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No tenía fuerzas para rendirme, así que decidí emprender activamente una búsqueda eidética, es decir, de lo esencial. Pensé que el cambio que afrontaba merecía un decorado literario, y de ahí el blog. En él reflejo pensamientos, reflexiones y emociones que he vivido durante mi estancia en Tanzania enseñando inglés y suajili a niños de preescolar en un colegio rural de la organización Born To Learn, en India como profesor de francés para la Professional School of Foreign Languages de la Fundación Vicente Ferrer, y actualmente en Malí cooperando con CONEMUND en proyectos de seguridad alimentaria y equidad de género. Mi objetivo cabe en una palabra: Compartir.

sábado, 17 de agosto de 2013

Lo que hay dentro


No sé muy bien lo que me pasa ahora cuando veo documentales de pueblos de África. Resulta que me quedo enredado entre los dientes de las sonrisas de los individuos autóctonos y me caigo al abismo de los ojos de los niños que miran la cámara con ese sereno e inocente poderío que sólo sus ojos negros de fondo negro pueden llegar a tener. Me resbalo por los labios de sus mujeres, que son toboganes de carne roja humedecida y redondeada como las rocas del borde de una cascada, y me pongo a lacrimar recuerdos que me abducen a un pasado que no quiero que deje nunca de ser reciente. Sólo hay una forma de que un pasado sea siempre reciente, y es renovándolo constantemente.

Siento el placer de haber encontrado algo esencial, y el cuerpo me lo dice emocionándose. La sensación es parecida a la que se tiene cuando se realiza una gran conquista intelectual -una de esas conquistas que sólo aparecen después de grandes travesías, una de esas conquistas que vienen cargadas de trabajo previo, de inspiración y de un poco de suerte, una de esas que algunos no verán en toda su vida porque no están pertrechados para conquistar nada sino para ser conquistados- pero la diferencia del placer que siento ahora radica en que primero me emociono y luego intento entenderlo, mientras que hasta ahora el proceso era al revés, es decir, que primero entendía algo y a continuación me emocionaba por haberlo conseguido. 

Es más puro lo de ahora, porque al final siempre está la emoción, pero ahora, además, también está al principio. Es emoción sin tallar, y mi cuerpo me avisa convirtiéndose en lágrima, pero estoy seguro de que si pudiera me avisaría convirtiéndome en viento, o en caricia, o en abrazo. Tiene la pureza del amor a mi especie, a mi naturaleza, a mi esencia humana, al hecho de estar vivo. 

Eso es lo que hay dentro de todos nosotros, lo que es común, y lo que yo he visto mirando los navíos lejanos que hay dentro de los hipnotizantes ojos negros de los niños de África.  

PS: En la foto, Sharoni, especialista en abrazar con la mirada, y que se convertía en viento cada vez que me divisaba a lo lejos cuando visitaba a su familia en Boma, una aldea a las afueras de Moshi, en la que los relojes parados hablaban entre ellos preguntándose qué era eso del tiempo. 

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