Soy un deudor nato. Le debo la vida a mis padres, el
conocimiento a mis antepasados, y el aire que respiro a la Tierra que habito; el amor
a quien me ha amado, y las ganas de vivir a todo lo que no conozco. Mi sosegado
orgullo a lo que los demás valoran en mí, y mi paz a los momentos en que la
guerra descansa.
También le debo al banco una hipoteca de cifras
pornográficas cuyo inmueble no disfruto y cuyo importe previsiblemente nunca
llegaré a pagar. Le debo explicaciones a mucha gente y a mí mismo, y tengo que
devolver un montón de detalles que se han tenido conmigo, de alguno de los
cuales no soy ni siquiera consciente.
Debo una disculpa a los que gratuitamente he ofendido, y
también me debo a mí mismo, porque en cada hombre están todos los hombres.
Debo tantas cosas que nací y moriré deudor, y aunque la
oración con la que desde pequeño empequeñecieron mi espiritualidad reza que
perdonarán mis deudas, mi epitafio rezará "aquí yace un deudor".
Y debo una tonelada de amistad, porque el escuálido cuarto
de la lavadora en el que me han dejado habitar y la compañía que tengo han ensanchado mi vida cuando
ésta parecía que sólo se podía estrechar.
Al único al que no voy a deber nada es a mi recuerdo, porque
hay cosas de las que uno no se puede olvidar. La amistad es la élite de los sentimientos, y yo vivo en esa isla.
PS: Dedicado a mi amigo Alberto Cueto, cuya hospitalidad
arrinconaría a la del propio Anfitrión, rey de Tebas, célebre a lo largo de los
siglos por la suya, y premiado con una antonomasia que para mí ahora es flaca
comparada con la que mi agradecimiento concibe: Amigo es Alberto.