Cansada de desgarrar tejidos, de clavarse en los corazones,
de vencer batallas y de bañarse en sangre, la lanza renegó de su éxito y - aun
consciente de su arrollador poder- empezó a odiar la violencia y pensó que una
actitud más noble sería sólo defender.
Entonces miró al escudo y como él quiso ser porque le parecía
más digno proteger.
Se dobló, se plegó, serpenteó y hasta se partió, pero no lo
pudo conseguir, pues para transformarse se tenía previamente que destruir.
Se
fundió, pues, y la fragua recreó un escudo con lo que antes lanza fue.
Orondo ahora,
se sentía honrado con defender, hasta que cansado de tanta guerra y tanto impacto sobre él empezó a
pensar si no sería mejor ser otra vez lanza para acometer en lugar de escudo para
padecer.
Y el brazo que lo blandía, sintiendo sus cuitas le consoló:
“No te culpes, escudo o lanza o lo que quiera que seas, por
no saber lo que quieres ser. Yo, por ejemplo, soy humano, guerreo y muero por vencer y ni siquiera sé por
qué la guerra es".
Buen escudero no necesita otro oficio, verdad Sancho?
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