No hay nada más elocuente que los cambios. En ellos, por
pequeños que sean, se agazapan las verdades, como lagartijas inquietas entre
las piedras. Experimentarlos da un punto de vista privilegiado sobre la
realidad que nos rodea. Salir por ahí “a dar un paseo” ayuda a relativizar las
verdades absolutas de las que tan convencidos estábamos antes de ver cosas
nuevas.
“Duda del que dice saber la verdad, sigue al que la está
buscando”, es la máxima que me gusta considerar cuando me pregunto por qué hago
o dejo de hacer ciertas cosas. Y me gusta porque es inconformista y dinámica.
La verdad es una asíntota que nunca llega a determinarse totalmente, pero cada
vez se acerca más a algo, y la búsqueda es por tanto interminable. Yo no sé cómo es la verdad, pero soy capaz de contarte cómo voy acercándome a ella.
Perseguirla encierra un montón de inconvenientes. Tienes que
pasar incluso por encima de los que más te quieren, cuyo exceso de amor les
impide pensar con lucidez, y por encima de los que sencillamente no piensan
porque eso no sirve para nada y además cansa. Es posible que vean tu empresa
como una forma de locura que les da miedo, y que no les impide chantajearte con
toda naturalidad apelando a tu falta de agradecimiento a lo que la vida te ha
dado.
Nadar contra corriente puede salirte caro, porque dirán de ti
que no sabes apreciar lo bueno que te ha tocado en suerte, que tu valentía es loca
temeridad, y que te vas a estrellar, curiosamente siempre contra los miedos de
quien te lo dice. “No salgas”, te dirá el que nunca ha salido; “te vas a
estrellar”, escucharás del que todavía no ha nacido para poder estrellarse
contra algo; “eres un desagradecido”, te espetará quien piensa que lo que tiene
es mérito suyo. Como si nacer en un sitio u otro o tener una familia u otra
fuera algo trabajado. Va a resultar ahora que ganar a los dados tiene mérito.
Me pregunto qué opinión tendrá sobre un salmón la gente que no piensa. Dirán que es un ser absurdo, supongo. Nos han educado a tener
opiniones sobre todo sin ni siquiera habernos parado a forjarlas. Lo llamamos
libertad de expresión, y consiste en que cada uno pueda decir la tontería más
grande que se le ocurra sin haber antes considerado el asunto que se trata. Yo
voy a decir una, por ejemplo: el salmón no sabe lo que hace y está loco. Podría desovar
sin necesidad de remontar el río. ¡Qué tontos son los salmones!
Si te conviertes en un pensador, vas a desconcertar y fastidiar
a mucha gente. Conviene pensarlo antes de hacerlo.
PS: Ya tengo el billete para volver a Tanzania, y esta vez
es sólo de ida. No hace mucho que me fui buscando una vacuna vital (ver primera
entrada de este blog: http://www.morowi.blogspot.com.es/2013/03/aupa-chavales-ahora-que-ya-tengo-el.html), y ahora vuelvo a irme para seguir aprendiendo
mientras enseño. ¡No se puede ser más salmón!
Toda vacuna necesita sus dosis de recuerdo, y la tuya parace que necesita un recuerdo temprano.Siendo el que siempre pierde la batalla veo más tonto al oso que al salmón, y eso que yo me considero más osezno, pero listo, eh!.. ¿o no?
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