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No tenía fuerzas para rendirme, así que decidí emprender activamente una búsqueda eidética, es decir, de lo esencial. Pensé que el cambio que afrontaba merecía un decorado literario, y de ahí el blog. En él reflejo pensamientos, reflexiones y emociones que he vivido durante mi estancia en Tanzania enseñando inglés y suajili a niños de preescolar en un colegio rural de la organización Born To Learn, en India como profesor de francés para la Professional School of Foreign Languages de la Fundación Vicente Ferrer, y actualmente en Malí cooperando con CONEMUND en proyectos de seguridad alimentaria y equidad de género. Mi objetivo cabe en una palabra: Compartir.

domingo, 8 de noviembre de 2015

Mis experimentos con la psique X. Abrazar un cactus.


Durante más de una década de mi vida dediqué la mayor parte del tiempo de mi día a día a vender por España y algunos países de Europa productos de última tecnología utilizando el verbo para convencer, la sonrisa para seducir y la corbata para figurar. Durante esa etapa estreché con firmeza cientos de manos de ejecutivos para firmar con ese gesto otros tantos acuerdos comerciales, muchas veces sumamente sustanciosos económicamente. 

Cuando esa etapa terminó, me deshice de la corbata y ejercí de voluntario durante algo más de un año enseñando a leer y escribir y a sumar y restar a niños de preescolar en un colegio rural de la Tanzania profunda utilizando la tecnología más básica: Un lápiz y un papel. Al cambiar el decorado exterior pasando tan radicalmente de lo opulento a lo pobre, se produce dentro de uno mismo una evolución que sirve, entre otras muchas cosas, para relativizar lo hasta entonces sabido y para llenar de contenidos nuevos palabras como por ejemplo “importante”. Uno pasa de decir: “Es muy importante conseguir que esta empresa nos firme este contrato”, a decir, por ejemplo: “Es muy importante que estos niños coman al menos una vez al día”. Al vivir en primera persona situaciones tan diferentes y ver sin embargo que los términos utilizados son los mismos, se da uno claramente cuenta de las naturales limitaciones del lenguaje y de la vacuidad de algunas palabras, como por ejemplo “importante”, de manera que se concluye que la información más valiosa y real viene dada sobre todo por la comprensión de la situación en que se está más que por lo que en esa situación se dice. Es el contexto lo que da sentido al texto. 

El trabajo que estuve desarrollando en Tanzania era muy emocionante, pero para entenderlo bien también hay que situarse bien. Probablemente el trato con los niños era lo más significativo, pero había muchas otras cosas aparte de la relación con los alumnos en la escuela. Antes de mudarme a Newland -el pueblo mismo en el que estaba el colegio- residí en un hostal en Moshi -la ciudad más cercana- compartiendo habitación con los voluntarios que iban y venían. Algunos se quedaban una semana, otros un mes, otros medio año... así que pude mantener con ellos muchas relaciones de todo tipo, desde las cortas pero intensas hasta las largas pero insulsas. Entre otras tareas, me encargaba de darles la bienvenida, de guiarles en su incorporación al colegio y de asignarles funciones dentro de las clases. Además, regentaba el hostal junto con otra compañera, así que había muchos días en que, aparte de dar clase en el colegio durante unas cinco horas por la mañana, también me entretenía por la tarde recibiendo y dando habitación a clientes que venían a hacer noche en el hostal y que nada tenían que ver con el voluntariado. Ponía los desayunos y las cenas, hacía la compra, pagaba a los proveedores, atendía el correo para confirmar reservas, organizaba taxis para recogidas de clientes y voluntarios del aeropuerto, etc. Lo más duro para mí era que en función de los vuelos que cogían, podían llegar de madrugada y tenía que esperarles despierto para adjudicarles su habitación. A veces llegaban un par de ellos a las 2:00 AM, por ejemplo, otro a las 4:00 AM, y otro a las 5:00 AM, así que acababa durmiendo poco y mal, y como me solía levantar a las 6:00 AM, había días en los que empezaba la jornada muy castigado. El trabajo allí fue sobremanera intenso en todos los sentidos. Si en algo encontré la paz, no fue en la inactividad sino en el tipo de actividad que desarrollaba. Simplemente me gustaba lo que hacía, en parte por su carga emotiva, en parte por la novedad que para mí todo eso suponía. En cuanto a mis honorarios, venían a ser al cambio unos 75 Euros, que, teniendo en cuenta el país en que estaba, yo consideraba más que justos. Desde un punto de vista habitual de rendimiento económico podría pensarse que lo que estaba haciendo era una auténtica estupidez, porque en mi anterior etapa había tenido sueldos de cifras casi pornográficas, pero para mí fue muy gratificante comprobar que el dinero ya no era la motivación de mi actividad personal, y eso sí que no estaba pagado. 

