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No tenía fuerzas para rendirme, así que decidí emprender activamente una búsqueda eidética, es decir, de lo esencial. Pensé que el cambio que afrontaba merecía un decorado literario, y de ahí el blog. En él reflejo pensamientos, reflexiones y emociones que he vivido durante mi estancia en Tanzania enseñando inglés y suajili a niños de preescolar en un colegio rural de la organización Born To Learn, en India como profesor de francés para la Professional School of Foreign Languages de la Fundación Vicente Ferrer, y actualmente en Malí cooperando con CONEMUND en proyectos de seguridad alimentaria y equidad de género. Mi objetivo cabe en una palabra: Compartir.

viernes, 21 de octubre de 2016

No pienses en una cebra


Te propongo una actividad muy sencilla; para ello vas a tener que cerrar los ojos durante medio minuto al final de este primer párrafo. Cuando los abras podrás seguir leyendo el resto de la entrada, que sólo será un párrafo más. La actividad consiste en intentar no pensar en una cebra, y comenzará cuando leas "ya". ¿Preparado(a)? ¿Estás preparado(a) para cerrar los ojos y no pensar en una cebra? De acuerdo, el ejercicio comienza... ¡ya!
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¿Qué ha pasado? Ahí lo tienes, esa es la naturaleza de la mente. Cuando intentas pararla se activa. Probablemente habrás visto más cebras que en el Ngorongoro en época de migración. No se puede controlar la mente con la mente. De aquí viene eso de que contra lo que luchas se multiplica y lo que aceptas se disuelve. Para controlar tu mente no debes actuar sobre ella sino sólo observarla. Pero, ¡ojo!, no debes observarla con la propia mente, sino con otra cosa...

lunes, 17 de octubre de 2016

Saber menguante


Vamos a ver, ¿cómo es posible que cada día esté más formado, que cada día sepa más, cada día aprenda más, confirme más, viaje más, pruebe más, viva más, piense más… y sin embargo cada día sepa menos? ¿Qué está pasando aquí? ¿Qué tipo de broma es esta?

Es el increíble caso del conocimiento menguante, y no se trata de que al saber más uno se aleje del vulgo y al sentir ese alejamiento sea declarado culpable en un juicio de soberbia ignorancia ajena, es que verdadera y literalmente las dudas crecen a un ritmo mayor que las respuestas. Es como que la progresión de las respuestas fuera lineal y la de las dudas exponencial.

Parece que el esfuerzo intelectual fuera un pataleo en una ciénaga. ¿Debo entonces quedarme quieto para aprender de verdad?, ¿debo quemar los libros?, ¿enterrarme?, ¿embrutecerme para crecer?, ¿cuál es la íntima naturaleza del saber? Por favor, una respuesta ya, que voy a enloquecer.

Tengo una manifestación de neuronas que atender, una reclamación de aumento de sueldo de materia gris que negociar, unas sinapsis que justificar y unos neurotransmisores a los que indemnizar.

Creador, Demiurgo, Todo, Dios… Bromista Universal, ¿qué tipo de mofa es esta que formo una montaña y no un agujero al cavar?

Beatus ille, Sócrates, que sabías al menos que nada sabías. Bendita nada la de tu saber, que siendo nada, menos no podía ser.

30 de abril de 2015.

domingo, 16 de octubre de 2016

El suicidio de las letras


Toda mi vida me han acompañado las palabras. He mantenido un idilio apasionado con ellas y han sido siempre una de las prendas más características con las que se ha vestido mi personalidad incluso cuando era pequeño. Las palabras son los genitales de mi mente. Tan amorosa ha sido mi relación con ellas que han proliferado en mí creando una familia numerosa de seis miembros claramente diferenciados y activos, todos elocuentes, académicos y bien educados. 

