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No tenía fuerzas para rendirme, así que decidí emprender activamente una búsqueda eidética, es decir, de lo esencial. Pensé que el cambio que afrontaba merecía un decorado literario, y de ahí el blog. En él reflejo pensamientos, reflexiones y emociones que he vivido durante mi estancia en Tanzania enseñando inglés y suajili a niños de preescolar en un colegio rural de la organización Born To Learn, en India como profesor de francés para la Professional School of Foreign Languages de la Fundación Vicente Ferrer, y actualmente en Malí cooperando con CONEMUND en proyectos de seguridad alimentaria y equidad de género. Mi objetivo cabe en una palabra: Compartir.

martes, 21 de abril de 2015

Parking de ideas


Un área dedicada al aparcamiento de coches cumplirá mucho mejor su función si se pintan y numeran las plazas aprovechando de manera coherente el espacio que si no se marca de ninguna manera. Marcando las plazas, por tanto, se maximiza la cantidad de coches que pueden almacenarse y se optimiza su flujo de entrada y salida, su circulación por el parking y su localización. Esto que acabo de reseñar es un buen ejemplo para describir en términos cognitivos lo que ocurre en la mente de un ingeniero: que tiene el cerebro estructurado de manera que las ideas se aparcan, entran, salen y se consultan de manera rápida, ordenada, numerada, localizada y optimizada. El resultado es magno y grato, y la propiocepción de este fenómeno invita a una sensación de plenipotencialidad que se acerca mucho a la presunción. 

Hay pocas cosas que tengan que ver con pensar de las que uno no se sienta capaz cuando tiene el parking así estructurado, y cualquier proyecto racional que se proponga se afronta con una suficiencia y una eficiencia que por lo general igualan o superan a las de los experimentados en la materia de que se trate. Una mente así, por tanto, nunca es nueva en nada, es una especie de "experto a priori" porque con lo nuevo utiliza el mismo método que con lo que ya ha solucionado antes, aunque en principio no tenga nada que ver.

Básicamente, el método en cuestión consiste en la división del gran problema, da igual del tipo que sea, en una suma de pequeños problemillas fácilmente resolubles. El ingeniero convierte el lienzo en un mosaico y opera sobre las teselas del mismo. Luego, tesela a tesela, pieza a pieza, resuelve el mosaico y responde al lienzo original. El ingeniero -como es lógico, por imperativo etimológico- utiliza el ingenio.

Pero resulta que no sólo de aparcar coches vive la mente del hombre, porque hay otra forma de aprovechar el espacio que nada tiene que ver con el orden, la numeración, la optimización y el raciocinio, y que normalmente es desconocida para el que sólo se ha dedicado a gestionar aparcamientos.

En vez de cuidar e idolatrar el vellocino de la lógica cerebral para ordenar ideas en un parking, también se puede jugar a pisar los charcos para salpicar traviesas sonrisas que asusten a los renacuajos, abandonar el cuidado de las aceras para que crezcan tréboles de número primo de hojas que bailen al ritmo de las pinceladas del viento, encestar metáforas en los nidos, hallar la raíz cuadrada de una sonrisa, acariciar tigres de Bengala acostados sobre unos párpados durmientes y navegar ideas adentro sobre una mirada procelosa deseando naufragar… pero todo esto es más cuestión de genio que de ingenio, tiene más que ver con escuchar ríos que con construir canales, y se parece más a desaparcarse a uno mismo que a gestionar de manera óptima unas plazas de garaje. ¡Ojo, pues, ingeniero, no te vaya tanto ingenio a alejar del genio! ¡Desapárcate y pluriempleate!

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