Pues estando yo inmerso en estas lides, resultó que un día llegó una voluntaria muy particular. No tengo muy claro lo que a esta chica le hizo sentir como creo que se sintió, pero el caso es que fue desarrollando poco a poco una cierta ojeriza hacia mí -o por lo menos así lo percibía yo- que tuvo un punto culminante que voy a contar a continuación. Pienso que quizás fue por el gran desgaste que suponía dar clase a unos niños que por lo general le tomaban a uno por el pito de un sereno, por el calor abrasador que hacía en las aulas, por el efecto de la hiperrealidad del día a día en la escuela, porque el sueño mismo de visitar África una vez realizado deja de ser un sueño y da lugar a un vacío que puede ser frustrante, o quizás sencillamente porque mi gestión era nefasta, pero el caso es que fuera por lo que fuere una noche durante una cena en el hostal ella explotó y dijo unas cuantas cosas que me dejaron muy mal parado. La situación fue como sigue:

En Newland estábamos construyendo una escuela nueva utilizando para ello botellas de plástico rellenas de arena en vez de ladrillos. Así se reducían costes y además se reutilizaba el plástico. La idea era muy buena, aunque lo de rellenar las botellas era verdaderamente duro porque se hacía al sol y después de horas allí la arena se acababa colando en los ojos y hasta en la zona recreativa. Una mañana que fui a la obra con el fin de organizar los turnos de trabajo entre los padres de los alumnos -que eran quienes mayoritariamente hacían esta tarea- tuve que ausentarme del aula y dejar a la voluntaria en cuestión sola en clase con los niños. Se conoce que se estresó tanto y se sintió tan desamparada que entre lo que llevaba acumulado y lo que vivió ese día perdió definitivamente la paciencia conmigo y supongo que al ser yo el coordinador del proyecto, me consideró el principal culpable de su malestar. La consecuencia fue que más tarde, durante la cena en el hostal, -en presencia de otros voluntarios y de gente a la que yo tenía que rendir cuentas- escuché uno de los discursos más ásperos y a mi entender injustos que me hayan dedicado en toda mi vida. Hablaba de mi incompetencia como coordinador, de mi incapacidad para escuchar, del desentendimiento de mis responsabilidades, de mi holgazanería, de que si encima yo cobraba y no hacía lo que tenía que hacer, y hasta de si andaba liado con una voluntaria y estaba más centrado en ese lío que en mis quehaceres. En fin, que aquello fue un auténtico "sincericidio". Ella lo sentía así, y así lo dijo, sin ningún tapujo. Debo reconocer que hoy en día lo veo como algo casi novelesco y cuando me acuerdo me río con suficiencia, pero entonces aquel tsunami de vituperios me hizo polvo. 

Mientras ella hablaba, mis emociones fueron cambiando de manera esquizofrénica. Por una parte entendía su malestar, pero por otra me sentí herido y maltratado y tuve ganas de defenderme atacando. A continuación, casi sin darme tiempo para terminar de sentir una cosa, aparecía la compasión, pero inmediatamente, con el dolor de los golpes que recibía venían el enfado contenido, la ira y el odio, y luego otra vez la empatía, y así estuve vagando internamente entre una cosa y su contrario durante su exposición. Cuando terminó, se hizo un silencio que evidentemente me estaba dando la vez para que yo me manifestara, pero no sé por qué razón no hice ni dije nada. Me quedé sentado como estaba, perdí mi mirada entre los platos y no pronuncié ni una sola palabra aunque tenía un volcán erupcionando en mi interior. Los segundos pasaban, mi pose inexpresiva se mantenía mientras rumiaba las emociones que he descrito, y finalmente la situación se diluyó y se apagó como se apaga una vela soplada por el silencio. Al día siguiente intenté seguir haciendo mis tareas como si nada hubiera pasado y pocos días más tarde ella se marchó del proyecto.

