Si cuando discutes sobre un tema, el que sea, notas cómo se enciende un volcán dentro de ti que te dicta que tienes razón y que debes defender tu postura hasta el final, entonces es que aún no estás iluminado. Tu mente, ese impostor de ti mismo, se reivindica y busca pelea. Necesita afirmarse, ponerle un espejo a tu ego para que se reconozca en la diversidad, en los opuestos, en la lucha. Que tengas razón o no es lo de menos. La razón es un combate de mentes, pero si buscas la paz, entonces cualquier combate, aun ganado, te aleja de tu victoria personal. La victoria es la ausencia de combates.
Si puedes afirmar tu verdad con claridad y sosiego, si puedes decir "no" sin provocar negatividad, y si tu paz interior no se ve perturbada por lo que digan, piensen o entiendan ahí fuera -igual que no se perturba el fondo del mar por las brisas de la superficie-, entonces no hará falta decírtelo porque ya lo sentirás tú mismo: eso que ves es la luz.
El verdadero yo, el que participa de la totalidad como participa cada gota de agua del mar, no se indigna ante las diferencias ni pelea para doblegar porque vive en un mundo sin antónimos. ¿Contra qué luchar si no existe el antónimo contra el que pelear? En su más íntima esencia, es decir, en la intimidad de la materia y en las proximidades del verdadero yo, los antónimos se funden para formar una realidad dual que no se contradice sino que se superpone. En el campo gravitacional del ego, sin embargo, no faltan las guerras, los enfrentamientos y, en general, la búsqueda de la diferencia para afirmar lo propio por comparación. Si quieres ganar algo, es que estás perdiendo.
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