Muchas veces me ha pasado que he estado
buscando las llaves pensando que las había perdido y al final ha
resultado que las llevaba encima, y hasta me ha llegado a ocurrir
buscar las gafas llevándolas puestas. El colmo de este tipo de cosas lo viví en Madrid. Un día salí temprano de casa y me dirigí a mi coche para ir a la
oficina, pero resultó que mi flamante deportivo no estaba en su sitio: ¡me lo habían robado! Me llevó toda la mañana desplazarme en metro y
autobús para encontrar una comisaría y denunciar su desaparición. Ya en la
puerta de la comisaría, profundamente afligido por la pérdida, consideré de repente la posibilidad de que
estuviera en un sitio diferente al que yo pensé que tenía que
estar. Confuso y atontado volví a casa, busqué en este otro lugar
y resultó que el coche había estado siempre allí. Se ve que como
cada día aparcaba en un sito diferente -donde podía- mis recuerdos
se habían cruzado y creí que había dejado el
coche en un lugar en el que en realidad lo había aparcado un par de
días antes, no el día anterior. Al llegar a la oficina, ya por la
tarde, y después de haber perdido toda la mañana padeciendo sin necesidad a causa de mi despiste, dije que había
pinchado y que por eso no había podido ir a trabajar. Me pareció
una buena idea mentir de esa manera para no pasar por tonto y perder
toda la credibilidad delante de mi jefe y compañeros porque se me
hacía más fácil imaginar la indulgencia ajena hacia alguien que
pincha antes que hacia alguien que no se acuerda ni de donde aparca. Lo que de verdad me ocurrió era digno de un estulto profesional, así que mi ego prefirió escamotearlo profesionalmente.
Este episodio -absurdo donde los haya- así como el de las llaves y las gafas son sólo una manera de sugerir que muchas veces la solución está tan cerca de los supuestos problemas que quizás por esa misma razón cuesta encontrarla. Más aún, puede que lo que llamamos problema sea la solución misma.
Con la búsqueda del verdadero yo pasa algo parecido. Si yo soy el problema, yo soy también la solución. Uno mismo está evidentemente en uno mismo, así que para encontrarse no hay que irse muy lejos. Se trata de dejar de ser lo que uno no es, de dejar de buscar fuera, y automáticamente, por defecto, se pasa a ser quien uno verdaderamente es. Es como esperar a que pase un nublado para ver el sol o como sentarse en la orilla para que el barro y las hojas del río se vayan al fondo y se pueda beber agua cristalina donde antes sólo había una curso sucio.
Este episodio -absurdo donde los haya- así como el de las llaves y las gafas son sólo una manera de sugerir que muchas veces la solución está tan cerca de los supuestos problemas que quizás por esa misma razón cuesta encontrarla. Más aún, puede que lo que llamamos problema sea la solución misma.
Con la búsqueda del verdadero yo pasa algo parecido. Si yo soy el problema, yo soy también la solución. Uno mismo está evidentemente en uno mismo, así que para encontrarse no hay que irse muy lejos. Se trata de dejar de ser lo que uno no es, de dejar de buscar fuera, y automáticamente, por defecto, se pasa a ser quien uno verdaderamente es. Es como esperar a que pase un nublado para ver el sol o como sentarse en la orilla para que el barro y las hojas del río se vayan al fondo y se pueda beber agua cristalina donde antes sólo había una curso sucio.
Por otra parte, encontrarse no es algo
que se parezca a marcar una muesca en la lista de méritos personales, no es una consecución más. Descubrirse no es un logro adicional, es decir, no es algo cuantitativo, sino
eminentemente cualitativo porque se experimenta al mismo tiempo que no
es necesario añadir nada a lo que ya se es, o dicho de otra manera: no se necesita hacer nada para ser quien uno es. Esto el descubrimiento
definitivo, el uno dividido por cero de la ecuación vital. Es empezar a vivir.
En términos prácticos se puede
pensar que al tenerlo todo se ahogará uno en la pasividad del
que nada necesita, pero lo que ocurre en realidad es que al encontrar la identidad más allá de las formas, las formas se multiplican y
se pasa de repente de ser pescador a ser caña, y pez, y almadraba, y atún, y
plato cocinado, y todo a la vez. Cuando bebes de ti mismo los relojes se deshacen como en los cuadros de Dalí, los miedos se mueren de miedo, nunca más se siente la necesidad de pelear, la luna siempre es creciente y se baila con la vida un vals.