Qué porvenir tiene eso que haces? - me preguntan. 

Detrás de su pregunta suele haber un pasado pobre, un corazón acurrucado y un intelecto inane, y por supuesto una censura latente a todo lo que no sea producir económicamente para el día de mañana, eso que no existe.

No tengo respuesta, ni la necesito, ni la quiero, porque mi proyecto no consiste en llegar a viejo, sino en llegar a sabio, y para eso me es más importante vivir que sobrevivir. ¡Qué pena que algunos mayores sólo nos inviten a pensar en dormir bien el día de mañana y no nos den ninguna lección sobre cómo soñar ahora! ¡Qué pena que algunos viejos me quieran despertar de mis sueños para adormentar mis ilusiones con el miedo al futuro, eso que no existe! ¡Qué pena que los que menos mañana tienen sean los que más se preocupan por él, olvidándose de que precisamente eso de lo que tanto se preocupan es lo que les matará! Víctimas de un realismo trágico sobreviven acojonados en un idealismo patológico y tristón.

¿Dónde están los mirlos blancos viejos? ¿Dónde están los viejos sabios que peinan canas e ideas? ¿Es que ninguno me va a hacer sentir que soy un niño con todo por aprender?

PS.: Dedicado a Arsenio, un mirlo blanco viejo sabio que vuela con sotana en una galaxia a años luz de la mía en la que sin embargo hay formas de vida ideológica similares. 


martes, 24 de diciembre de 2013

Cigarra


Cuando uno trabaja mucho piensa poco, o, mejor dicho, tiene poco tiempo para pensar en lo que piensa. En estas circunstancias el cerebro se ocupa en resolver los problemas que le van llegando y el pensamiento va, por tanto, guiado a la resolución de algo, no a la reflexión. Hay gente que sólo se dedica a resolver problemas y no vive casi nunca la experiencia de que sus ideas vaguen libremente y se saluden unas a otras preguntándose cosas, que casi siempre tienen que ver con el por qué o el para qué, o incluso con la conveniencia de que se estén haciendo tantas cosas sin tiempo para tantas otras.

En nuestra sociedad moderna este vacío de reflexión se suele asociar con expresiones del tipo “voy tirando”, “podría ser peor”, “no puedo quejarme”… y hasta podría decirse que son felices los que durante el día por su trabajo y por la noche por su cansancio no tienen tiempo ni fuerzas para pensar en si son felices o no, y por defecto se dan por afortunados. Llevan vida de hormiga; de hormiga “feliz”, pero de hormiga.

Yo creo que es saludable sentarse con uno mismo de vez en cuando para considerar nueva o detenidamente algunas cosas, es decir, para reflexionar. Aceptamos con naturalidad que las relaciones con los demás que no se cultivan tienden a atenuarse -aunque también hay relaciones que necesitan de un período de barbecho, pero eso es otro tema-  pero nos parece demasiado profundo y prescindible considerar la idea, para mí tan clara, de que si no hablamos con nosotros mismos también acabaremos alejándonos de nosotros mismos y podemos terminar por alienarnos, poco a poco, como quien se va haciendo mayor, hasta llegar a desconocernos totalmente, incluso no teniendo precio como excelentes trabajadores.

Con la edad me va cayendo mejor la cigarra del cuento, y mi admiración por la hormiga se va convirtiendo en algo más parecido a la lástima. La reflexión fue inventada por un montón de cigarras griegas, y eso da que pensar...

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Nakupenda


Necesito y me gusta comunicarme, y me encanta ser humano porque puedo entender y utilizar un sistema lingüístico complejo que me permite expresar, con más o menos precisión, lo que pienso y siento. Hay infinidad de lenguas entre los humanos, y resulta por tanto imposible para uno solo dominarlas todas con un mínimo de fluidez, pero eso no hace sino estimular mis ganas de conocer, porque sabiendo que nunca llegaré a saberlas todas, tengo la certeza de que siempre tendré algo que aprender.

Me desazona mucho comprobar que hoy en día se utilicen las lenguas para separar, cuando en realidad todas están concebidas para unir, para comunicar, para poner en común. En mi opinión, intentar hablar la lengua de un lugar es la mejor manera de decirle a ese lugar que estás interesado en él y agradecido de su acogida. Además, este aprendizaje es grato en muchos sentidos, y es que en una mente sana pocas cosas hay con las que se sea tan automáticamente indulgente como con los errores de alguien que quiere hablar una lengua para él desconocida. Conseguir comunicarse con cierta fluidez en una lengua no materna produce una satisfacción personal y un agradecimiento ajeno difíciles de comparar con cualquier otro tipo de aprendizaje.

No voy a decir que sea una falta de respeto no intentar hablar la lengua local de cualquier lugar que visitamos, pero podría decirlo. Lo que sí está claro, es que hacerlo es una muestra sobresaliente de deferencia hacia nuestros anfitriones.

Con estas necesidades, gustos y consideraciones me muevo en lo que a aprender nuevas formas de comunicación respecta, y por eso el suajili supuso desde el principio un maravilloso estímulo intelectual con el que me volqué para poder decirle con fluidez a los tanzanos que me alegraba de estar con ellos.

Supongo que otras personas no tienen mi opinión ni mis querencias, y quizás sólo ven en los idiomas un inconveniente comunicativo y no una oportunidad de crecer, o quizás es que sencillamente a otros no les gusta, o les cansa, o lo interpretan de manera puramente funcional y sólo están interesados en aprender lo que les puede reportar un beneficio laboral. "Es mejor aprender alemán, por ejemplo, que suajili, porque con el alemán puedes conseguir un trabajo nuevo o promocionarte en el que ya tienes", he escuchado más de una vez. Si pensamos sólo en esos términos, podríamos llegar a decir que saber latín o griego clásico no vale para nada porque ya no lo habla nadie (no me voy a entretener aquí en desmentir tamaña gilipollez).

