Esta mañana a la hora de levantarme se ha celebrado en mi
casa, concretamente debajo de mi manto, la entrega de los premios que de cuando
en vez otorga mi psique masculina a los hombres del año. El recién levantado
Moroto, aún encapuchado en sus matutinas ojeras, ha ejercido de improvisado maestro de
ceremonias.
Entre los galardonados, José Antonio Hoyos, que recibió el premio
como mejor intérprete de mí mismo de manos del también yo mismo, Morowi. José Antonio bromeó con el curioso e inexistente itinerario que
siguió el premio de una mano a otra y declaró además sentirse agradecido a todo
su organismo y especialmente a su cerebro, de quien dijo ser la parte más
importante de su motivación para llegar a donde ha llegado. Agradeció así mismo
a la organización de ideas que en él reside el gran esfuerzo realizado
durante toda su vida para llegar a disfrutar de tan preciado galardón y
de una celebración tan influyente como esta que hoy por la mañana me homenajea.
También resultaron premiados los protagonistas de etapas casi olvidadas pero
evidentemente decisivas en mi propio yo como mi pasado adolescente, mi etapa
universitaria –sin duda la más densa para mi hemisferio cerebral izquierdo en cuanto a ratio de conceptos aprendidos por
unidad de tiempo- y mi período laboral liberal, donde, según yo mismo declaré “no
fue la mejor etapa de mi vida, pero resultó muy útil para saber lo que no quería,
lo cual es mucho saber”.
Mención especial merece el polémico premio honorífico
entregado por mí mismo a lo peor de mí mismo, porque aunque recibió severas críticas
por parte de lo que no soy yo, se sintió muy agradecido y dio pruebas de
evidente emotividad cuando al final de su discurso declaró: “También soy yo, y aunque no me gusto e intento mejorar, me acepto”, provocando por ello un espontáneo movimiento de mi palma derecha que de manera armoniosa y
concertada se enfrentó en repetidas ocasiones con la palma izquierda dando
lugar a un introspectivo aplauso libre de toda presunción. Fue sin duda uno de
los momentos más emocionantes de la ceremonia.
Peguntados todos los premiados sobre las sensaciones de
estos reconocimientos, coincidieron en declarar que lo más importante es seguir trabajando para que cada mañana se celebren acontecimientos como
este que en tan gran medida ayudan tanto a lo que soy yo como a lo que me rodea, porque de sobra es sabido -o debería serlo- que en la vida todo es uno.
Después de la gala, ha quedado acordada una siesta vespertina para disfrutar con una sonrisa estúpida -de cuya comisura no se descarta la caída de ridícula baba- de la adjudicación de estas prestigiosísimas preseas y para brindar por las bondades que otorgan la seguridad en uno mismo y la autoaceptación.
Después de la gala, ha quedado acordada una siesta vespertina para disfrutar con una sonrisa estúpida -de cuya comisura no se descarta la caída de ridícula baba- de la adjudicación de estas prestigiosísimas preseas y para brindar por las bondades que otorgan la seguridad en uno mismo y la autoaceptación.
Terminado el acto tras la ducha, en los albores de un
nuevo día, todas las agencias del subconsciente en anuencia con las del consciente han destacado las enormes dosis de optimismo que se
desprenden de gilipolleces como esta que acabo de escribir, pues no cabe duda
de que aceptarse y valorarse es gratis, que escribir también lo es y que reírse de uno mismo
es una de las actividades emocionalmente más rentables a las que el surrealismo absurdo
autocontenido puede conducir.