Entre unos idiomas y otros, y sumando los primos hermanos que puedo decodificar por redundancia, calculo que puede haber en mi cerebro unos cien mil términos diferentes. ¡Qué vergüenza! Todo eso para no ser capaz de expresar ni una sola verdad. ¡Vaya estafa! No tengo palabras, pero sí una fortísima pulsión de dejar de hablar, así, sin más. Debe ser algo parecido a lo que siente el fumador que de repente, después de una vida entera fumando, llega un día y se dice: "ya está, no fumo más". 

¡Calla ya! -me escucho- como que ya hubiera hablado demasiado, o al menos lo suficiente, como que alguien dentro de mí tuviera claro que por ahí, hablando, no voy a poder llegar, y que así, hablando, no sólo no lo voy a conseguir sino que lo voy a bloquear. Pero, ¿llegar a dónde?, ¿conseguir qué?, ¿de qué bloqueo me hablo?
¿Dónde están esas traidoras ahora que me hacen falta de verdad?

¿Qué puedo hacer?, ¿debo seguir ese instinto o debo buscarle una explicación para verbalizarlo?, ¿qué me está pasando?, ¿qué mudo hartazgo me está gritando?, ¿por qué las letras se me quieren suicidar? 
Necesito una respuesta, ¿alguien me la puede silenciar?

miércoles, 12 de octubre de 2016

Cazador de verdades



Durante toda su vida, el cazador de verdades utilizó las palabras para verbalizar sus presas. Cada tajada, pedazo o porción de verdad que conseguía era generosamente compartido con los suyos. A la lumbre de las palabras y las conversaciones sosegadas, se aderezaban sus viandas. Nunca faltó de comer en su aldea. Su cerebro y su alma gozaban de buena salud. Su gente estaba bien alimentada gracias a él -cazador abnegado y virtuoso- que cada mañana salía al bosque a desbrozar insustancialidades con su machete y a cazar verdades volátiles con sus flechas. La veracidad crecía en él, y su vida discurría caudalosa y fresca dibujando meandros en su psique que permitían una cómoda navegación de las ideas con las que él explicaba su mundo. 

Pero llegó un día en que, persiguiendo el porqué de una lluvia que no dejaba de arreciar, atravesó sin darse cuenta la foresta de su pequeño mundo de formas e ideas, pasó al otro lado de la cordillera de sus experiencias y acabó con su machete, su arco y sus flechas delante del mar, un lugar que no conocía y que hasta entonces, desde su tierra firme, no había podido siquiera imaginar. Rendido por su búsqueda y abrumado por su enorme nueva presa, se deshizo de su machete para cortar trivialidades y de su arco para cazar comprensibles verdades, cayó arrodillado en la playa y comenzó a escuchar el ruido de las grandes olas y el susurro de la resaca, y de ellos y de su inmensidad entendió que a partir de ese día nunca más tendría que volver a cazar. Y lloró, y rio, y verdaderamente comprendió, pero esta vez sintió que no podría compartir su presa al fuego lento de las palabras, así que esperó y pensó, escribió algo en la arena y se fue. 

Al día siguiente, los suyos -con hambre un día más- se preocuparon, y preguntaron, y se extrañaron de que volviera desnudo y sin armas ni presa después de una ausencia tan larga, pero él los miró y con un pequeño arco iris dentro de sus lágrimas de felicidad, señalando hacia el mar, les dijo: "No os preocupéis, hermanos, no pasaréis hambre nunca más y en esta aldea nunca nadie tendrá que volver a cazar, pues no traigo pedazo, tajada ni porción, sino la única y gran verdad: las lluvias son todas una, y su madre es el mar."

- Dharamshala (Himachal Pradesh) - India.
18 de Septiembre de 2015.
  

martes, 11 de octubre de 2016

La réplica


¿Qué tal te llevarías con una réplica de ti mismo? No hablo de una réplica genética, sino de una copia exacta en todos los órdenes, de un individuo ajeno pero idéntico, de alguien que es exactamente tú pero que es al mismo tiempo otra persona con la que puedes hablar y a la que puedes mirar y sobre la que por supuesto también puedes opinar. En definitiva, ¿qué tal te llevarías contigo mismo pero habiendo dos, tú y tú mismo? 

