El techo de mi habitación es de asbesto, y como hay muchos
árboles altos alrededor, cuando hace viento se caen las hojas sobre él y suena
a lluvia. Cada noche me acuesto con el sonido de la lluvia de hojas y cuento las
ideas que se posan en mi almohada con las hojas que escucho llover. Es un
sonido hipnótico, paradójicamente irregular pero cadencioso. Es al oído lo que
las llamas de la hoguera a la vista: llamas y lluvia son una pasarela para que
las ideas se vayan desnudando y acomodando en mi subconsciente para hacer una
orgía onírica mientras mi consciencia prejuiciosa y pretenciosa se deshace de
cansancio y se va sin despedirse.
Anoche, medio dormido, con la orgía medio empezada y el
conocimiento medio borrado, sentí crepitar misteriosamente las bolsas de plástico
de la habitación en las que guardo cosas de las que no me acuerdo. Quizás
llevado por lo que alguna vez antes he visto, por el entorno natural en el que vivo, o por los miedos del que duerme -pues no hay nadie más indefenso que el
que se entrega al sueño- pensé que el ruido estaba provocado por una serpiente,
y me lo creí.
Pensé que la habitación estaba llena de serpientes, y me lo
creí.
Soñé que me mordían, y lo sentí.
Soñé que mis brazos y piernas se convertían en serpientes y que yo mismo era una serpiente, y lo viví.
Al despertarme, con la orgía terminada y la consciencia otra
vez sentada en el trono de mi propio yo, vi un inofensivo y gracioso sapo que
me miraba fijamente desde el otro lado de la mosquitera.
“Así que serpientes, ¿eh?”–me dijo riéndose batraciamente-. "Cuentas
tus ideas por hojas llovidas y yo cuento tus miedos por serpientes soñadas. Todavía
te quedan muchas por decapitar".
“¡Será cabrón el sapo listillo!” –pensé-. Y a
continuación, de verdad, desperté.
Bendito sapo tambien soñado...el despertar brusco durante el sueño se lo debes al hipotálamo.
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