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No tenía fuerzas para rendirme, así que decidí emprender activamente una búsqueda eidética, es decir, de lo esencial. Pensé que el cambio que afrontaba merecía un decorado literario, y de ahí el blog. En él reflejo pensamientos, reflexiones y emociones que he vivido durante mi estancia en Tanzania enseñando inglés y suajili a niños de preescolar en un colegio rural de la organización Born To Learn, en India como profesor de francés para la Professional School of Foreign Languages de la Fundación Vicente Ferrer, y actualmente en Malí cooperando con CONEMUND en proyectos de seguridad alimentaria y equidad de género. Mi objetivo cabe en una palabra: Compartir.

miércoles, 19 de marzo de 2014

Propietarios de estupidez


¿Quién no ha conocido alguno? ¿Quién no lo ha sido alguna vez? ¿Qué grupo no tiene uno? El tonto, esa figura omnipresente y señera. Los hay por todas partes y de todos los tipos. Creo que hay más variedades de tontos que de insectos, y al igual que éstos tienen todos seis patas, aquellos tienen todos una característica común, y es que no se tienen por tales. La inteligencia es la virtud mejor repartida porque todo el mundo cree tener suficiente.

Se suele hablar de lo felices que son, aunque supongo que más que felicidad será una forma de anestesia de la inteligencia, lo cual evidentemente conduce a una dulce estabilidad que sin embargo se lleva también por delante la especia vital de la duda, del aprendizaje, del crecimiento mental; no me interesa, pues, ese tipo de supuesta felicidad tonta porque lo veo como suicidarse para dejar de fumar; evidentemente el método es eficaz, pero no parece muy eficiente.

Supongo que los más infelices son los medio tontos, porque se sostienen entre dos mundos: el de la estulticia, en el que viven la mayor parte del tiempo, y el de la brillantez, al que saltan de vez en cuando descalabrándose en cada brinco. Cuando un tonto ve algo brillante no es que no lo valore, es que lo valora a su manera, es decir, estúpidamente, haciéndole cicatrices en la cara a la inteligencia. La tontería es una enfermedad que padece el prójimo, no el enfermo, y además ser tonto no duele, así que es muy difícil darse cuenta desde dentro. Un tonto en un espejo es como un vampiro: no se ve. Por cierto, también es gratis, así que está al alcance de cualquiera. 

Hay tontos con carrera, y tontos que no saben escribir. Entre ellos es mucho más fácil de distinguir el tonto con estudios porque tiene herramientas para estrellarse con más facilidad. El tontico que se está quieto se puede mimetizar con la nada, como el insecto palo, pero el tonto cultivado es como negro sobre blanco, imposible de no notar. Capaz de simplificar la teoría de la relatividad en una opinión, o de hacer una ley general a partir de un accidente. 

Hace poco discutí con uno y todavía tengo agujetas en el cerebro. En el cuerpo a cuerpo son invencibles, y cuanto más te mueves en la conversación más te hundes en la ciénaga de sus imbéciles consideraciones. Una tontería bien colocada tumba cualquier pensamiento elaborado, así que no matan por constricción sino por veneno paralizante y por agotamiento. Nada más fatigante y complicado que rebatir un sinsentido.

Si una tercera persona te escuchara discutir con un tonto podría no notar la diferencia entre él y tú porque la tontería todo lo cubre y todo lo confunde. El tonto siempre juega en casa, así que es mejor no discutir con él; no enseña nada, y encima cansa. En fin, que es una tontería.  

3 comentarios:

  1. Por supuesto que los títulos universitarios no te eximen de ser imbécil o estúpido , es más podría asegurar que son grandes potenciadores de los "delirios de grandeza y sabiduría"
    Pero de lo que estoy perpleja es de tus agujetas ... : )
    besos , muchos

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  2. El teorema de "Belleza*Inteligencia = Constante",...¿cómo se demostraba?

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  3. Jjjj ¡qué alivio leer este artículo! El otro día, en el trabajo, un compañero me sacó de quicio por una discusión sobre algo que conozco bastante bien (es mi afición desde hace 25 años, y tengo alrededor de 200 libros sobre el tema).
    Pues bien, mi compañero dijo incontables burradas (las cuales solo yo descubrí, pues es un tema poco conocido), y al final incluso me ganó un café, que nos jugamos sobre una información de una página de internet que es lo que leyó él (y que era incorrecta en ese punto). Así que, ciértamente, me llevó a su terreno, y me derrotó.
    Me siento como un auténtico gilipoyas.

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