“Como
casi toda mi generación, fui educado en el espíritu del refrán "La
ociosidad es la madre
de todos los vicios". Niño profundamente virtuoso, creí todo cuanto
me dijeron, y adquirí una
conciencia que me ha hecho trabajar intensamente hasta el momento actual.
Pero, aunque mi
conciencia haya controlado mis actos, mis opiniones han experimentado una revolución”.
Así empieza
el ensayo de Bertrand Russell “Elogio de la ociosidad”. Lo transcribo
literalmente porque supongo que, como a mí, a muchos nos hará
sentir identificados. No es que uno se haya cansado de trabajar, que también,
sino que de tanto hacerlo sin saber muy bien por qué, y sin gustarnos mucho en
qué, y sin variar demasiado el cómo, parece que pensar un poco sobre ello
resulta inevitable, y aquí estamos, para estimular con este escrito la reflexión sobre todo esto.
Cuando uno
encuentra una perla, más que trabajar sobre ella y modificarla, lo que apetece
es mostrarla tal cual, y por eso no me voy a complicar mucho las cosas y voy a
traer otro extracto de ese ensayo para ahorrarme comentarios que, ni que
decir tienen, no estarían a la altura del autor.
Aquí tenéis,
pues, el extracto que me interesa se lea detenidamente; va, como reza el título
de esta entrada, de alfileres:
“Supongamos que, en un momento determinado, cierto número de personas
trabaja en la manufactura de alfileres. Trabajando -digamos- ocho horas por día,
hacen tantos alfileres como el mundo necesita. Alguien inventa un ingenio con el cual el mismo
número de personas puede hacer dos veces el número de alfileres que hacía antes. Pero el
mundo no necesita duplicar ese número de alfileres: los alfileres son ya tan baratos, que
difícilmente pudiera venderse alguno más a un precio inferior. En un mundo sensato, todos los
implicados en la fabricación de alfileres pasarían a trabajar cuatro horas en lugar de
ocho, y todo lo demás continuaría como antes. Pero en el mundo real esto se juzgaría
desmoralizador. Los hombres aún trabajan ocho horas; hay demasiados alfileres; algunos patronos
quiebran, y la mitad de los hombres anteriormente empleados en la fabricación de alfileres son
despedidos y quedan sin trabajo. Al final, hay tanto tiempo libre como en el otro plan, pero
la mitad de los hombres están absolutamente ociosos, mientras la otra mitad sigue trabajando
demasiado. De este modo, queda asegurado que el inevitable tiempo libre produzca miseria
por todas partes, en lugar de ser una fuente de felicidad
universal. ¿Puede imaginarse algo más insensato?”
Si algo así
no nos hace pensar es que estamos dormidos, o algo peor…
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