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No tenía fuerzas para rendirme, así que decidí emprender activamente una búsqueda eidética, es decir, de lo esencial. Pensé que el cambio que afrontaba merecía un decorado literario, y de ahí el blog. En él reflejo pensamientos, reflexiones y emociones que he vivido durante mi estancia en Tanzania enseñando inglés y suajili a niños de preescolar en un colegio rural de la organización Born To Learn, en India como profesor de francés para la Professional School of Foreign Languages de la Fundación Vicente Ferrer, y actualmente en Malí cooperando con CONEMUND en proyectos de seguridad alimentaria y equidad de género. Mi objetivo cabe en una palabra: Compartir.

martes, 11 de octubre de 2016

La réplica


¿Qué tal te llevarías con una réplica de ti mismo? No hablo de una réplica genética, sino de una copia exacta en todos los órdenes, de un individuo ajeno pero idéntico, de alguien que es exactamente tú pero que es al mismo tiempo otra persona con la que puedes hablar y a la que puedes mirar y sobre la que por supuesto también puedes opinar. En definitiva, ¿qué tal te llevarías contigo mismo pero habiendo dos, tú y tú mismo? 

Imagina que todo lo que te caracteriza lo pudieras integrar en otro cuerpo idéntico al tuyo que encarnara tus mismas posesiones, tu mismo trabajo, estatus social, conocimiento, educación, experiencias vividas, habilidades, relaciones personales, historia familiar, sistema de creencias filosóficas, religiosas y políticas, gustos, etc. ¿Qué migas harías con él?, ¿qué tipo de conversaciones tendrías?, ¿estarías a gusto en su presencia? 

Quizás en un primer momento te estás imaginando gozosas e interesantísimas conversaciones nadando apaciblemente sin disentimiento alguno en un mar de absoluta afinidad, pero te voy a decir la verdad. La respuesta está muy clara: no te soportarías. 

En realidad conviene aclarar que el planteamiento es utópico incluso en términos ideológicos, es decir que la mente no puede asumir esta hipótesis de identidad ajena, al igual que no puede visualizar una quinta dimensión. La simple premisa de que uno ocupe dos cuerpos idénticos pero diferentes al mismo tiempo supone un esguince para el cerebro y sólo tendría sentido como lo tienen muchos sinsentidos cuánticos. Y yendo aún más lejos podemos decir que ni siquiera uno es idéntico a sí mismo, ya que la impermanencia de lo que somos impide que se pueda llevar a cabo la comparación misma. Pero a pesar de todos estos inconvenientes, yo insisto en imaginar y en pedir que imagines. Imagina, pues, que te ves y te reconoces, ¿qué opinión te mereces?

Podrías decir que te cuesta imaginar porque ni siquiera sería posible hablar contigo mismo, ya que al ser el mismo hablaríais los dos a la vez para decir la misma cosa. Para solucionar ese problema en el plantemaniento podemos aplicar un pequeño desfase temporal, por ejemplo de cinco minutos. Es decir, aquí estás tú, ahora, y aquí estás tú mismo, también ahora, pero tal y como eras hace cinco minutos. Ahora que el escenario es más imaginable vuelvo a preguntar: ¿qué pasaría? 

Quizás las cosas podrían ir bien durante un rato. Quizás es cierto que la afinidad de los puntos de vista, las reflexiones y el enfoque de los temas, además de los gustos, crearan una "mutua autoadmiración", pero no tardarían en aparecer los problemas irreconciliables. Podría ser que no te gustara tu cara, o tu voz, o tu forma de andar (nada de eso lo has visto, oído, ni observado nunca desde fuera de ti mismo), y como en tu sistema de creencias esas frivolidades influyen a la hora de considerar con quién estás y qué te parece, podrías empezar a tener una opinión un poco menos generosa sobre esa "otra" persona. ¿Y qué hay de los cambios de opinión? ¿Puedes decir que siempre has pensado lo mismo sobre todo? ¿Qué pasaría si hablaras contigo mismo después de haber cambiado radicalmente de opinión pero tu otro yo no hubiera cambiado todavía porque le faltan cinco minutos para ello? Te censurarías y te desaprobarías totalmente y te dirías que aún no has entendido nada, y aunque pasados los cinco minutos reconciliaras posiciones ideológicas contigo sobre ti mismo, recordarías el desacuerdo y la desavenencia pasada germinaría en ti generando desconfianza para el futuro. 

Con el paso del tiempo, repitiéndose esta circunstancia, acabarías pensando que eres un retrasado sin personalidad con ganas de llevar la contraria que al cabo de un rato cambia siempre de opinión. Dejarías de tomarte en serio, te verías como muy diferente, perderías el interés y la afinidad del principio se transformaría en hastío y desdén. Probablemente tenderías a ignorarte y renegarías de ti por tu aspecto, tus ideas y tu carácter veleidoso. En resumen, te odiarías crecientemente. 

¿A qué conclusión nos lleva esto? Está bien claro: estás a cinco minutos de ser tu propio enemigo. 

2 comentarios:

  1. Me diría que me espero fuera en cinco minutos, y lo solucionamos fuera de uno mismo.

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  2. ¡Qué bueno, Txiki!, veo que sabes cómo tratar con-tigo.
    Un fuerte abrazo desde Anantapur.

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