Para mí hablar un idioma nuevo es una aventura que empieza con el intelecto y que termina con el corazón. Pensando como pienso, y actuando de esta manera, pude despedirme de los niños del colegio dando un discursillo en su idioma -sin necesidad de que me tradujeran, como es habitual con el resto de voluntarios que terminan su colaboración con el proyecto-, y haciendo esto transformé mis horas de estudio, mi permanente curiosidad, y hasta diría que mís maniáticas ganas de aprender en un aplauso que aún hace eco en mi alma. Me fui de allí diciendo que les quería, y se lo dije en el idioma que habla su corazón, no en cualquiera de los que su cerebro puede llegar a entender. Resumo y traduzco a continuación lo esencial de mi despedida:

Watoto, katika wakati hiki pamoja na ninyi kila siku nimefundisha na nimejifunza. Nimefundisha lugha ya kiingereza, hisabati na kuandika na kusoma kiswahili, na nimejifunza kwamba ninapenda lugha yako, mazingira asili ya Tanzania, na watu hawa.
Sasa, ninaweza kusema nchi yangu Tanzania, nchi yangu jivunia.
Kwa kifupi nitaenda Hispania, lakini moyo wangu na roho yangu watabaki hapa.
Kwa hiyo, nina uhakika nitarudi, kwa sababu ninafurahi na kuna mambo mengi ya kufanya.
Asante, watoto. Nakupenda!

Chicos, durante mi estancia aquí con vosotros cada día he enseñado y he aprendido. He enseñado inglés, matemáticas y a leer y escribir en suajili, y he aprendido que me gusta vuestra lengua, la naturaleza de Tanzania y sus gentes. Ahora puedo decir que Tanzania es mi país y que estoy orgulloso de ello.
Dentro de poco partiré a España, pero mi corazón y mi alma quedarán aquí, así que estoy seguro de que volveré, porque soy feliz con vosotros y porque hay mucho por hacer.
Gracias, chicos. ¡Os quiero!

La emoción que siguió a estas palabras es difícil de sentir, más de contar, e imposible de traducir y de olvidar. No hay código lingüístico con el que la pueda expresar. 

lunes, 25 de noviembre de 2013

El acordeón


La felicidad no es una yuxtaposición de momentos de placer. Si así fuera, el objetivo de la vida consistiría en tener cuantos más orgasmos mejor, en comer mucho de lo que a uno le gusta a todas horas y en estar escuchando halagos permanentemente. Todo eso es gustoso, pero hay que dar puntadas entre uno de esos momentos y el siguiente porque si no la supuesta felicidad que queremos envolver se nos va entre las costuras. 

El proyecto de ser feliz tiene más que ver con un estado de ánimo y con una actitud que con una actividad. Se puede ser feliz haciendo cualquier cosa, así que todos los oficios son bienvenidos en esta feria. 

He visto una pareja de ancianos sin hogar cantando en la calle al ritmo de un acordeón herrumbroso sobre cuyas notas se acomodaban mutuamente sus miradas de amor mientras escuchaba detrás de mí la amarga conversación a través del móvil de un encorbatado gris al que no le parecía bien el reparto de los beneficios de no sé qué venta. Mirando alternativamente la sonrisa de unos, abierta como el propio acordeón en su aspiración máxima, y el rictus torcido e indignado del otro, he constatado que en ese momento concreto eran más felices ellos que él. Con este contraejemplo y otros miles que se pueden observar o imaginar queda para mí demostrado que no hay una actividad concreta diseñada para ser feliz, sino que todas valen y que sólo la actitud determina si somos o no dichosos. 

Supongo que unas horas después el encorbatado dormiría entre finas telas de holanda, y la pareja de ancianos entre gruesos cartones de embalaje, pero incluso así se puede considerar que la actitud prima sobre lo que se hace o se tiene: el primero podría lamentarse por un lamparón en su exquisita ropa de cama, y los segundos podrían estar celebrando haber encontrado una manta nueva (nueva para ellos) en un contenedor. 

Así concluyo que la felicidad es un hombre sonriente, vestido elegantemente con una corbata de flores de colores, tocando el acordeón en la calle mientras dos enamorados viejos bailan su música con una danza de besos nuevos. No es el camino ni el destino, es la forma de caminar. 

martes, 19 de noviembre de 2013

Cuesta imaginar


Cuando ya no somos niños, dejamos de imaginarnos que vamos dentro de un coche del Scalextric, o que algún príncipe trepará la torre por la melena de Rapunzel. Cuando somos adultos es diferente el entorno en el que nos movemos, así que cuando nos ponemos a imaginar algo nos da por otro tipo de cosas. 

Imaginamos, por ejemplo, que terminamos de pagar el préstamo del coche dentro del cual sí vamos, o que la hipoteca de la torre en la que de verdad vivimos pueda atenderse el mes que viene, con lo cual -siendo también racional nuestra imaginación- imaginamos que no nos van a echar del trabajo en el que malvivimos y del que vivimos no muy bien, o sencillamente que nos tocará la lotería. Y nos deleitamos con que todo lo que hemos imaginado se hiciera realidad.

Pero yo veo que hay una diferencia clara entre cómo imagina un niño y cómo lo hace un adulto, aparte, claro, de que las ideas que ambos manejan son diferentes por el entorno en el que se dan (uno piensa en el Scalextric y el otro en la hipoteca). Para mí la diferencia llamativa es que el niño busca vivir algo nuevo, mientras que el adulto busca desembarazarse de algo viejo. El niño quiere saber lo que sería ser piloto de verdad de un coche de carreras, y su imaginación le lleva a tomar la realidad del coche tangible y vestirla de fantasía en su mente, buscando algo nuevo, trascender el juguete que realmente tiene delante. Y lo mismo pasa con Rapunzel: se busca al príncipe, algo nuevo también. Pero el adulto sueña con dejar de tener que pagar cosas, quitarse de encima un viejo lastre, saldar deudas, volver al nivel cero. Los números negativos se inventaron para calibrar la imaginación de los adultos.

El niño imagina, el adulto desimagina. La verdadera imaginación para nosotros, que somos niños caducados, comienza cuando ya hemos dado por hecho que no debemos nada a nadie, que ningún yunque nos pesa, y que no hay zanjas entre nuestro deseo y las posibilidades de nuestra mente. Para imaginar como un niño primero hay que ser, sentirse o imaginarse libre. 

