Interpretamos el hecho de dar las gracias, al igual que casi todas las cosas, a través de la expresión del lenguaje que lo define. Nos imaginamos que cogemos algo -las gracias, lo que sea que eso fuere- y que se las entregamos a alguien o a algo. A quien nos ha hecho un favor le damos las gracias, y a algo que nos ha favorecido, aunque sea de manera impersonal, también le damos las gracias. Podemos, por ejemplo, dar las gracias a alguien que nos presta dinero, que nos abre una puerta o que nos escucha, y también podemos darle gracias a la lluvia porque riega nuestros campos, a una casualidad por beneficiarnos en cierta medida, a Dios -lo que sea que eso fuere- o incluso a un acontecimiento negativo que al final resulta que nos ha aportado algo positivo. A este último respecto me parece interesante comentar que hace poco escuché que en chino resulta que la misma palabra que sirve para decir 'problema' se utiliza también para decir 'oportunidad'. Es curioso cómo el lenguaje cuanto más se confunde más acierta.
Pero bueno, no es esa relación entre problema y oportunidad la que en este momento quiero analizar. A lo que voy es a que al respecto de dar las gracias interpretamos que la persona o circunstancia que recibe nuestro agradecimiento es receptora del mismo, que nosotros somos los donadores, y que las gracias en sí son algo que hemos creado ad hoc. Una especie de regalo que hemos comprado y envuelto para la ocasión.
Pienso, sin embargo, que esta forma de verlo -lingüísticamente lógica y habitual- es en realidad confusa y hasta errónea, ya que el agradecimiento no es algo que se cree específicamente para cada trueque en que se merezcan las gracias, sino que se trata de algo con lo que se conecta y con lo que siempre se puede estar conectado. No consiste en una compensación circunstancial. Quiero decir que se puede vivir en estado interno de agradecimiento independientemente de lo que pase fuera. Dar las gracias no es dar algo, es estar conectado con algo, es un estado. La expresión es confusa porque nos lleva a pensar que el agradecimiento sólo tiene lugar si hay algo comprensible que agradecer.
Hay muchas realidades que el lenguaje, lejos de aclarar, oscurece, como por ejemplo cuando hablamos de perder la vida. Lo planteamos como que hubiera dos cosas: una yo, y otra la vida que tengo y que puedo perder. Gravísimo error, pues no es que yo tenga vida, sino que soy vida. ¿Cómo voy a perder algo que soy? Sería como decir que la voz pierde su sonido, que el viento pierde su aire o que la corriente pierde su río.
No te fíes del lenguaje ni des las gracias, no interpretes. En su lugar, lee lo inverbalizable, conecta con el agradecimiento, sé. Sólo así se puede entender la gracia de eso que llamamos gracia. Lo de 'divina' es otra mala pasada del lenguaje para cobrarse con un adjetivo un peaje tan caro y absurdo como la necesidad de creer en Dios -palabra por cierto que es en mi opinión la más prostituida, confusa, erosionada, radiactiva y peligrosa que existe-.
Yo, nuncio autorizado de la vida -porque soy vida- anuncio que la gracia no se entiende creyendo sino dejando de creer, que sólo hay una, que es tan divina como mundana, y que su gracia está en que se entiende por conexión, no por interpretación.
Pero bueno, no es esa relación entre problema y oportunidad la que en este momento quiero analizar. A lo que voy es a que al respecto de dar las gracias interpretamos que la persona o circunstancia que recibe nuestro agradecimiento es receptora del mismo, que nosotros somos los donadores, y que las gracias en sí son algo que hemos creado ad hoc. Una especie de regalo que hemos comprado y envuelto para la ocasión.
Pienso, sin embargo, que esta forma de verlo -lingüísticamente lógica y habitual- es en realidad confusa y hasta errónea, ya que el agradecimiento no es algo que se cree específicamente para cada trueque en que se merezcan las gracias, sino que se trata de algo con lo que se conecta y con lo que siempre se puede estar conectado. No consiste en una compensación circunstancial. Quiero decir que se puede vivir en estado interno de agradecimiento independientemente de lo que pase fuera. Dar las gracias no es dar algo, es estar conectado con algo, es un estado. La expresión es confusa porque nos lleva a pensar que el agradecimiento sólo tiene lugar si hay algo comprensible que agradecer.
Hay muchas realidades que el lenguaje, lejos de aclarar, oscurece, como por ejemplo cuando hablamos de perder la vida. Lo planteamos como que hubiera dos cosas: una yo, y otra la vida que tengo y que puedo perder. Gravísimo error, pues no es que yo tenga vida, sino que soy vida. ¿Cómo voy a perder algo que soy? Sería como decir que la voz pierde su sonido, que el viento pierde su aire o que la corriente pierde su río.
No te fíes del lenguaje ni des las gracias, no interpretes. En su lugar, lee lo inverbalizable, conecta con el agradecimiento, sé. Sólo así se puede entender la gracia de eso que llamamos gracia. Lo de 'divina' es otra mala pasada del lenguaje para cobrarse con un adjetivo un peaje tan caro y absurdo como la necesidad de creer en Dios -palabra por cierto que es en mi opinión la más prostituida, confusa, erosionada, radiactiva y peligrosa que existe-.
Yo, nuncio autorizado de la vida -porque soy vida- anuncio que la gracia no se entiende creyendo sino dejando de creer, que sólo hay una, que es tan divina como mundana, y que su gracia está en que se entiende por conexión, no por interpretación.
PD: Al terminar el artículo he buscado eso de que en en chino se dice de la misma manera crisis que oportunidad, y por lo visto no es así, pero bueno, lo dejo tal y como estaba porque aunque sea falso esta falsedad me sirve para apuntar a la confusión que el lenguaje crea sobre sí mismo, incluso en sus propios errores corregidos.