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No tenía fuerzas para rendirme, así que decidí emprender activamente una búsqueda eidética, es decir, de lo esencial. Pensé que el cambio que afrontaba merecía un decorado literario, y de ahí el blog. En él reflejo pensamientos, reflexiones y emociones que he vivido durante mi estancia en Tanzania enseñando inglés y suajili a niños de preescolar en un colegio rural de la organización Born To Learn, en India como profesor de francés para la Professional School of Foreign Languages de la Fundación Vicente Ferrer, y actualmente en Malí cooperando con CONEMUND en proyectos de seguridad alimentaria y equidad de género. Mi objetivo cabe en una palabra: Compartir.

viernes, 20 de noviembre de 2015

Mis experimentos con la psique XI. Aceptación.


Hay en mi habitación del campus de la Fundación Vicente Ferrer un cuadro en la pared con una frase del propio Vicente que reza así: “¿Cómo es que Dios, siendo perfecto, creó un mundo con tantas imperfecciones?” Y ahí se queda el texto, abierto, sin respuesta, supongo que para que cada uno piense en la suya. Por mi parte, si no respuesta, sí tengo al menos algo que decir al respecto de la frase, y lo resumo en la siguiente reflexión: 

Imaginemos el Universo, es decir, imaginemos todo lo que queramos y podamos imaginar. Lo infinito y la infinitud, todo lo bueno y lo malo, lo que importa y lo que no, los planetas y los satélites, los millones de galaxias, la materia negra y la antimateria, la luz…, en fin, todo. Pongámoslo en la imaginación y llamémoslo Universo o cosmos, o creación. ¿Ya?, ¿está ya en la cabeza?, ¿lo tenemos todo? Bien, pues si eso que tenemos es el todo, entonces no es comparable con nada, porque si lo fuera querría decir que hay algo más con lo que puede compararse que no habíamos incluido en el todo. El todo no es, pues, comparable ni calificable. El todo sólo puede ser, y en la medida en la que es exactamente como es, entonces es perfecto. Lo que nosotros llamamos imperfecciones –y normalmente solemos llamar imperfecciones a lo que nos hace sufrir- no son sino despliegues del ser -el único que hay, el Todo, el Uno- que interpretamos relativamente en función de nuestra capacidad. Es decir, que las imperfecciones -por así llamarlas- también tendrían un sentido, pero, precisamente por ser limitada nuestra capacidad, es imposible que lleguemos a entenderlas absolutamente. 

Intentar entender el despliegue del Universo y el porqué de todas las cosas de una forma racional sería como intentar entender un cuadro a partir de tocarlo con un dedo y de analizar la pintura que quedara en la punta del dedo. La pintura en nuestro dedo no tiene sentido, no aporta nada, es inservible para inferir de qué va el cuadro en su completitud. Nuestra naturaleza cognoscente nos exige una investigación, pero nuestra capacidad mental nos da una respuesta relativa, vaga, parcial, a la medida precisamente de nuestra pequeñez. Nuestra mente no lo ve, pero está claro que la pintura que ha quedado en nuestro dedo tiene un sentido. Ahora bien, lo tiene y se entiende sólo cuando está en el propio cuadro, formando parte de la totalidad que ayuda a representar. Desde el momento en que se entiende que todo es Uno, entonces resulta natural comprender -repito, no racionalmente- que el mundo no es imperfecto porque ese Uno es exactamente como es. Asumir este razonamiento es una forma de suicidio para la mente, que se siente aniquilar, y por eso se opone exigiendo más datos y produciendo sensación de incompletitud con cualquier respuesta. Sin embargo, reconocer esta verdad desde dentro, más allá de la idea que representan las propias preguntas y respuestas, es literalmente aceptar, y aceptar es el primer paso para llegar al conocimiento del verdadero yo, eso que participa del todo y que nos permite entender allende los pensamientos. 

Y esto no es una utopía, es algo muy real. Después de milenios de injusto encarcelamiento, la Aceptación es por fin libre en algunos hombres. Hasta ahora permanecía recluída en la prisión de los defectos de la psique humana compartiendo celda con la pasividad, el determinismo, el pesimismo y otros aguadores y empequeñecedores de felicidad. Aceptación fue acusada de cobarde y de asesina de entusiasmos durante los comienzos de la dictadura de la mente, y ha permanecido vejada y vilipendiada en el fondo del corazón de los hombres desde entonces, acompañada de todas las miserias que allí moran. En el juicio en el que fue condenada, Aceptación argumentó que ella nunca pretendió hacer apología de la indolencia sino simplemente proponer la asunción de lo que no se puede cambiar, lo cual es en sí un acto lógico, pero la mente, severa, injusta y prejuiciosa la condenó al ostracismo de las virtudes. Se le acusó también de entorpecer el progreso humano, y aunque nunca quedó claro –ni lo está aún- qué cosa sea esa del progreso, cuántas vertientes tiene, ni hacia dónde se dirige, la condena y el encierro se hicieron efectivos. Ahora que por fin es libre, ha declarado que no siente rencor alguno, pues eso le haría seguir siendo presa -en este caso de sí misma- y que va a aprovechar su libertad para dedicarse a criar alas en las almas de los hombres. Lo primero que hay que hacer para llegar a entender algo es entender que no se entiende, y lo primero que hay que hacer para cambiar algo que no gusta es aceptar que antes de cambiarlo es como es. Esta verdad de Perogrullo parece que fuera sólo de Pedro Grullo, y no patrimonio de todas las psiques, que tan reacias son a aceptar lo que en buena lógica y conveniencia es inaceptable no aceptar.

Ya lo dejó claro mi abuelo vendiendo nueces en el mercado: Nueces pochas hay; eso es seguro. Aceptarlo hace que uno no se pelee con la vida y posibilita que ésta se exprese con naturalidad. Decir sí a lo que es, es la definición de vivir y la clave para comprender. 

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