Hoy me he encontrado con la palabra "madrepórica" y me ha
dicho que hay unos animales con el ano en la boca que se organizan durante unos treinta millones de años para formar islas intertropicales que se
llaman atolones. Lo de que la propia naturaleza nos sirva las definiciones en
una bandeja de poesía me ha confirmado que verdaderamente la aventura del saber
es sabrosísimamente interminable.
Al dictado del gusto de aprender algo tan surrealista pero
tan real me he parado a pensar en lo aburrida que sería la vida si no hubiera
nada que aprender, e imaginándome alguien que no pudiera aprender nada para así
ponerme en su lugar y sentir la vacuidad de su día a día he acabado
poniéndome en el lugar de quien todo lo sabe -que es la única manera de no tener
nada que aprender que se me ocurre-, y así pensando no he podido
evitar terminar imaginándome a Dios, pues él es el único que aun pudiéndolo todo no puede
conjugar la primera persona del singular del presente de indicativo del verbo
aprender.
Y ha sido al sentir que Dios no puede aprender nada cuando
me he dado cuenta de lo desgraciado que es. Me ha dado tanta pena que le he tenido que consolar diciéndole que no todo el mundo puede ser mortal y sentirse vivo mientras no está muerto, y que no todos pueden ignorar para así
estar con la mejor de las disposiciones para disfrutar del aprendizaje, y que si Él
no podía aprender nada ni sentir la vitalidad de tener que morirse debería fijarse en las cosas buenas
que tiene, como por ejemplo ser todopoderoso, omnisciente y eterno, pero Él me
ha respondido entre lágrimas -que al caer han formado un par de océanos- que no
hay día sin noche, risa sin llanto, rosa sin espinas ni amor sin dolor, y que no se puede conocer la oscuridad buscándola con una linterna.
Inteligente observación -he pensado- digna de quien todo lo sabe. Y triste existencia –he sentido- propia de quien nada ignora y ya a nada puede aspirar.
Inteligente observación -he pensado- digna de quien todo lo sabe. Y triste existencia –he sentido- propia de quien nada ignora y ya a nada puede aspirar.
Y así, de esta madrepórica manera, he concluido que ser humano con sus
estimulantes carencias es mucho mejor que ser divino con sus paralizantes
abundancias.
- 21 de febrero de 2015 -