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No tenía fuerzas para rendirme, así que decidí emprender activamente una búsqueda eidética, es decir, de lo esencial. Pensé que el cambio que afrontaba merecía un decorado literario, y de ahí el blog. En él reflejo pensamientos, reflexiones y emociones que he vivido durante mi estancia en Tanzania enseñando inglés y suajili a niños de preescolar en un colegio rural de la organización Born To Learn, en India como profesor de francés para la Professional School of Foreign Languages de la Fundación Vicente Ferrer, y actualmente en Malí cooperando con CONEMUND en proyectos de seguridad alimentaria y equidad de género. Mi objetivo cabe en una palabra: Compartir.

miércoles, 27 de marzo de 2013

Una de alfileres



Como casi toda mi generación, fui educado en el espíritu del refrán "La ociosidad es la madre
de todos los vicios". Niño profundamente virtuoso, creí todo cuanto me dijeron, y adquirí una
conciencia que me ha hecho trabajar intensamente hasta el momento actual. Pero, aunque mi
conciencia haya controlado mis actos, mis opiniones han experimentado una revolución”.

Así empieza el ensayo de Bertrand Russell “Elogio de la ociosidad”. Lo transcribo literalmente porque supongo que, como a mí, a muchos nos hará sentir identificados. No es que uno se haya cansado de trabajar, que también, sino que de tanto hacerlo sin saber muy bien por qué, y sin gustarnos mucho en qué, y sin variar demasiado el cómo, parece que pensar un poco sobre ello resulta inevitable, y aquí estamos, para estimular con este escrito la reflexión sobre todo esto.

Cuando uno encuentra una perla, más que trabajar sobre ella y modificarla, lo que apetece es mostrarla tal cual, y por eso no me voy a complicar mucho las cosas y voy a traer otro extracto de ese ensayo para ahorrarme comentarios que, ni que decir tienen, no estarían a la altura del autor.

Aquí tenéis, pues, el extracto que me interesa se lea detenidamente; va, como reza el título de esta entrada, de alfileres:

“Supongamos que, en un momento determinado, cierto número de personas trabaja en la manufactura de alfileres. Trabajando -digamos- ocho horas por día, hacen tantos alfileres como el mundo necesita. Alguien inventa un ingenio con el cual el mismo número de personas puede hacer dos veces el número de alfileres que hacía antes. Pero el mundo no necesita duplicar ese número de alfileres: los alfileres son ya tan baratos, que difícilmente pudiera venderse alguno más a un precio inferior. En un mundo sensato, todos los implicados en la fabricación de alfileres pasarían a trabajar cuatro horas en lugar de ocho, y todo lo demás continuaría como antes. Pero en el mundo real esto se juzgaría desmoralizador. Los hombres aún trabajan ocho horas; hay demasiados alfileres; algunos patronos quiebran, y la mitad de los hombres anteriormente empleados en la fabricación de alfileres son despedidos y quedan sin trabajo. Al final, hay tanto tiempo libre como en el otro plan, pero la mitad de los hombres están absolutamente ociosos, mientras la otra mitad sigue trabajando demasiado. De este modo, queda asegurado que el inevitable tiempo libre produzca miseria por todas partes, en lugar de ser una fuente de felicidad universal. ¿Puede imaginarse algo más insensato?

Si algo así no nos hace pensar es que estamos dormidos, o algo peor… 

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