Hay en
mi habitación del campus de la Fundación Vicente Ferrer un cuadro en la pared
con una frase del propio Vicente que reza así: “¿Cómo es que Dios, siendo
perfecto, creó un mundo con tantas imperfecciones?” Y ahí se queda el texto,
abierto, sin respuesta, supongo que para que cada uno piense en la suya. Por mi
parte, si no respuesta, sí tengo al menos algo que decir al respecto de la
frase, y lo resumo en la siguiente reflexión:
Imaginemos el Universo, es decir,
imaginemos todo lo que queramos y podamos imaginar. Lo infinito y la infinitud,
todo lo bueno y lo malo, lo que importa y lo que no, los planetas y los
satélites, los millones de galaxias, la materia negra y la antimateria, la luz…, en fin, todo. Pongámoslo en la imaginación y llamémoslo Universo o cosmos, o creación. ¿Ya?, ¿está ya en la cabeza?, ¿lo tenemos todo? Bien,
pues si eso que tenemos es el todo, entonces no es comparable con nada, porque si
lo fuera querría decir que hay algo más con lo que puede compararse que no
habíamos incluido en el todo. El todo no es, pues, comparable ni calificable.
El todo sólo puede ser, y en la medida en la que es exactamente como es,
entonces es perfecto. Lo que nosotros
llamamos imperfecciones –y normalmente solemos llamar imperfecciones a lo que nos
hace sufrir- no son sino despliegues del ser -el único que hay, el Todo, el Uno- que
interpretamos relativamente en función de nuestra capacidad. Es decir, que las imperfecciones -por así llamarlas- también tendrían un sentido, pero, precisamente por ser limitada nuestra capacidad, es imposible que lleguemos a entenderlas absolutamente.
Intentar entender el
despliegue del Universo y el porqué de todas las cosas de una forma racional sería como intentar
entender un cuadro a partir de tocarlo con un dedo y de analizar la pintura que quedara
en la punta del dedo. La pintura en nuestro dedo no
tiene sentido, no aporta nada, es inservible para inferir de qué va el cuadro
en su completitud. Nuestra naturaleza cognoscente nos exige una investigación,
pero nuestra capacidad mental nos da una respuesta relativa, vaga,
parcial, a la medida precisamente de nuestra pequeñez. Nuestra
mente no lo ve, pero está claro que la pintura que ha quedado en nuestro dedo
tiene un sentido. Ahora bien, lo tiene y se entiende sólo cuando está en el propio
cuadro, formando parte de la totalidad que ayuda a representar. Desde el
momento en que se entiende que todo es Uno, entonces resulta natural comprender -repito, no racionalmente- que el mundo no es imperfecto porque ese Uno es exactamente como es. Asumir este razonamiento es una forma de suicidio para la mente, que se siente aniquilar,
y por eso se opone exigiendo más datos y produciendo sensación de incompletitud con cualquier respuesta. Sin embargo, reconocer esta verdad desde dentro, más allá de la idea que
representan las propias preguntas y respuestas, es literalmente aceptar, y aceptar es el primer paso para llegar al conocimiento
del verdadero yo, eso que participa del todo y que nos permite entender allende los pensamientos.
Y esto no es una utopía, es algo muy real. Después
de milenios de injusto encarcelamiento, la Aceptación es por fin
libre en algunos hombres. Hasta ahora permanecía recluída en la prisión de los
defectos de la psique humana compartiendo celda con la pasividad, el
determinismo, el pesimismo y otros aguadores y empequeñecedores de felicidad.
Aceptación fue acusada de cobarde y de asesina de entusiasmos durante los
comienzos de la dictadura de la mente, y ha permanecido vejada y vilipendiada
en el fondo del corazón de los hombres desde entonces, acompañada de todas las
miserias que allí moran. En el juicio en el que fue condenada, Aceptación
argumentó que ella nunca pretendió hacer apología de la indolencia sino
simplemente proponer la asunción de lo que no se puede cambiar, lo cual es en
sí un acto lógico, pero la mente, severa, injusta y prejuiciosa la condenó al
ostracismo de las virtudes. Se le acusó también de entorpecer el progreso
humano, y aunque nunca quedó claro –ni lo está aún- qué cosa sea esa del
progreso, cuántas vertientes tiene, ni hacia dónde se dirige, la condena y el
encierro se hicieron efectivos. Ahora
que por fin es libre, ha declarado que no siente rencor alguno, pues eso le
haría seguir siendo presa -en este caso de sí misma- y que va a aprovechar su
libertad para dedicarse a criar alas en las almas de los hombres. Lo primero
que hay que hacer para llegar a entender algo es entender que no se entiende, y
lo primero que hay que hacer para cambiar algo que no gusta es aceptar que
antes de cambiarlo es como es. Esta verdad de Perogrullo parece que fuera sólo
de Pedro Grullo, y no patrimonio de todas las psiques, que tan reacias son a
aceptar lo que en buena lógica y conveniencia es inaceptable no aceptar.
Ya lo dejó claro mi abuelo vendiendo nueces en el mercado: Nueces pochas hay; eso es seguro. Aceptarlo hace que uno no se pelee con la vida y posibilita que ésta se exprese con naturalidad. Decir sí a lo que es, es la definición de vivir y la clave para comprender.
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