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No tenía fuerzas para rendirme, así que decidí emprender activamente una búsqueda eidética, es decir, de lo esencial. Pensé que el cambio que afrontaba merecía un decorado literario, y de ahí el blog. En él reflejo pensamientos, reflexiones y emociones que he vivido durante mi estancia en Tanzania enseñando inglés y suajili a niños de preescolar en un colegio rural de la organización Born To Learn, en India como profesor de francés para la Professional School of Foreign Languages de la Fundación Vicente Ferrer, y actualmente en Malí cooperando con CONEMUND en proyectos de seguridad alimentaria y equidad de género. Mi objetivo cabe en una palabra: Compartir.

miércoles, 12 de octubre de 2016

Cazador de verdades



Durante toda su vida, el cazador de verdades utilizó las palabras para verbalizar sus presas. Cada tajada, pedazo o porción de verdad que conseguía era generosamente compartido con los suyos. A la lumbre de las palabras y las conversaciones sosegadas, se aderezaban sus viandas. Nunca faltó de comer en su aldea. Su cerebro y su alma gozaban de buena salud. Su gente estaba bien alimentada gracias a él -cazador abnegado y virtuoso- que cada mañana salía al bosque a desbrozar insustancialidades con su machete y a cazar verdades volátiles con sus flechas. La veracidad crecía en él, y su vida discurría caudalosa y fresca dibujando meandros en su psique que permitían una cómoda navegación de las ideas con las que él explicaba su mundo. 

Pero llegó un día en que, persiguiendo el porqué de una lluvia que no dejaba de arreciar, atravesó sin darse cuenta la foresta de su pequeño mundo de formas e ideas, pasó al otro lado de la cordillera de sus experiencias y acabó con su machete, su arco y sus flechas delante del mar, un lugar que no conocía y que hasta entonces, desde su tierra firme, no había podido siquiera imaginar. Rendido por su búsqueda y abrumado por su enorme nueva presa, se deshizo de su machete para cortar trivialidades y de su arco para cazar comprensibles verdades, cayó arrodillado en la playa y comenzó a escuchar el ruido de las grandes olas y el susurro de la resaca, y de ellos y de su inmensidad entendió que a partir de ese día nunca más tendría que volver a cazar. Y lloró, y rio, y verdaderamente comprendió, pero esta vez sintió que no podría compartir su presa al fuego lento de las palabras, así que esperó y pensó, escribió algo en la arena y se fue. 

Al día siguiente, los suyos -con hambre un día más- se preocuparon, y preguntaron, y se extrañaron de que volviera desnudo y sin armas ni presa después de una ausencia tan larga, pero él los miró y con un pequeño arco iris dentro de sus lágrimas de felicidad, señalando hacia el mar, les dijo: "No os preocupéis, hermanos, no pasaréis hambre nunca más y en esta aldea nunca nadie tendrá que volver a cazar, pues no traigo pedazo, tajada ni porción, sino la única y gran verdad: las lluvias son todas una, y su madre es el mar."

- Dharamshala (Himachal Pradesh) - India.
18 de Septiembre de 2015.
  

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