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No tenía fuerzas para rendirme, así que decidí emprender activamente una búsqueda eidética, es decir, de lo esencial. Pensé que el cambio que afrontaba merecía un decorado literario, y de ahí el blog. En él reflejo pensamientos, reflexiones y emociones que he vivido durante mi estancia en Tanzania enseñando inglés y suajili a niños de preescolar en un colegio rural de la organización Born To Learn, en India como profesor de francés para la Professional School of Foreign Languages de la Fundación Vicente Ferrer, y actualmente en Malí cooperando con CONEMUND en proyectos de seguridad alimentaria y equidad de género. Mi objetivo cabe en una palabra: Compartir.

martes, 29 de mayo de 2018

¿Trabajas de lo tuyo?


Atención a la preguntita: ¿Trabajas de lo tuyo? No deja de sorprenderme ni de perseguirme, quizás porque no trabajo de "lo mío". Pero bueno, vamos a ir poco a poco, desentrañando y analizando la cuestión, porque el asunto tiene enjundia, o al menos yo se la veo. 

Entiendo que así formulada, la pregunta da por hecho que hay algo por ahí, no sé qué, que “es mío”. Como evidentemente se trata de una especialidad o de un conocimiento, concluyo que hay una serie de conceptos de los que tengo conocimiento y que se supone manejo con pericia que -aunque sean compartidos- puede decirse que forman parte de mis atributos intelectuales, es decir, que son "lo mío". Bien, llegados a este punto, y sin ánimo de ser presuntuoso -y creo que no lo soy porque cualquiera podría decir lo que voy a decir a continuación- la pregunta me suscita una duda, porque la verdad es que aunque desconozco infinitas cosas, conozco más de una, así que la réplica es evidente: ¿A qué parte de “eso mío” se refiere la cuestión?

Y aquí es donde viene lo verdaderamente preocupante: parece ser que "lo mío", eso para lo que estoy codificado y a lo que se supone que en buena lógica me debo dedicar el resto de mi vida durante un mínimo de cuarenta horas a la semana, es lo que aprendí mientras fui a la universidad, y punto. Todo lo demás no es para mí, es otra cosa, algo que sólo sirve para desviarme de mi verdadero camino. La educación liberal ha hecho polvo hasta los diálogos más superficiales simplificándolos con una pregunta prejuiciosa y ridículamente gremial como esta que considera que toda una vida, todo lo que soy, mi cuerpo, mi alma, mis dudas, inquietudes, anhelos, lágrimas, sonrisas y aspiraciones se pueden encajonar funcionalmente en un papel que me dieron hace muchos años al terminar de estudiar un montón de libros, en la mayor parte de los casos parcialmente entendidos, durante una etapa finita y corta de un proceso de maduración personal: mis años de universidad. El resto de cosas que haya leído, pensado, visto, sentido o imaginado, como digo, no cuenta. Da igual de lo que yo sea capaz, si no está en el papel, no es "lo mío". 

Sinceramente, no tengo ningún interés por cualquier tipo de estudio cuya finalidad sea ganar dinero. Diría que hasta lo desdeño. Para mí no merece la pena, y si algo tengo claro es que eso, precisamente eso, no es "lo mío". Invertiría mi tiempo en ello sólo si no tuviera capacidad y curiosidad por otro tipo de cuestiones más elevadas. ¿De qué me sirve llevar una precisa contabilidad, un inventario esmerado y actualizado, y un control atinado de mis inversiones si no soy capaz de compartirlo con un amigo? ¿Qué tipo de ciencia es esa que considera que los árboles tienen dueño? ¿Y esa que comercia con el agua y con la posibilidad de ensuciar el aire? ¿De qué me sirve conocer las ecuaciones que describen la luz como onda electromagnética si no lo utilizo para iluminarme? 

Y tampoco tengo muy claro qué gana el ser humano con los estudios liberales, esos que acaban siendo “lo nuestro”. En particular, ¿qué virtud humana potencia, por ejemplo, ser notario, ese ladrón con carné de te cobra por decirte con una impresora lo que tienes? Y en general, ¿de qué manera han ensalzado en mí esos estudios la valentía, el autocontrol, el altruismo, la curiosidad o la sensibilidad? La preguntita "¿trabajas de lo tuyo?" parece inofensiva, pero del enfoque que hacemos con ella se deduce que inconscientemente promovemos y entronamos los valores opuestos: En primer lugar, la cobardía, porque nos hace sentir que sólo podemos hacer una cosa, “lo nuestro”, y que todo lo demás nos es, por tanto, ajeno. La parcialidad en cuanto al conocimiento de nosotros mismos, porque pone vallas al campo de nuestro intelecto y de nuestra curiosidad sobre lo que encerramos y sobre todo lo que hay ahí fuera. El egoísmo, porque tradicionalmente mío, tuyo y suyo forman una familia de pronombres tacaños y maleantes. El engreimiento, porque ¿cómo, si no es engreído, se puede sentir alguien que cree que sabe todo lo que debe saber? Y en última instancia, la deshumanización, porque cosifica nuestra existencia convirtiéndola en una rueda dentada más de una máquina de imprimir billetes... ¿para qué?, ¿para comprar lo suyo?

¿Eso es lo mío? ¿Ese pijama de rayas con corbata y aire acondicionado es lo que me corresponde? Si es así, ¡para vosotros! Yo estudio para abrir puertas, no para cumplir condenas, y además estoy ocupado en hacer espeleología en las cavernas de la mente, en descifrar el murmullo del río, en tramitar un pasaporte de pájaro, en crear un pentagrama para componer silencios, en descubrir el sexo de los electrones y en destruirme para "lo vuestro". Ya si eso, cuando termine, me pongo con "lo mío"...

- El texto es una adaptación de ideas de Séneca y Neorrabioso, junto con la inspiración extraída de la experiencia personal, que me viene acompañando cansinamente desde hace décadas, de tener que responder a la preguntita de marras que no, que no trabajo de lo mío, que parece ser que estoy en lo de otro - 

- Escrito el 31 de mayo de 2015-