Fueron pocas las pistas que me dieron. De hecho, no me
dieron ninguna. Lo que llamo pistas no fueron sino ideas caprichosas de quien
necesita concluir algo aunque no tenga nada concluyente. Las así llamadas
pistas eran un despiste. Una de ellas era que no sabría cuándo terminaría la
historia, y cuando terminara tampoco podría saberlo, precisamente porque ya
habría terminado. La otra
pista era aparentemente más funcional pero igualmente inútil en realidad: Debía buscar la
felicidad. La búsqueda consistía en entender lo que era, y cuando lo entendiera se
podría decir que la habría encontrado. Tenía, por tanto, que buscar un
concepto y entenderlo.
Entonces resulta que cuando uno nace empieza la curiosa e
ineludible aventura de la búsqueda de un concepto para sentir, ¿o quizás para no sentir? Y eso que se busca se
encuentra precisamente definiéndolo y creyéndose su definición. ¿Qué es la
felicidad? ¿Te crees eso que dices que es? ¿Sí? Pues, ¡ea!, objetivo cumplido. Se es feliz al gusto.
El caso es que yo no me acabo de creer ninguna de las definiciones
que concibo, así que no acabo de terminar la búsqueda. Quizás lo más desconcertante que
encuentro es esa obligatoriedad latente de encontrar la felicidad. Eso de
“deber” encontrarla me chirría, ya que no entiendo que haya felicidad sin
libertad, y la libertad nunca se presenta detrás de obligatoriedades de ningún
tipo. El acto libre no es un acto que deba hacerse, es sólo un acto que se
hace. El hombre feliz es libre, y si es libre, entonces sólo realiza actos
libres, es decir, desapegados de toda necesidad. Así pues, hacer algo para
demostrar algo a los demás no es un acto libre, ya que está obligado por la
necesidad de demostrar ese algo. Puede ser un acto bueno, pero no libre. Si siento que quiero demostrar algo, entonces es que no soy libre.
Los actos que no son libres son semillas de sí mismos porque piden más, exigen más, son cheques que se convierten en facturas. Su desempeño es un viaje en bicicleta estática porque agota pero no nos mueve hacia nuestro verdadero yo. Sin embargo, el acto o la omisión libres mueven, desplazan, descubren el velo que hay entre yo y yo mismo. El acto libre es puramente cualitativo.
Los actos que no son libres son semillas de sí mismos porque piden más, exigen más, son cheques que se convierten en facturas. Su desempeño es un viaje en bicicleta estática porque agota pero no nos mueve hacia nuestro verdadero yo. Sin embargo, el acto o la omisión libres mueven, desplazan, descubren el velo que hay entre yo y yo mismo. El acto libre es puramente cualitativo.
Y así, sin más datos, con una infinitud de dudas, hay que ponerse a
caminar hacia… ¿delante? buscando la manera de desempeñar actos libres para ser
feliz. Pero hoy, mirando hacia… ¿atrás? me doy cuenta de que ninguna de las huellas que me han traído hasta aquí es mía. No hay nada libre porque todo está influenciado por todo lo demás, así que de la libertad -como de las estrellas- sólo vemos la luz de su pasado. Somos objetos robados en la casa de un
ladrón que ya no vive allí. Alguien nos tiene que devolver a nuestro dueño para
que no tengamos nada que entender y podamos, por tanto, desentendernos de todo
y dejar de “tener” que encontrar. La libertad y, por ende, la felicidad, se esconden en su propia ausencia de necesidad de ser encontradas. Si hay que buscarlas, es que no están, y si se duda de si están o no, evidentemente no están, y dado que el universo tiene forma de interrogación, todo es una gran duda.
Quizás lo único indudable es que la felicidad necesita de la libertad, y mientras uno esté vivo, tal y como lo entendemos los que ahora lo estamos, lo único que podremos hacer será buscar sabiendo que no vamos a encontrar jamás. ¿Qué es la vida sino un período de broma macabra, transitoria y accidental comprendido entre dos eternidades durante el cual se busca algo imposible de encontrar?
Quizás lo único indudable es que la felicidad necesita de la libertad, y mientras uno esté vivo, tal y como lo entendemos los que ahora lo estamos, lo único que podremos hacer será buscar sabiendo que no vamos a encontrar jamás. ¿Qué es la vida sino un período de broma macabra, transitoria y accidental comprendido entre dos eternidades durante el cual se busca algo imposible de encontrar?
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