Así que nos cuesta tanto empezar...


sábado, 9 de noviembre de 2013

Miradas y respuestas


Me observaban tres tipos de miradas: la de ojos muy abiertos, la de reojo y la de párpados caídos. La primera me preguntó, la segunda me ignoró y la tercera se enamoró.

“¿Quién eres?” –preguntaron los ojos muy abiertos- y yo respondí:
"No lo sé, pero lo intuyo. Soy uno al que le interesa conocer gente y nutrirse de lo que hay ahí fuera. No descarto ninguna vivencia compartida, ya sea intelectual, emocional o sexual. No me siento frustrado por ninguna negativa, ya sea sexual, emocional o de falta de afinidad intelectual, y no tengo ninguna prisa por nada porque ya me sé el final. Soy artesano de convicciones en paro en busca de ideario con el que trabajar. Me gusta hacer deporte, conversar sin tabúes, las voces que tienen eco, los abrazos, los salmones (como pez, no como pescado), las ciencias, las letras y que los perricos chicos me laman la nariz. Escribo como terapia para medicar la frustración que me produce la falta de preguntas y respuestas, y mi objetivo en la vida es quitarme de encima todos los miedos para descubrir qué hay debajo de ellos y entender quién soy verdaderamente. Quizás así algún día pueda responder a esta pregunta con algo más certero que una intuición".

“No entiendo lo que dices, pero pareces trigo demasiado limpio” – me espetó la mirada de reojo- y mirando al frente me ignoró.

“Me gustaría amarte” –me dijo la mirada de párpados caídos-.

“Cerraos” –les pedí a esos ojos- y cuando lo hicieron... el arco iris explotó. 

martes, 5 de noviembre de 2013

Del 5-2 al 7-0


La mayor parte de la gente que conozco empieza la semana sabiendo que va a perder 5-2. Se levanta el lunes sabiendo que el día va a terminar con un 1-0 en contra. El martes terminará con un 2-0, el miércoles con un 3-0, y así sucesivamente hasta que sólo el viernes por la tarde se empieza a contraatacar, para remontar mínimamente el sábado con un gol a favor y terminar la semana con la prevista goleada, 5-2. ¿Cómo se hace para ganar 7-0? ¿Es posible?

Me asombra la facilidad con la que nos hemos acostumbrado a considerar que cada semana es un período de tiempo que comenzamos deseando que llegue al final. Y nos parece bien. No le ponemos pegas. Hablamos incluso de la suerte que tenemos de tener un trabajo, aunque sea una mierda que no nos aporta nada intelectualmente, que nos resta emocionalmente, y que nos roba nuestro día a día y nos golea semanalmente. ¡Qué pequeños nos hemos hecho! ¡Qué poca cosa somos negociando con nuestra propia vida! ¡Qué cobardes! Y todo para poder pagar lo que nos hemos inventado que debemos.

Los griegos llamaron al hombre anthropos, que significa “el que mira hacia arriba”, “nacido de la tierra”, y que “examina lo que ha visto”. ¡Qué dirían hoy de nosotros si nos vieran doblados sobre los cajeros automáticos, matricidas de nuestra propia Tierra y con la capacidad de análisis anestesiada por papeles de colores!

La derrota es necesaria y estimulante. Un corazón grande la sufre pero la acepta y se apoya en ella para la revancha. El derrotismo, sin embargo, no tiene piernas ni brazos, y sólo vocifera su desgracia sin capacidad para levantarse y reanudar la pelea. El derrotismo es un gusano venenoso que se arrastra sobre nuestra autocompasión.

Pero es verdad que es más fácil definir lo que está mal que lo que está bien, de la misma manera que es más fácil definir el sufrimiento que la felicidad, o la enfermedad que la salud. Es, por tanto, fácil llegar a un acuerdo sobre lo que está mal, pero muy difícil empezar a construir en común algo que esté bien para todos. El momento constructivo disgrega y enfrenta cuando se hace en grupo, así que el secreto está en hacerlo individualmente. El entorno se cambia creando bondad dentro de uno mismo e irradiándola después, no interviniendo directamente sobre lo malo que hay fuera. Para iluminar la oscuridad de ahí fuera debes irradiar luz desde dentro de ti, y nada se hará en ti sin ti, así que juega tu partido de dentro a fuera y ganarás, y ganaremos.

Nuestro cuerpo y nuestra mente son el resultado de una evolución de millones de años, y están perfectamente configurados para sentir, pensar y amar. Somos una exquisita expresión de la naturaleza. Tenemos un cerebro de más de cien mil millones de neuronas que puestas en fila india llegarían hasta la Luna, y en esa maraña somos capaces de concebir el infinito in crescendo, de darle órdenes a los átomos, de utilizar la luz para comunicarnos, y de entender la vida como algo que se puede dar por alguien a quien se ama. Tenemos un potencial que supera nuestra propia capacidad de medir un potencial. Somos más maravillosos de lo que podamos llegar a calificar.

Me niego rotundamente a pensar que una criatura así tenga que perder todas las semanas 5-2. Estamos hechos para ganar 7-0 cincuenta y dos veces al año. Conformarse con menos es derrotismo. 

lunes, 4 de noviembre de 2013

El salmón es tonto


No hay nada más elocuente que los cambios. En ellos, por pequeños que sean, se agazapan las verdades, como lagartijas inquietas entre las piedras. Experimentarlos da un punto de vista privilegiado sobre la realidad que nos rodea. Salir por ahí “a dar un paseo” ayuda a relativizar las verdades absolutas de las que tan convencidos estábamos antes de ver cosas nuevas.

“Duda del que dice saber la verdad, sigue al que la está buscando”, es la máxima que me gusta considerar cuando me pregunto por qué hago o dejo de hacer ciertas cosas. Y me gusta porque es inconformista y dinámica. La verdad es una asíntota que nunca llega a determinarse totalmente, pero cada vez se acerca más a algo, y la búsqueda es por tanto interminable. Yo no sé cómo es la verdad, pero soy capaz de contarte cómo voy acercándome a ella. 

