Un área dedicada al aparcamiento de coches cumplirá mucho
mejor su función si se pintan y numeran las plazas aprovechando de manera
coherente el espacio que si no se marca de ninguna manera. Marcando las plazas, por tanto, se maximiza la cantidad
de coches que pueden almacenarse y se optimiza su flujo de entrada y salida, su circulación
por el parking y su localización. Esto que acabo de reseñar es un buen ejemplo para describir en términos cognitivos lo que ocurre en la mente de
un ingeniero: que tiene el cerebro estructurado de manera que las ideas se aparcan, entran, salen y se consultan de manera rápida, ordenada, numerada, localizada y optimizada. El resultado es
magno y grato, y la propiocepción de este fenómeno invita a una sensación de
plenipotencialidad que se acerca mucho a la presunción.
Hay pocas cosas que tengan que ver con pensar de las que uno no se sienta capaz cuando tiene el parking así
estructurado, y cualquier proyecto racional que se proponga se afronta con
una suficiencia y una eficiencia que por lo general igualan o superan a las de los experimentados en la materia de que se trate. Una mente así, por tanto, nunca es nueva en nada, es una especie de "experto a priori" porque con
lo nuevo utiliza el mismo método que con lo que ya ha solucionado antes, aunque en principio no tenga nada que ver.
Básicamente, el
método en cuestión consiste en la división del gran problema, da igual del tipo que sea, en una
suma de pequeños problemillas fácilmente resolubles. El ingeniero convierte el lienzo en un mosaico y opera sobre las teselas del mismo. Luego, tesela a
tesela, pieza a pieza, resuelve el mosaico y responde al lienzo original. El
ingeniero -como es lógico, por imperativo etimológico- utiliza el ingenio.
Pero resulta que no sólo de aparcar coches vive la mente del hombre, porque hay otra forma de aprovechar el espacio que nada tiene que ver con el orden,
la numeración, la optimización y el raciocinio, y que normalmente es desconocida para el que sólo se ha dedicado a gestionar aparcamientos.
En vez de cuidar e idolatrar el vellocino de la lógica cerebral para ordenar ideas en un parking, también se puede jugar a pisar los charcos para salpicar traviesas sonrisas que asusten a los renacuajos, abandonar el cuidado de las aceras para que crezcan tréboles de número primo de hojas que bailen al ritmo de las pinceladas del viento, encestar metáforas en los nidos, hallar la raíz cuadrada de una sonrisa, acariciar tigres de Bengala acostados sobre unos párpados durmientes y navegar ideas adentro sobre una mirada procelosa deseando naufragar… pero todo esto es más cuestión de genio que de ingenio, tiene más que ver con escuchar ríos que con construir canales, y se parece más a desaparcarse a uno mismo que a gestionar de manera óptima unas plazas de garaje. ¡Ojo, pues, ingeniero, no te vaya tanto ingenio a alejar del genio! ¡Desapárcate y pluriempleate!
En vez de cuidar e idolatrar el vellocino de la lógica cerebral para ordenar ideas en un parking, también se puede jugar a pisar los charcos para salpicar traviesas sonrisas que asusten a los renacuajos, abandonar el cuidado de las aceras para que crezcan tréboles de número primo de hojas que bailen al ritmo de las pinceladas del viento, encestar metáforas en los nidos, hallar la raíz cuadrada de una sonrisa, acariciar tigres de Bengala acostados sobre unos párpados durmientes y navegar ideas adentro sobre una mirada procelosa deseando naufragar… pero todo esto es más cuestión de genio que de ingenio, tiene más que ver con escuchar ríos que con construir canales, y se parece más a desaparcarse a uno mismo que a gestionar de manera óptima unas plazas de garaje. ¡Ojo, pues, ingeniero, no te vaya tanto ingenio a alejar del genio! ¡Desapárcate y pluriempleate!
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