Los críos del colegio al que voy
a dar clase aquí son especiales con respecto a los españoles a la hora de
jugar, no porque se diviertan más o menos, ni porque el juego les sea más
ajeno, sino sencillamente porque a unos los juguetes les entran por la chimenea
envueltos en papel de regalo, y otros tienen que abrir la puerta para salir a
crearlos.
Supongo que es fácil imaginarse
que la falta de recursos despabila también el ingenio del ocio, y en esto
estarán de acuerdo los que en su día jugaban a las tabas, a la comba, al
pañuelo, a la peonza, a las chapas, a los cromos o a cualquier cosa que no
hiciera falta conectar a un enchufe para que empezara la fiesta.
Aquí he asistido a apasionantes
partidos de fútbol en los que las porterías son una rama quebrada con escuadras
astilladas, los jugadores palos hincados en la tierra y el balón un garbanzo al
que se chuta tirando el palo hacia atrás y esperando que el garbanzo vuele,
vete tú a saber hacia dónde. También he visto piscinas improvisadas por la
lluvia en acequias en las que, a modo de sopa de fideos humanos estos
intrépidos a la fuerza nadadores se meten dando por hecho que si algo tiene
agua y uno cabe -o no- automáticamente es una piscina, y punto, porque la
naturaleza lo dicta así.
Pero de todo lo visto me quedo
con lo que hoy en clase traía uno atado de un hilo. Como de picardía no andan
escasos, un tal Clemens, risueño como la risa y listo como el cándido
ingenio, andaba bromeando con una compañera voluntaria con el fin de asustarle con
un escarabajo. Y lo ha conseguido, porque cuando se lo ha echado en la mano,
sin decirle qué era, como si se tratara de un caramelo, ella lo ha cogido, y al
verlo lo ha sacudido asustada al descubrir un bicho tan desagradable.
“Es de plástico, ¿no?”, me ha preguntado buscando consuelo a su susto, pero enseguida me ha parecido que la
pregunta era como cuestionarse si las cocinas de aquí son de vitrocerámica, si
la gente que viaja en los contenedores de los camiones tiene ticket, si los baches de la carretera los van a arreglar mañana, o si el
Kilimanjaro lo ha puesto ahí el Gobierno de Tanzania.
Evidentemente era un escarabajo
de verdad, y muy colorido, y bonito para el que hasta este punto de
sensibilidad pueda llegar. El insecto llevaba una pata atada a
un hilo, y la gracia del juguete no está en que con él puedes asustar a
cualquiera que tenga asco a estos bichos, sino que cuando lo zarandeas intenta
volar y el hilo se yergue y toma vida, literalmente la que invierte su extremo
en querer escapar. Al vuelo atrapado de uno le acompaña la risa del
otro, y con la suya la mía, y con la nuestra la fiesta del juego.
Supongo que el bicho tendrá algo
que decir a todo esto, y no será precisamente la gracia que le hace, pero ya
que él no puede hablar, le homenajeo yo desde aquí: ¡Va por el bravo
escarabajo, al que sin duda hay que indultar, porque ha hecho una faena de
altos vuelos y risas! ¡Y bien podrían ir dos alas y una pata para el torero entomólogo que con
tanta naturalidad se divierte y asusta a los blancos fóbicos y prejuiciosos que
tienen miedo de un juguete!
Que buen escarabajo sinérgico...envidio la sensanción de esos chavalines de buscarse el ocio y el juego a campo libre...aunque con cierto arrepentimiento recuerdo como descabezabamos escarabajos españoles y seguían andando...buen moro!
ResponderEliminarme encanta verte allí, porque leyéndote te veo.
ResponderEliminarQué suerte...