Perseguirla encierra un montón de inconvenientes. Tienes que pasar incluso por encima de los que más te quieren, cuyo exceso de amor les impide pensar con lucidez, y por encima de los que sencillamente no piensan porque eso no sirve para nada y además cansa. Es posible que vean tu empresa como una forma de locura que les da miedo, y que no les impide chantajearte con toda naturalidad apelando a tu falta de agradecimiento a lo que la vida te ha dado.

Nadar contra corriente puede salirte caro, porque dirán de ti que no sabes apreciar lo bueno que te ha tocado en suerte, que tu valentía es loca temeridad, y que te vas a estrellar, curiosamente siempre contra los miedos de quien te lo dice. “No salgas”, te dirá el que nunca ha salido; “te vas a estrellar”, escucharás del que todavía no ha nacido para poder estrellarse contra algo; “eres un desagradecido”, te espetará quien piensa que lo que tiene es mérito suyo. Como si nacer en un sitio u otro o tener una familia u otra fuera algo trabajado. Va a resultar ahora que ganar a los dados tiene mérito.

Me pregunto qué opinión tendrá sobre un salmón la gente que no piensa. Dirán que es un ser absurdo, supongo. Nos han educado a tener opiniones sobre todo sin ni siquiera habernos parado a forjarlas. Lo llamamos libertad de expresión, y consiste en que cada uno pueda decir la tontería más grande que se le ocurra sin haber antes considerado el asunto que se trata. Yo voy a decir una, por ejemplo: el salmón no sabe lo que hace y está loco. Podría desovar sin necesidad de remontar el río. ¡Qué tontos son los salmones!

Si te conviertes en un pensador, vas a desconcertar y fastidiar a mucha gente. Conviene pensarlo antes de hacerlo.

PS: Ya tengo el billete para volver a Tanzania, y esta vez es sólo de ida. No hace mucho que me fui buscando una vacuna vital (ver primera entrada de este blog: http://www.morowi.blogspot.com.es/2013/03/aupa-chavales-ahora-que-ya-tengo-el.html), y ahora vuelvo a irme para seguir aprendiendo mientras enseño. ¡No se puede ser más salmón!

martes, 22 de octubre de 2013

Baricentro, soy


¿Somos lo que hacemos o lo que pensamos? ¿O somos lo que decimos, aunque no lo hayamos pensado? ¿O somos lo que piensen de nosotros, aunque no hayamos dicho nada? ¿Qué somos?

Parece que sólo podemos ser tres cosas: Lo que creemos que somos, lo que queremos ser, y lo que los demás creen que somos. O quizás no somos nada de eso, o todo a la vez. Si hablan bien de mí, me envanezco, porque el halago debilita; si hablan mal, intento que no me afecte, aunque también me intereso, porque no tengo un interruptor para atender sólo cuando se habla bien y no hacer caso alguno cuando se habla mal; y si nadie habla de mí me preocupo, porque mi ego me pregunta por qué no se me tiene en cuenta ahí fuera. 

Y mientras tanto pretendo ser un montón de cosas, y a veces lo consigo, o eso creo, porque una cosa es lo que quiero ser, otra lo que puedo, y otra lo que creo conseguir ser.

Resulta entonces que no soy nada en concreto, sino el baricentro de un triángulo con vértices móviles en torno a los cuales gravitan mis intereses, gustos, complejos y necesidades.

Soy, por tanto, un siendo; así que no digas de mí que sabes quién soy, porque eso es sólo lo que tú crees saber. Yo también soy lo que creo ser, lo que quiero ser y algo que tú nunca sabrás porque no eres yo. Y si hablas de mí y crees acertar quién soy, lo que dices ya no vale, porque ese soy ya es un fui. ¡Resígnate, mi ser es inasible! Ya lo deberías saber. 

lunes, 21 de octubre de 2013

Amor sentidos, amor pajarico


El tacto es una sábana que cae sobre ti cuando estás desnuda. 

El gusto es la humedad que queda en la sábana después de hacer el amor. 

El olfato es el recuerdo de lo que allí pasó. 

El oído es el eco de tus gemidos, 

y mi espejismo somos tú y yo. 


El amor es un ave sin nido que pone huevos en el aire. 

La vida en pareja es querer freírlos en una cocina de viento, 

y mi exnovia es un pajarito arco iris 

que nació antes de que uno se estrellara en el cemento. 



PS: "El amor es un ave sin nido que pone huevos en el aire" es una frase de Neorrabioso.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Libreta



Casi siempre llevo una libreta y un boli encima. Lo hago porque cuando escucho, leo, veo o se me ocurren cosas que me llaman la atención, no quiero que se me olviden.

También apunto nombres, números de teléfono, direcciones y reflexiones que no vienen a cuento de nada, y a veces dejo que otros apunten cosas en ella. Es como una memoria pública de papel para la que no hay censura, pues basta con abrirla y escribir en ella o leerla, cosa que por otra parte no prohíbo nunca, pues si hay algo comprometedor puedo siempre escudarme en la coartada de que es literatura, o reflexiones ajenas, o cosas de mi inconsciente, y como no conozco a nadie que al lado del pensamiento más excelso no haya albergado alguna vez alguna soeza, no me avergüenzo ni me siento en la necesidad de dar ninguna explicación. Simplemente es lo que pone ahí y ya está. 

Hoy he completado mi libreta, y mañana estrenare, por tanto, otra, así que esta circunstancia ha hecho que se me ocurra publicar algunas de las cosas que en ella se contienen. Quizás alguna merezca la pena, aunque no estoy seguro de que así sea, ni soy responsable de que así no sea. 

Ahí van, pues, varios apuntes sin orden ni concierto y sin autor determinado, ya que la caligrafía varía: 

- Los números no existen.
¿Alguien ha visto un número?, ¿dónde?, ¿a qué hora?, ¿cuántos?
Ah, sí, existen. Pero, ¿dónde?, ¿ahí fuera o sólo en mi cerebro?, ¿son una realidad externa o una plantilla de mi entendimiento?

