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No tenía fuerzas para rendirme, así que decidí emprender activamente una búsqueda eidética, es decir, de lo esencial. Pensé que el cambio que afrontaba merecía un decorado literario, y de ahí el blog. En él reflejo pensamientos, reflexiones y emociones que he vivido durante mi estancia en Tanzania enseñando inglés y suajili a niños de preescolar en un colegio rural de la organización Born To Learn, en India como profesor de francés para la Professional School of Foreign Languages de la Fundación Vicente Ferrer, y actualmente en Malí cooperando con CONEMUND en proyectos de seguridad alimentaria y equidad de género. Mi objetivo cabe en una palabra: Compartir.

martes, 26 de mayo de 2015

Hacer haciendo


A veces siento que necesito escribir, pero cuando me doy cuenta de que tengo que pensar demasiado qué contar, reparo en que lo que siento es sólo una apetencia y no una necesidad, y además concluyo que lo que me apetece tampoco es escribir, sino tener la satisfacción de haber escrito. La diferencia entre una cosa y otra es parecida a la que hay entre aprender y saber. Lo que me gustaría muchas veces es saber ciertas cosas, pero mientras que saber es una especie de suspiro, aprender se parece más a un sofoco. Apetecer, lo que se dice apetecer, apetece saber, no aprender, porque aprender duele.

Pero resulta que esto que acabo de decir que tan lógico parece -o eso creía yo- representa una forma de pensar que ahora estoy empezando a ver como falaz. Escribir para estar contento con lo que uno ha escrito es depender demasiado del resultado de lo que uno escribe, y aprender para saber descuidando el proceso mismo del aprendizaje es también mirar demasiado lejos, como desentenderse del proceso, de la derivada, del gradiente, del cambio, de la esencia de ser, que se conjuga siempre en presente continuo. El ser sólo es siendo. Todo lo demás es haber sido, intentar ser o desear ser, pero no es ser como lo es siendo, el único ser que de verdad es.

Así que si se trata de escribir, escribo escribiendo, no pensando en lo bien que me sentiré cuando haya escrito, y si quiero saber, aprendo, y me olvido de lo que sabía, sé o sabré cuando haya terminado de aprender, porque el viento no sopla al llegar, sino al mover. Esta apología del presente es más vieja que el tiempo mismo, pero más vieja aún parece la tendencia que tenemos a obviarla, y cada vez se me hace más rancia la tan arraigada idea de hacer para y no sencillamente la de hacer haciendo, sin más, sin para, por, según, sobre ni tras, sin pensar en el premio que trae el punto y final, ese punto y seguido que se ha cansado de caminar. 

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