Conocer es al entendimiento lo que coger es a las manos. De hecho, tal es la semejanza entre conocer y coger que a ambas cosas podemos referirnos como aprehender.
Hay gente que aprieta muy poco lo que coge y se les cae, y
otros que aprietan tanto que lo rompen y se quedan con menos que si no hubieran
cogido nada. Los primeros por flojos y superficiales y los segundos por brutos y dogmáticos, ninguno
saborea la esencial naturaleza del saber que es compartir preguntas.
Los hay que consideran que saber es poder decir lo
suficiente como para impresionar a primera vista a un par de crédulos neófitos,
y los hay que saben tanto que prefieren no decir nada para no adulterar con
simplicidades mal escuchadas la profundidad del conocimiento que tienen.
Los hay también -aunque son los menos- que se dan cuenta por
lo mucho que saben de que en realidad no saben nada, y los hay así mismo que no
saben no saber y por eso compiten permanentemente por demostrar que ya sabían,
aunque se acaben de enterar.
Algunos mal entretenidos con esclerosis de entendederas se parapetan detrás de frases como “yo ya soy muy mayor para aprender”, cuyo efecto secundario más peligroso es la ranciedad. Y si de saber se trata,
hay también algunos que todo lo quieren saber, pero no para entender sino para
crear desentendimiento entre los demás; en este caso los conceptos se convierten en chismes y el saber en chismorreo.
En general, la actitud ante el saber y lo que uno entiende
por saber determinan decisivamente nuestra visión de la vida y nuestra
personalidad. El miedo a las dudas nos aniquila y enrigidece, mientras que
guardar el conocimiento en cajitas con una cerradura en forma de interrogación
nos hace plásticos y permite que nuestro alma respire.
Saber no es atesoramiento de datos sino una actitud ante los
datos que no se tienen, de la misma forma que cultura no es saberlo todo sino
saber dónde está lo que no se sabe.
La vitalidad no se alimenta de lo que ya hemos visto sino del deseo de abordar lo que no conocemos, así que la vejez sólo sería pérdida de curiosidad;
por eso pueden encontrarse jóvenes senescentes y viejos recién nacidos.
La ranciedad de la inercia de la actitud de las personas no tiene nada que ver con la edad. Hay 18 añeros rancios desde su nacimiento...
ResponderEliminarMuchos de los cimientos de los grandes ejectutivos empresariales se apoyan en tu frase : "Los hay que consideran que saber es poder decir lo suficiente como para impresionar a primera vista a un par de crédulos neófitos, y los hay que saben tanto que prefieren no decir nada para no adulterar con simplicidades mal escuchadas la profundidad del conocimiento que tienen. "