- Ranciedades:
Soy amigo de mis amigos.
Soy una persona normal, y me gustaría encontrar a otra persona normal.
Me gusta reír y pasármelo bien.
Alguien que en mitad de una exposición dice: "Y tal y cual y no sé qué no sé cuántos..."
Un político diciendo: “Estoy absolutamente convencido de que…”
Un tertuliano diciendo: “Yo pienso de que…”

- ¿Cómo es posible tener problemas en admitir alguna teoría de la evolución sabiéndose como se sabe que las mariposas primero fueron gusanos? ¿Y sabiendo que nosotros mismos fuimos espermatozoide serpenteante?

- Un rebelde es aquel que ha padecido sucesivamente la familia, la escuela, la iglesia y la patria, y, sin embargo, aún conserva la curiosidad.
(Neorrabioso)

- Tienes la lengua fina y los labios calientes. Llámame, 69808085 
(Y aparece un número de móvil en el que falta un dígito)

- El otro día te miré como que no me estuvieras mirando,
y no es que mi mirar me admirara,
es que tengo resaca del tuyo, con el que no contaba.

- Me encanta hacerle quiebros al destino. Hoy he dado un abrazo que llevaba macerando más de diez años. He sentido claramente que el tiempo lo cura y lo aniquila todo.

- Bailar es habitar la música.

- Lo contrario del amor es el miedo porque el miedo es la pérdida de autoestima.

- Me interesa la vida en sí por encima de lo que en la vida se hace.

- La inspiración es un pájaro que nunca vuela en línea recta.

- Se despenaliza el uso de la “x” y la “w”, ausentes en el alfabeto turco.
(¿Se despenaliza el uso de unas letras?)

- Al corazón no debería importarle quién se fue sino quién vendrá.
(Héctor del Mar, locutando un combate de Wrestling)

- Se ha producido un eclipse de persona; la luz no pasa a través del dinero.

- Vamos a dejar de hablarnos para ver si empezamos a entendernos.

- Yo adoro al Sol, que es una cosa que veo todos los días, que trae luz y calor, y gracias a la cual estoy vivo. ¿Qué necesidad tengo de complicarme la vida adorando a una persona que está torturada en un madero? ¡Es que no acabo de pillarle el tranquillo a ese asunto!

lunes, 14 de octubre de 2013

Surrealismo sexual


Y dijo el loco: "Quiero que el sexo no sea mi objetivo ni mi límite, sino mi sublime divertimento. El sexo no tiene forma de flecha, sino de esfera, y no sirve para apuntar a nadie ni para construir vallas, sino para expandirse. Delimitar la fidelidad con él es como hacerlo con el hambre".

Y dijeron los cuerdos: «Estás loco, nunca podrás decir "te amo, y juro por nuestro amor que no tendré hambre cuando tú no estés"».

Nos gusta firmar en la arena, o en el agua, o en el hielo, o incluso en el aire, y evocamos firmas que dejan de existir antes incluso de haberse rubricado para ejecutar avales sin sentido que van contra el aliento más básico de lo que somos.

¿Por qué no nos esforzamos casi nunca en pensar que la realidad es más amplia que nuestra capacidad de entenderla y lo hacemos al revés, es decir, que empequeñecemos la realidad al tamaño de nuestras acomplejadas entendederas? ¿A dónde nos puede llevar empeñarnos en considerar que el cielo sólo es maravilloso visto desde una montaña en concreto, o que el mar sólo habla en una playa, o que tiene que haber un mirador con un cartel para poder disfrutar de un paisaje?

Nos organizamos a base de desorganizar la naturaleza. Los límites que marcamos llevan el color de la presunción, del orgullo envanecido y del miedo. “Eres mía y no quiero que seas de nadie más”. ¡Menuda ranciedad! ¿Desde cuándo eres carcelero? ¿Qué te has creído que eres para pedirle a tu amante que no goce ni se sobrecoja allende tu propio cuerpo? ¿Por qué prohíbes galopar sobre caballos de viento? ¿Qué tipo de lógica quieres imponerle a la naturaleza para que quepa en tu cobardía? ¿Por qué insistes en hacer poesía con una hoja de cálculo?

Si eres más guarro que una mano estás perdido; el egoísmo vendrá a darte lecciones de decencia y tendrás que rehabilitarte, esconderte o quedarte muy solo. 

miércoles, 2 de octubre de 2013

Del leer y todo lo contrario


Se me ocurre que hay una metáfora fácil entre lo que uno come y lo que lee, y en los efectos que esto causa en el organismo.

Al leer se está mucho tiempo en silencio recibiendo ideas. Es como quien escucha durante mucho rato sin interrumpir, y el sosiego de esta forma de recibir lo que está fuera no tiene la discontinuidad y habitual desestructuración de lo que se recibe por otras vías; el silencio y el orden de lo que ha tenido que ser escrito antes es más fácilmente digerible por el cerebro que lo que se aprende en el movimiento desenfocado de la vida. Es como comer sentado o corriendo. La verdad es que yo prefiero comer sentado.

Por otra parte, hay gente que está siempre a dieta y piensa que las grandes vidas son sólo literatura, mientras que el que lee las hace reales en su imaginación y pone a prueba la suya propia por comparación. El que lee sueña, el que no lee duerme. El que lee opina porque intuye la grandeza del mundo; el que no lee asevera porque cree que el mundo es su mundo. Con el que lee se puede hablar; al que no lee se le lee enseguida en cuanto habla.

Pero, ¡ojo!, porque hay gente que lee y sólo traga. Cuando se ha leído mucho empieza uno a tener necesidad de digerir. Los que leen mucho y no digieren explotan y mueren como falsos eruditos por estreñimiento de ideas.

Hay gente con dietas muy insanas: un notario, por ejemplo, que sólo sea notario, es una persona que ha ganado un concurso de esos en los que se compite a ver quién se come más salchichas en menos tiempo. Un ingeniero que sólo sea ingeniero es alguien que sólo come soluciones. Alguien que estudia idiomas es alguien a quien le gusta la cocina, pero eso no quiere decir que coma bien; sin embargo un filósofo que sea omnívoro y no tenga cortes de digestión es una persona con un cerebro bien nutrido.

