Querido
amigo,
He
disfrutado muchísimo leyendo tu carta porque ha sido como un billete gratuito de vuelta a
la capital de nuestra amistad, con vislumbres de pasado pero en puro presente.
Durante este par de días que han transcurrido desde que la recibí me han ido
apareciendo en la mente de manera intempestiva recuerdos de aquella época, y en
alguna ocasión me he reído yo solo evocando eventos
y personas que están tan dentro de mí como un insecto en ámbar.
Te cuento que hace
poco me cogí unos días de vacaciones y estuve una semanita en Calcuta, donde
fui a hacer un voluntariado (o más bien voluntariadito) a la institución de la
Madre Teresa. Había por allí una frase que dijo esta mujer que rezaba así: “I
prefer you to make mistakes in kindness than to work miracles in unkindness” ("Prefiero que cometas errores con bondad a que hagas milagros con maldad").
Pensando en este mensaje y quitándole todo el misticismo religioso que pueda
tener, me queda una idea con la que comulgo totalmente, y es la de que cuando
uno hace algo desde el sosiego, no reactiva sino productivamente, sin pelearse
con nada ni con nadie, sin necesidad y sin perseguir un objetivo concreto,
simplemente haciéndolo porque algo allende tu propia mente te lo pide, entonces
lo que haces va impregnado de una variable cualitativa diferente, pura, como
guiada por una inteligencia que está más allá de cualquier pensamiento y
propósito, y de esa manera uno riega de frescura la acción, con quién la hace e
incluso el lugar en el que la hace. Es como una fragancia.
Por
otra parte, cuando se hace algo con un fin muy concreto y se persigue sólo
conseguir algo, entonces la acción en sí queda como puenteada, se obvia, se
salta, se convierte sólo en un medio para un fin, no en algo en sí con entidad propia, y
por tanto impregna el ambiente de vacuidad y de sombras y pierde calidad. Es
como un pedo.
Hay hoy
en día millones de personas que hacen diariamente auténticos milagros “in
unkindness”, y cuando digo “unkindness” no quiero decir que les falte
amabilidad o bondad –que también- sino que consiguen sus objetivos pero lo hacen yendo a contracorriente, buscando pelea,
reaccionando violentamente ante las cosas, no acompañándolas, desoyendo la
vida, compitiendo con todo. Una de las características fundamentales del ego es
que necesita contraste, enfrentamiento y juicio, precisamente para afirmarse a
sí mismo por contraposición. Necesita que otro esté equivocado para él mismo
estar en lo cierto y de esa manera identificarse y sobrevivir. El nivel egóico del humano medio de hoy en
día es kilimanjárico. ¿Contra quién nos estamos peleando?
El otro
día pensé en un ejemplo muy sencillo que me dio una pista bastante clara sobre
cómo interpretar los comportamientos ajenos (y el propio, claro). Es un ejemplo
casi de Barrio Sésamo, pero muy elocuente: si aprietas una naranja sale zumo de
naranja porque es zumo de naranja lo que tiene dentro. ¿Qué sale cuanto te
aprietan a ti?, ¿qué sale cuando la vida te exprime un poco? Todos sabemos que
la vida nos va apretar. La cuestión no está, pues, en si nos aprieta o no
-porque nos apretará sí o sí- sino en estar pendiente de lo que criamos dentro,
porque eso es lo que saldrá. Cuando hablamos de los demás estamos en realidad
hablando de nosotros mismos. Estamos drenando lo que llevamos dentro, y
lamentablemente lo que en muchos casos llevamos dentro es bilis, es decir, una chafardera necesidad de descalificación de los demás. Es una patología seria que colectivizada provoca
guerras, muerte y el asesinato de nuestro planeta, ya que el planeta no es otra
cosa que un ser vivo. El tratamiento es
muy sencillo, consiste sólo en ser consciente de ello, pero se diría que es muy
complicado, quizás porque uno sólo se da cuenta de que estaba dormido cuando se
despierta, y este sueño malo está durando demasiado, neones ya.
Luchar por la paz con cualquier tipo de violencia es como
gritar por el silencio. El silencio que se consiga gritando estará sucio y no
tardará en hacer ruido. Luchar por el silencio es callar. Hacerlo por la paz es
ser pacífico. Todo lo demás es usar un fuelle para apagar una hoguera.
Demasiado conocimiento cognitivo obtura las tuberías de la
espontaneidad y lo que uno hace resulta poesía para androides, artificioso, sin magia... Yo mismo
he visto que los momentos en que más creativo he sido han coincidido
precisamente con ocasiones en las que me he "abandonado", en las que
simplemente me he fundido con lo que tenía que hacer, o, mejor dicho, con lo
que estaba pasando, y entonces las acciones han salido solas y yo sólo he hecho
de intermediario. Esto ha sido, sin duda, un gran descubrimiento. De hecho,
ahora cuando tengo que tomar una decisión "importante" lo que hago es
precisamente quitarle toda la importancia, desentenderme de los conceptos y fundirme con la situación en sí. Actúo prácticamente sin pensar, y el resultado (que curiosamente es lo que menos me preocupa) ha sido siempre óptimo. De esta manera me convierto en taumaturgo a tiempo parcial y mi logro es milagro.
¿Te has planteado conocer India, amigo? Este país es una cuadro de Dalí en movimiento, sin duda un buen escenario para enriquecer de preguntas la mente de alguien
que vive con curiosidad y que sabe que aprender algo nuevo es lo
mismo que desaprender algo viejo. ¡Ven, y destrúyete conmigo!
¡Feliz ahora!