Ayer, paseando por mi ciudad con aire de turista, fijándome
en los detalles urbanos que había visto antes miles de veces pero en alguno de
los cuales no había reparado, esperando a que los semáforos se pusieran en
verde para cruzar aunque estuviera solo y no pasaran coches -como queriendo
encontrar la sintonía fina de la urbe, como considerando todo mi entorno un “recién pintado, no tocar”-, sintiendo que caminaba dulcemente sobre mi
propio pasado de niño y adolescente, con el alma vestido de clara serenidad y respirando el aire puro que desprende mi ego
cuando mis ideas se echan la siesta, me ocurrió algo inesperado y
sorprendente:
Al doblar una esquina tropecé con un hombre que apareció de repente y a ambos se nos cayeron las gafas al suelo por el encontronazo. Sin
siquiera antes mirarnos, las recogimos y nos pedimos disculpas por el golpe, y resulta que lo hicimos todo a una, es decir, que quisimos ocupar el mismo lugar en el espacio en
el mismo instante (por eso nos chocamos), nos agachamos casi como siguiendo una
coreografía (a la vez) y nos disculpamos con las mismas palabras pronunciadas
simultáneamente. Cuando nos miramos descubrí que,
aparte de sus gafas, que eran exactamente iguales a las mías, la cara de ese
hombre me resultaba también más que familiar: parecía yo.
- ¿Quién eres? –Le pregunté-.
- Soy el sentido de tu vida –Me respondió-.
Creí que estaba soñando y me reí, pero se me atragantó la
risa porque su cara, peinado, ropa, barba, y hasta mueca, idénticos a los míos, me hipnotizaron ante la aparente absurdidad que estaba viviendo. Demasiado
elaborado y casual como para ser una broma –pensé- así que aceptando el
surrealismo de la circunstancia, decidí seguirle la corriente y acomodarme al inexplicable contrapunto que estaba viviendo. En sólo unos segundos, los que tardó
en apagarse y volver a encenderse mi risa tonta, concluí que si estaba en un sueño no parecía una pesadilla, y si era real resultaba morbosamente interesante. En cualquier caso vislumbré una gran oportunidad para hacerle unas cuantas preguntas a aquel singular
personaje que parecía encarnar mi propia pluralidad.
- ¿Y cómo así por aquí? –Pregunté con aire de asumir la
circunstancia con naturalidad-.
- ¿Y dónde quieres que esté siendo quien te he dicho que
soy? –Me dijo con más naturalidad aún, quizás la que yo quería tener y sólo
lograba fingir-.
¡Esto es increíble! –exclamé para mí mismo-. Sí, lo es -me dijo
él- respondiendo a mi conmoción. Yo también estoy sorprendido de
verte. Los sentidos de la vida no solemos encontrarnos con los vivientes por
los que existimos. Algunas vidas incluso llegan a su final sin haber conocido su sentido, así que es una
gran casualidad que podamos mirarnos, identificarnos y comunicarnos.
- Bueno, vamos a sentarnos a tomar algo y hablamos, ¿no?
– Le dije-.
- Me parece muy bien –respondió-.
Así que nos fuimos caminando a una terraza, nos sentamos, partimos el sol y nos pusimos a charlar tranquilamente. La conversación que tuvimos fue tan extraordinaria
como los circunstantes que la protagonizaron, pero no la voy a contar porque
con quien me encontré fue con el sentido de mi vida, no con el de la tuya.
¿De qué habrías hablado tú si te hubiera pasado a ti?
Cómo disfruto leyendo tus escritos! Espero que continúes compartiendo tus ideas, ideales y demás locuras en este tu maravilloso blog y más deseo verte con prontitud, en no más de cinco días, espero. Con cariño, tu sobrino mayor.
ResponderEliminarMe alegra saber que congenieras con tu sentido de la vida. Suerte la tuya. Yo siempre recuerdo con pena al pobre Hidalgo Don Quijote que tantas batllas tuve que vencer contra el mismo.
ResponderEliminarMi primer cafe a diario, lo siento vitalmente, hablando hacia dentro y respondiendo en silencio.