Desde que viajo por el mundo buscando buscar, sin un deseo
concreto, sólo deseando desear, me he dado también muchos paseos íntimos por el
“planeta madre”. El planeta madre es mi madre. Más que un planeta es una
estrella, o mejor, una explosión estelar, una supernova que irradia un amor deslumbrante
en una longitud de onda perceptible desde cualquier parte del universo independientemente de la galaxia personal en la que esté embarcado. Es mi big bang.
Cuando hablo con ella y le intento explicar que mi intención es perseguir el conocimiento y la realización personal a través de los
viajes y la integración en diferentes culturas, que no tengo miedo al futuro
porque no aspiro a ser longevo sino a ser sabio, y que donde ella ve
estabilidad en el confuso concepto de trabajo fijo yo veo unos clavos en mis
pies, me mira como que me hubiese vuelto loco (y quizás con razón, aunque la
verdadera locura sea ser cuerdo en un mundo de locos).
Me pregunta: “Jose, hijo, ¿por qué no te buscas un trabajo
normal y te dejas de andar por ese mundo afuera buscando eso que dices que no
entiendo?”. Y yo le respondo: “Porque no puedo, mamá, porque lo que hago no es
una elección sino un maravilloso tobogán por el que me estoy cayendo, y no lo puedo evitar. Porque no soy ingeniero de telecomunicaciones por la universidad, mamá, soy filósofo por necesidad”.
Y es curioso porque justo donde yo encuentro el clímax de mi
razonamiento, la flecha de mi vida ahora, mi identidad dialéctica, encuentra
ella el tártago de su dolor, la aflicción por no entender, la tribulación de
quien ve que se le aleja una tabla en un naufragio, el ahogarse en soledad de
un amor de madre.
Pero en este naufragio -que lo es para ella y, vía
umbilical, también para mí- me doy cuenta de algo que se puede sentir aunque difícilmente explicar: mi madre
no es alguien que ve la tabla que se aleja, ni el agridulce orgullo sazonado de
dolor por mi ausencia; no es quien me cuida y quien siempre me piensa; no es la imposible incondicionalidad hecha verdad. Es mucho más que eso. En
realidad me doy cuenta de que no hay naufragio en el que ella se pueda ahogar porque mi madre, mi amada madre, es el mar.
Extraordinaria reflexión!!
ResponderEliminarBravo Moroto!!!
ResponderEliminarJames,
Entrañable manera de terminar tu exposición.
ResponderEliminarNo olvides que tu madre y la gran mayoria del resto de mortales no pudieron, ni puede, ni podrán elegir ningún descenso en ese maravilloso tobogán vital, precisamente por que sus satelites familiares harían que el peso de su gravedad vital propiciara viajes muy cortos. Vuela tu sí que puedes...
meencanta... qué me gusta leerte así de pleno, de profundo mientras sé que lo tuyo es la superficie; la tierra y un par de paredes en cualquier lugar del mundo pero siempre rodeado de personas de las que aprender y a las que ayudar. Bendita tu proeza y enhorabuena a los que podemos compartirla contigo. En breve, el abrazo...
ResponderEliminarMaravillosa reflexión....
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