Si pienso en lo que estoy pensando se produce un
desdoblamiento en mi mente. En el escenario que se crea hay varios personajes diferentes.
Por una parte está el que piensa, es decir, el que despliega las ideas y propone
un decorado pensante, y por otra parte está el que piensa sobre lo pensado, es
decir, el metapensador. Pero, ¿quién es quién?, ¿y quién soy yo ahora que
pienso en ambos?
Quizás los dos, o los tres, sean sólo ideas que se
superponen y que crean la supraidea de que alguien diferente las piensa, cuando
en realidad es uno solo el sujeto. O quizás hay verdaderamente varias entidades
de yo que se relacionan entre sí pensándose mutuamente. Si sueño que sueño, por ejemplo, ¿quién es el sujeto del
segundo sueño? Y si me caigo por un barranco en el segundo sueño, ¿tendré un
espasmo involuntario que me despierte en el primero o sólo dejaré de soñar que
sueño pero seguiré soñando?
¿Y si esto que escribo es el objeto de un sueño? Con este
planteamiento podría llegar a considerar que hay tantos yoes como me apetezca. Para
crear uno nuevo no tendría más que dar un paso más allá en esa línea de
pensamiento que es pensar sobre lo pensado. He descubierto una fábrica en serie
de yoes puramente racionales porque la mente diverge cuando se autoconsidera. Cuanto más intento acercarme a lo que soy, más yoes aparecen y más me alejo en realidad de mi objetivo. Es como intentar encontrar la oscuridad con una linterna.
Lo haré, pues, al revés, es decir, iré al núcleo,
simplificaré, buscaré al primer pensador, al original, al que irradia todos
estos pensamientos, pero… ¿cómo me acerco a él?, ¿pensando en él? Si hago eso
ya me he vuelto a desdoblar, ya tengo la duda de si soy el objeto pensado, el
que piensa en él o ambos a la vez. Vuelvo a caer en la trampa del metapensamiento. Hay
un juego hermético de ideas que encierra eso que busco dentro de una fortaleza inexpugnable. La mente parece una
semilla que se protege a sí misma fecundando de su esencial naturaleza todo lo
que se le aproxima. Si te acercas a la mente para ver qué es, automáticamente te
conviertes en ella, desapareces como sujeto externo, eres absorbido como por
un agujero negro de ideas. Es como si uno estuviera intentando apreciar un
cuadro y en el ejercicio de su observación se convirtiera en el cuadro
mismo. De esta manera el círculo, o la esfera, o lo que fuere, se cierra sobre
sí mismo y crea la idea de que todo son ideas, incluyéndome a mí mismo. Acabo, por tanto, ahogado en un mar de consideraciones que me hacen ineluctablemente asumir que
soy mente, es decir, que soy lo que pienso.
Entonces, ¿cómo se entra en esa fortaleza inexpugnable dentro de la cual habito? Está claro: No pensando. No pensar es la puerta de atrás no vigilada a través de la cual puedo colarme dentro de mí mismo, all´insaputa del ejército de ideas que yo mismo genero. Pero, ¿cómo se hace para no pensar?, ¿cómo se frena un tren en marcha?, ¿cómo se para una avalancha?, ¿cómo se aplaca un tsunami?, ¿cómo se apaga un volcán? No sé... intentaré no pensar en ello. Me tengo mucha curiosidad, y necesito un espejo, no por narciso sino por conciso.
Entonces, ¿cómo se entra en esa fortaleza inexpugnable dentro de la cual habito? Está claro: No pensando. No pensar es la puerta de atrás no vigilada a través de la cual puedo colarme dentro de mí mismo, all´insaputa del ejército de ideas que yo mismo genero. Pero, ¿cómo se hace para no pensar?, ¿cómo se frena un tren en marcha?, ¿cómo se para una avalancha?, ¿cómo se aplaca un tsunami?, ¿cómo se apaga un volcán? No sé... intentaré no pensar en ello. Me tengo mucha curiosidad, y necesito un espejo, no por narciso sino por conciso.
-Escrito el 2 de agosto de 2015-