Un amigo me confesó su admiración por mi reacción, o más bien por mi falta de reacción ante aquella borrasca que me calló encima. “Yo no podría haberme callado como tú" -me dijo-. "A mí me dicen eso y reviento”. Sin embargo yo no estaba ni de lejos satisfecho con mi actitud. No por no haber reaccionado negativamente, sino por haber tenido que hacer un esfuerzo tan grande para no hacerlo. De hecho, la energía que estuve conteniendo mientras me ponían a parir la evacué durante los días siguientes con un marcado pesimismo. El único mérito que tuve fue el de orientar la energía negativa que se creó en mí hacia un lugar diferente de aquel del que provenía. Con el tiempo he llegado a entender que aquel día tuve algo así como un examen sorpresa, y que aunque aparentemente lo aprobé con nota por mi actitud externa, en realidad yo sé que lo suspendí porque por dentro experimenté ira y odio. Y es precisamente a aprobar ese tipo de exámenes a lo que quiero orientar mi vida, así que hoy no siento más que agradecimiento por haber vivido aquella situación tan iluminadora. 

Una de las escenas que más me gusta de la película Matrix es cuando el protagonista, Neo, detiene con parsimonia las balas que los agentes le disparan. Hay otras escenas en las que evita las balas con movimientos increíblemente ágiles, y no le niego el mérito a esa forma tan espectacular de solucionar el problema de que te disparen, pero cuando Neo demuestra su poder, donde se ve claramente en la película que él es "el elegido", no es cuando esquiva las balas acrobáticamente sino cuando las detiene cogiéndolas con toda naturalidad como quien coge una flor de una rama. En el ejemplo que nos ocupa, digamos que fui capaz de esquivar las balas porque con mi silencio no azucé las llamas del desencuentro, pero no fui capaz de pararlas porque la cizaña creció dentro de mí. 

En términos poéticos, a veces imagino que me convierto en luz y que me curvo en el espacio-tiempo emocional en las proximidades de un agujero de gusano que conduce a un mar de gratitud en el que disuelvo mi ego como se disuelve un grano de sal en el agua, desapareciendo como grano pero produciendo salinidad a su alrededor. Imagino que me desidentifico definitivamente del miniyo, esa piedra en el zapato que nos impide viajar con comodidad a lo largo de un itinerario -la vida- en el que el concepto de individualidad es en realidad una estupidez, ya que todo tiene que ver con todo. Yo no soy distinto de quien me critica, ni la crítica es distinta del crítico ni del criticado porque todo es uno. Y representa un descubrimiento extremadamente revelador sobre nuestra capacidad comprobar que lo que uno siente no está influenciado por los hechos, sino por las interpretaciones que uno hace de esos hechos. En última instancia, pase lo que pase y digan lo que digan, lo que uno piensa es responsabilidad y potestad suya. 

Es esta extraña pose de la libertad -que parece como que quisiera esconderse coquetamente detrás de un velo de dificultad- la que más me seduce, la que persigo y la que a veces -de momento sólo a veces- vislumbro. Y no es que lo persiga porque me disparen mucho, porque me critiquen injustamente todos los días, ni porque las circunstancias de la vida me sean en general desfavorables, sino porque veo en no tomarse las cosas como algo personal una manifestación muy clara de la infinita potencialidad que tiene el ser humano. Verse como parte de un todo y no como un individuo independiente permite desplegar más fácil y creativamente los talentos y hace que uno sea más vital y menos vulnerable. Esta es para mí ahora la nueva acepción del término "importante", porque sé que del conocimiento del verdadero yo se nutre -entre otros muchos- ese superpoder: El de parar las balas con sosiego, el de abrazar los cactus con amor.  

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