- ¡Soy libre!- gritaba ingenuo el tren discurriendo por su raíl a
toda velocidad mientras el pájaro, que le escuchó, se reía de él planeando
descuidadamente en el cielo.
- Si él se siente libre –pensó el pájaro- porque no sabe
lo verdaderamente esclavo que es de los raíles por los que circula, beatus
ille.
Existen grados de libertad, y aunque parezca que lo
importante sea la sensación subjetiva que cada uno tiene de ella, lo cierto es que hay gente tan esclavizada que
sencillamente piensa que es libre porque está viva, como si la libertad no
fuera más que no haber sido aún apresado por la muerte. Desmedrado pensamiento, en mi
opinión, para tan maravilloso y excelso concepto, uno de esos indefinibles a los que sin embargo podemos acercarnos con circunloquios como este:
“La libertad, amigo Sancho, es uno de los más preciosos
dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los
tesoros que encierra la tierra ni el mar esconde; por la libertad, así como por
la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio
es el mayor mal que puede venir a los hombres”.
Llevado al extremo, uno puede sentirse preso hasta de su propio
cuerpo, aunque éste funcione perfectamente, y si bien parece más difícil
sentirse apresado por las ideas propias, ya que éstas se defienden como la
inteligencia –la virtud mejor repartida, porque todo el mundo cree tener
suficiente-, resulta que las ideas también apresan, y más que el cuerpo, porque
se disfrazan de personalidad, y una vez asumidas se hacen indistinguibles de
una opción libre, aunque vengan insufladas y plastificadas desde fuera.
Quiero ser pájaro, pero no para reírme de
los trenes, sino para que mi rail sea el viento, y por eso me pongo en duda
constantemente. No hay nada más estable y próspero que planear sobre la posibilidad del cambio permanente.
Yo vuelo hacia Zihuatanejo, y me gustaría no hacerlo solo
sino en bandada.
Muy apropiado mencionar a Zihuatanejo al hablar de libertad.
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