Imagina que todo lo que te caracteriza lo pudieras integrar en otro cuerpo idéntico al tuyo que encarnara tus mismas posesiones, tu mismo trabajo, estatus social, conocimiento, educación, experiencias vividas, habilidades, relaciones personales, historia familiar, sistema de creencias filosóficas, religiosas y políticas, gustos, etc. ¿Qué migas harías con él?, ¿qué tipo de conversaciones tendrías?, ¿estarías a gusto en su presencia? 

Quizás en un primer momento te estás imaginando gozosas e interesantísimas conversaciones nadando apaciblemente sin disentimiento alguno en un mar de absoluta afinidad, pero te voy a decir la verdad. La respuesta está muy clara: no te soportarías. 

En realidad conviene aclarar que el planteamiento es utópico incluso en términos ideológicos, es decir que la mente no puede asumir esta hipótesis de identidad ajena, al igual que no puede visualizar una quinta dimensión. La simple premisa de que uno ocupe dos cuerpos idénticos pero diferentes al mismo tiempo supone un esguince para el cerebro y sólo tendría sentido como lo tienen muchos sinsentidos cuánticos. Y yendo aún más lejos podemos decir que ni siquiera uno es idéntico a sí mismo, ya que la impermanencia de lo que somos impide que se pueda llevar a cabo la comparación misma. Pero a pesar de todos estos inconvenientes, yo insisto en imaginar y en pedir que imagines. Imagina, pues, que te ves y te reconoces, ¿qué opinión te mereces?

Podrías decir que te cuesta imaginar porque ni siquiera sería posible hablar contigo mismo, ya que al ser el mismo hablaríais los dos a la vez para decir la misma cosa. Para solucionar ese problema en el plantemaniento podemos aplicar un pequeño desfase temporal, por ejemplo de cinco minutos. Es decir, aquí estás tú, ahora, y aquí estás tú mismo, también ahora, pero tal y como eras hace cinco minutos. Ahora que el escenario es más imaginable vuelvo a preguntar: ¿qué pasaría? 

Quizás las cosas podrían ir bien durante un rato. Quizás es cierto que la afinidad de los puntos de vista, las reflexiones y el enfoque de los temas, además de los gustos, crearan una "mutua autoadmiración", pero no tardarían en aparecer los problemas irreconciliables. Podría ser que no te gustara tu cara, o tu voz, o tu forma de andar (nada de eso lo has visto, oído, ni observado nunca desde fuera de ti mismo), y como en tu sistema de creencias esas frivolidades influyen a la hora de considerar con quién estás y qué te parece, podrías empezar a tener una opinión un poco menos generosa sobre esa "otra" persona. ¿Y qué hay de los cambios de opinión? ¿Puedes decir que siempre has pensado lo mismo sobre todo? ¿Qué pasaría si hablaras contigo mismo después de haber cambiado radicalmente de opinión pero tu otro yo no hubiera cambiado todavía porque le faltan cinco minutos para ello? Te censurarías y te desaprobarías totalmente y te dirías que aún no has entendido nada, y aunque pasados los cinco minutos reconciliaras posiciones ideológicas contigo sobre ti mismo, recordarías el desacuerdo y la desavenencia pasada germinaría en ti generando desconfianza para el futuro. 

Con el paso del tiempo, repitiéndose esta circunstancia, acabarías pensando que eres un retrasado sin personalidad con ganas de llevar la contraria que al cabo de un rato cambia siempre de opinión. Dejarías de tomarte en serio, te verías como muy diferente, perderías el interés y la afinidad del principio se transformaría en hastío y desdén. Probablemente tenderías a ignorarte y renegarías de ti por tu aspecto, tus ideas y tu carácter veleidoso. En resumen, te odiarías crecientemente. 

¿A qué conclusión nos lleva esto? Está bien claro: estás a cinco minutos de ser tu propio enemigo.