Los que aborrecen la comida piensan que leer es prescindible, precisamente porque viven sin leer, así que es muy difícil convencerles de la necesidad de la lectura porque nunca han leído que hay una diferencia entre existir y estar vivo. Por eso también el que no lee piensa que el que dice que leer es necesario se está metiendo con él, pero claro, esto es porque no sabe que está necesitado de lo necesario. La necesidad más peligrosa es precisamente aquella que se tiene sin saberlo, al igual que la mayor de las esclavitudes es no saber que no se es libre. El que no lee piensa por tanto que lo que está escrito es una amenaza, pero el que lee tiene a Miedo de su lado, como Alejandro Magno y los macedonios, y se conquista a sí mismo al galope de las nuevas ideas. 

El que lee viaja y su campamento es un mundo en movimiento, mientras que el que no lee piensa que eso es no acabar de encontrarse. Esto sucede porque el que no lee sólo puede fijar sus ideas en las cosas que ve, y considera que con las cosas intangibles no se puede hacer artesanía, ya que no conoce la maleabilidad de las letras.

Yo una vez me encontré con una persona que había leído tan poco que cuando le hablé de todo esto y por hacer una broma le dije que yo no había leído nunca, me creyó.

A la gente que no lee se la lleva el viento, la que lee se convierte en brisa.

Leer sienta bien, por eso lo recomiendo y por eso dejo estos pensamientos por escrito. 

PS: Esta entrada tiene el mismo sentido, o sinsentido, eso lo dejo al antojo del lector, si se substituye el verbo leer por viajar. Quizás porque "para aprender, andar y leer", o quizás porque en cierto modo son la misma cosa. 


martes, 24 de septiembre de 2013

El amor es radiactivo


Yo viví unos años en un valle labrado por un río hecho de lágrimas de las que sólo se lloran cuando se es muy feliz. Viví allí porque me enamoré de una preciosa rosa de la ribera, por cuyo amor me convertí en un gracioso colibrí que adecuó su pico para polinizarla sólo a ella. El paisaje era tan maravilloso, la rosa tan bella, y mi pico tan alambicado que la idea de irse de allí resultaba tan lejana como imaginarse a la mismísima felicidad suicidándose. Pero sucedió que un día apareció flotando por el río un objeto extraño que se acercó hasta la rosa y se quedó enganchado en ella: era un número.

¿Qué hacía un número allí? ¿Qué sentido tenía eso?

Tras el primero llegó otro, y luego otro, y así una plétora de ellos que se enganchaban los unos en los otros hasta inundar al propio río, que acabó secándose para convertirse en una estéril e ilegible ristra numérica. Cuando el río se secó hubo un corrimiento de cifras que sepultó el valle completamente y que terminó transformando el paisaje en una llanura elevada donde ya no había río de lágrimas de las que sólo se lloran cuando se es muy feliz, ni rosa preciosa en la orilla, ni colibrí polinizador; sólo números apelotonados que no significaban nada pero que lo ocupaban todo.

La rosa murió, y yo también, pero el amor que nos tuvimos no, y aunque quedó enterrado, no hay avalancha, ni cofre, ni cifra alguna -aunque se mida en siglos- que pueda aniquilar lo que un día allí hubo, porque el amor es radiactivo, y atraviesa la materia, y se ríe del tiempo, y convertirá los números en un denso manto de tréboles de ocho y nueve hojas sobre el que mi alma y la de la rosa se podrán tumbar para admirar lo bello que es el cielo lleno de estrellas -a las que nunca podremos numerar- y para pensar en cuánto se parecen los valles a los agujeros cuando se observan desde arriba.


viernes, 20 de septiembre de 2013

Fulcro vital


"Sólo sé que no sé nada". "Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo". Se me ocurre que estas dos frases que todos hemos escuchado alguna vez y que probablemente hemos utilizado alguna otra pueden conjugarse para dar a luz una nueva que sea, si no igualmente lapidaria, quizás sí tan densa como cada una de ellas, y puede, si cabe, que más pragmática.

Sobre la primera, empezaré con un rebatimiento: yo sí sé algo, y me refiero a algo de lo que estoy totalmente seguro. De todo puedo dudar menos de una cosa. Puedo dudar de que sea el amor lo que mueve el mundo -pues hay quien dice que es todo lo contrario-, de que mi padre sea quien es, de que mis hijos sean míos, y hasta de que lo que refleja el espejo sea verdaderamente yo. También puedo dudar de que el tiempo pase tal y como yo lo mido -pues ya dijo "el bigotes de los pelos revueltos" que es relativo-, y de que donde hay una cosa no pueda haber al mismo tiempo otra. De todo esto, y de todo lo demás, puedo dudar física y filosóficamente, pero sé con certeza absoluta algo indudable, y es que voy a morir.

Sobre la segunda frase, voy a ponerla en práctica utilizando como punto de apoyo la conclusión a la que acabo de llegar con la primera, es decir, voy a hacer palanca sobre mi muerte segura. No hay nada más fiable que la muerte, que a todos llega y a todos iguala – balanza y peso que iguala al pastor con el rey y al simple con el discreto. Al dejar este mundo, por tan estrecha senda va el príncipe como el jornalero, y no ocupa más pies de tierra el cuerpo del papa como el del sacristán, aunque sea más alto el uno que el otro, que al entrar en el hoyo todos nos ajustamos y encogemos, o nos hacen ajustar y encoger-. Puedo estar seguro, pues, de que el efecto palanca va a funcionar si lo apoyo en este imprevisible, equilibrante e inevitable evento. Fulcro fiable, por tanto, la muerte. 

¿Por qué se esprinta al final de las carreras? ¿Por qué sube el portero a rematar al final del partido? ¿Por qué se estudia con más intensidad el último día antes del examen? ¿Por qué, en general, se espera al final para darlo todo?

Parece que está en nuestra naturaleza dejarlo todo, o lo mejor, o lo más intenso, para el final. Si está en nuestra naturaleza y no podemos ir contra natura, podemos al menos preguntarnos cuándo empieza el final, cuándo llega el momento de empezar la traca definitiva, de echar el resto en la vida, de vivir con toda la intensidad de que somos capaces estimulados porque el juego se acaba… ¿Cuándo empieza la recta final de la vida para comenzar a darlo todo viviendo?

