Palabras que han
perdido la vida pero que siguen paseándose por nuestro vocabulario vomitando eufemismos
y devorando el cerebro a otros términos sanos que aún se ejercitan en la dialéctica
de nuestros días. Pocos verdaderamente vivos quedan, hasta el punto de que al
final las zombis se van a tener que acabar alimentando de artículos y tildes
de esas que nunca se ponen.
Suenan igual
que cuando estaban vivas, pero ahora sólo queda de ellas lo justo para
distinguir quiénes fueron. Caminan torpemente entre andrajosos discursos infectando
la semántica de todo lo que describen. Algunas tienen los ojos colgando y miran
a la vez a todas partes y a ninguna. Otras los tienen vueltos hacia dentro, y
se miran por tanto a sí mismas, descabezando su propio significado. Van solas o
en grupo, pero son incapaces de formar
un verdadero argumento, sólo devoran rebatimientos, antes incluso de que éstos
nazcan, y apestan a demagogia.
Hay algunas,
las más bellas cuando estaban vivas, a las que les ha quedado cara de su propio
antónimo. Estas son las más peligrosas, pues hablan, y hasta gritan su verdad
de antaño pero muerden con la realidad opuesta que representan hogaño.
Están por
todas partes, y mutan de un idioma a otro, contaminando todo lo inteligible diatópica
y diastráticamente. Ya no es posible hablar, y en breve dejará de serlo pensar,
sin toparse con uno de estos étimos contaminados que paralizan nuestro entendimiento.
No los mento
porque pretendo que el texto quede sano, pero de sobra sabemos cuáles son. No
hay más que leer o escuchar; ¡pero con cuidado!, que su ponzoña es la única que se
transmite por escrito o a través de ondas sonoras.
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