Cuando a Nasreddin le preguntaron dónde estaba el centro del mundo, respondió sin duda alguna señalando el punto en que se encontraba: "Aquí está el centro de la Tierra". ¿Cuándo empieza el final de mi vida? -me pregunto yo- y emulando a Nasreddin en esta versión temporal de su brillante respuesta espacial, me digo que, como mi vida también es redonda, ya que acaba cerrándose sobre sí misma, el final comienza ahoraHe aquí un ingrediente más para la nueva frase, mutante e híbrida de la de Sócrates y la de Arquímedes: 

Sólo sé que moriré, y sobre ese punto de apoyo viviré mi vida y moveré el mundo, ahora”. Morir me solaza y me estimula. No puede haber mensaje más vital si se lee al revés de lo habitual. ¡Vamoooos!

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Grados de libertad


- ¡Soy libre!- gritaba ingenuo el tren discurriendo por su raíl a toda velocidad mientras el pájaro, que le escuchó, se reía de él planeando descuidadamente en el cielo.
- Si él se siente libre –pensó el pájaro- porque no sabe lo verdaderamente esclavo que es de los raíles por los que circula, beatus ille.

Existen grados de libertad, y aunque parezca que lo importante sea la sensación subjetiva que cada uno tiene de ella, lo cierto es que hay gente tan esclavizada que sencillamente piensa que es libre porque está viva, como si la libertad no fuera más que no haber sido aún apresado por la muerte. Desmedrado pensamiento, en mi opinión, para tan maravilloso y excelso concepto, uno de esos indefinibles a los que sin embargo podemos acercarnos con circunloquios como este: 

La libertad, amigo Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar esconde; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres”.

Llevado al extremo, uno puede sentirse preso hasta de su propio cuerpo, aunque éste funcione perfectamente, y si bien parece más difícil sentirse apresado por las ideas propias, ya que éstas se defienden como la inteligencia –la virtud mejor repartida, porque todo el mundo cree tener suficiente-, resulta que las ideas también apresan, y más que el cuerpo, porque se disfrazan de personalidad, y una vez asumidas se hacen indistinguibles de una opción libre, aunque vengan insufladas y plastificadas desde fuera.

Quiero ser pájaro, pero no para reírme de los trenes, sino para que mi rail sea el viento, y por eso me pongo en duda constantemente. No hay nada más estable y próspero que planear sobre la posibilidad del cambio permanente.

Yo vuelo hacia Zihuatanejo, y me gustaría no hacerlo solo sino en bandada. 

jueves, 29 de agosto de 2013

Aquí yace un deudor


Soy un deudor nato. Le debo la vida a mis padres, el conocimiento a mis antepasados, y el aire que respiro a la Tierra que habito; el amor a quien me ha amado, y las ganas de vivir a todo lo que no conozco. Mi sosegado orgullo a lo que los demás valoran en mí, y mi paz a los momentos en que la guerra descansa.

También le debo al banco una hipoteca de cifras pornográficas cuyo inmueble no disfruto y cuyo importe previsiblemente nunca llegaré a pagar. Le debo explicaciones a mucha gente y a mí mismo, y tengo que devolver un montón de detalles que se han tenido conmigo, de alguno de los cuales no soy ni siquiera consciente.

Debo una disculpa a los que gratuitamente he ofendido, y también me debo a mí mismo, porque en cada hombre están todos los hombres.

Debo tantas cosas que nací y moriré deudor, y aunque la oración con la que desde pequeño empequeñecieron mi espiritualidad reza que perdonarán mis deudas, mi epitafio rezará "aquí yace un deudor".

Y debo una tonelada de amistad, porque el escuálido cuarto de la lavadora en el que me han dejado habitar y la compañía que tengo han ensanchado mi vida cuando ésta parecía que sólo se podía estrechar.

Al único al que no voy a deber nada es a mi recuerdo, porque hay cosas de las que uno no se puede olvidar. La amistad es la élite de los sentimientos, y yo vivo en esa isla. 

PS: Dedicado a mi amigo Alberto Cueto, cuya hospitalidad arrinconaría a la del propio Anfitrión, rey de Tebas, célebre a lo largo de los siglos por la suya, y premiado con una antonomasia que para mí ahora es flaca comparada con la que mi agradecimiento concibe: Amigo es Alberto.


sábado, 17 de agosto de 2013

Lo que hay dentro


No sé muy bien lo que me pasa ahora cuando veo documentales de pueblos de África. Resulta que me quedo enredado entre los dientes de las sonrisas de los individuos autóctonos y me caigo al abismo de los ojos de los niños que miran la cámara con ese sereno e inocente poderío que sólo sus ojos negros de fondo negro pueden llegar a tener. Me resbalo por los labios de sus mujeres, que son toboganes de carne roja humedecida y redondeada como las rocas del borde de una cascada, y me pongo a lacrimar recuerdos que me abducen a un pasado que no quiero que deje nunca de ser reciente. Sólo hay una forma de que un pasado sea siempre reciente, y es renovándolo constantemente.

Siento el placer de haber encontrado algo esencial, y el cuerpo me lo dice emocionándose. La sensación es parecida a la que se tiene cuando se realiza una gran conquista intelectual -una de esas conquistas que sólo aparecen después de grandes travesías, una de esas conquistas que vienen cargadas de trabajo previo, de inspiración y de un poco de suerte, una de esas que algunos no verán en toda su vida porque no están pertrechados para conquistar nada sino para ser conquistados- pero la diferencia del placer que siento ahora radica en que primero me emociono y luego intento entenderlo, mientras que hasta ahora el proceso era al revés, es decir, que primero entendía algo y a continuación me emocionaba por haberlo conseguido. 

Es más puro lo de ahora, porque al final siempre está la emoción, pero ahora, además, también está al principio. Es emoción sin tallar, y mi cuerpo me avisa convirtiéndose en lágrima, pero estoy seguro de que si pudiera me avisaría convirtiéndome en viento, o en caricia, o en abrazo. Tiene la pureza del amor a mi especie, a mi naturaleza, a mi esencia humana, al hecho de estar vivo. 

Eso es lo que hay dentro de todos nosotros, lo que es común, y lo que yo he visto mirando los navíos lejanos que hay dentro de los hipnotizantes ojos negros de los niños de África.  

PS: En la foto, Sharoni, especialista en abrazar con la mirada, y que se convertía en viento cada vez que me divisaba a lo lejos cuando visitaba a su familia en Boma, una aldea a las afueras de Moshi, en la que los relojes parados hablaban entre ellos preguntándose qué era eso del tiempo. 

lunes, 5 de agosto de 2013

El sueño de África


Hoy he terminado de leer El sueño de África, de Javier Reverte. Lo he superpuesto al Quijote, libro que siempre estoy leyendo porque para mí es como ir al gimnasio, donde se supone que uno va asiduamente para mantenerse en forma. El Quijote mantiene en forma mi capacidad de expresarme, y la mejora a cada nueva pasada, y estimula también mi pensamiento -lo exprese o no- para que éste no se enrigidezca y tenga siempre la elasticidad necesaria para poder considerar una locura como algo maravilloso.

El sueño de África me ha entusiasmado en muchos de sus pasajes, porque aparte de emplear una prosa dinámica y rica, menta muchos lugares en los que he estado y describe muchas emociones que yo mismo he vivido en primera persona.

Curiosamente ha coincidido el final de su lectura con el de mi viaje, que ahora mismo también me parece un sueño africano, y los últimos párrafos que en el libro aparecen reflejan perfectamente consideraciones que haría mías, pero que yo no sería capaz de expresar de manera ni medio parecida -por muchas veces que lea el Quijote y por muy en forma que esté mi supuesta elocuencia- así que ahí van, literalmente, porque me gustan, porque aleccionan, porque son bellas y porque con su lectura me he emocionado y llenado de energía:

Un viaje que logra cambiarte es un buen viaje. El planeta ya no guarda rincones vírgenes y no hay ningún territorio desconocido para el hombre. Ya no se puede viajar para explorar. Se viaja ahora, en todo caso, para perseguir una idea que alentaste, o para sentirte a ti mismo pisando el lugar que has soñado ver.

Pero el viaje puede seguir siendo una aventura porque aventura es el recorrido de los sueños. Y el sueño es la naturaleza que conforma el corazón del hombre. Su destino es cumplirlos.

Creo que hay que viajar siempre, ponernos a prueba ante lo inesperado, ver y sentir sobre lo que hemos leído, sobre lo que nos han contado, sobre todo lo que hemos imaginado. Y luego escribirlo, para que otros sueñen, para mantener viva la ficción del existir y el anhelo de eternidad.

Creo que el ojo del hombre debe ver las cosas por sí mismo, respirar con sus propias narices los aromas de las plantas, de los animales y de los otros hombres; tocar con sus manos las manos de hombres de otras razas, pisar con sus propios pies las tierras más lejanas. El alma del hombre tiene que recuperar la pasión de la aventura y no esperar a que se la sirvan en una pantalla. La gran aventura es siempre el viaje. 

Deberíamos viajar sin tregua y alentar en nuestro pecho un corazón de mzungu".

¡Cuán de acuerdo estoy contigo, Javier Reverte! ¡Gracias, mzungu!

domingo, 4 de agosto de 2013

Moroto wapi?



Durante mi estancia con los niños de Tanzania, dado que permanecí allí “mucho” tiempo, tuve que despedirme de mucha gente que iba y venía, y muchas veces, cuando la despedida era de alguno de mis compañeros, pude vivir su ausencia los días siguientes a su marcha a través de la pregunta ulterior de los niños, que siempre era la misma y en todos los casos venía cargada de nostalgia nominativa. Si se marchaba Imanol decían, Imanol wapi?, si era Alicia, la pregunta era Alicia wapi?, si era Tom, Tom wapi?, si Françoise, Françoise wapi?, si Simon, Simon wapi?, y si Anna, Anna wapi?, y así con todos, dando lugar a una batería de respuestas que más parecía una clase de geografía -pues cada uno venía de un país diferente- que una respuesta verdadera, ya que lo que los niños querían saber era dónde estaban los ausentes y por qué ya no estaban allí. De hecho cuando la nostalgia era mucha y el que se fue había dejado una huella más profunda, le dedicaban otra pregunta, esta ya más difícil de responder: Kwa nini?

Desde aquí escucho los ecos del Moroto wapi? (¿Dónde está Moroto?), y creo adivinar también los estertores del difícil Kwa nini? (¿Por qué?), que no sé si me vienen desde fuera o si nacen dentro de mí mismo.

Sólo ha habido en mi vida dos especies de ser vivo que me han recibido dando brincos todos los días que me he ido a encontrar con ellos: uno ha sido mi perra, a la que echo tanto de menos que a veces aúllo en sueños, y el otro los niños del colegio, para cuya profunda pregunta sólo tengo una frívola respuesta que se resume así: Moroto katika Hispania (Moroto está en España), pero esa respuesta no me vale ni a mí porque sigo sin saber muy bien por qué. 

Me fui unos meses para vacunar mi alma (ver primera entrada de este blog aquí: http://www.morowi.blogspot.com.es/2013/03/aupa-chavales-ahora-que-ya-tengo-el.html) y resulta que ahora me he vuelto adicto a las vacunas y necesito más. Me he hecho nómada y preguntón, y la estática curiosidad de este entorno -mi querida Hispania- en el que se valoran más las pseudorespuestas que las buenas preguntas me produce somnolencia, contra la que no sé si hay más vacuna que la ausencia.

Necesito una respuesta, o miles, para otras tantas preguntas, y me encanta que así sea, porque cuando crea que tenga todas las respuestas me habré muerto de presunción, y cuando no se me ocurran más preguntas me habré muerto de falta de curiosidad.

Me vacunaré, pues, de nuevo, porque tengo adicción a la búsqueda de respuestas del tipo kwa nini? (¿por qué?), aunque nunca llegue a descubrirlas -como pasa con el horizonte, eso hacia lo que uno se mueve pero no se alcanza- y seguiré buscando, muy a pesar de los que sólo ven la vida como una existencia funcional y no son adictos a las preguntas difíciles sino a las respuestas fáciles y a las pastillas para no soñar.