Durante la guerra de Vietnam, en el
transcurso de la Operación Crimp, un soldado americano se sentó sin
darse cuenta sobre lo que él creyó que era un escorpión, pero
resultó ser el clavo de una trampilla que daba a un vasto complejo
de galerías subterráneas. Estos túneles, cavados a lo largo de más
de 200 Km, conducían a almacenes, polvorines, salas de estar,
dormitorios, enfermerías y puestos de mando del ejército
vietnamita. Toda una ciudad, por supuesto invisible desde fuera, que
se descubrió, según parece, por una casualidad.
Al recibir el informe del detective
sobre lo que el miniyo había hecho en mí tuve una sensación
parecida a la que supongo tendría el ejército americano al
descubrir el increíble complejo de galerías que tenía debajo. Había un enorme imperio ahí dentro. Me
dio la sensación de que todo en mí era ego porque no había
prácticamente nada que no estuviera gestionado y catalogado por la
mente en términos de diferenciación y de jerarquización. Me
pareció que el miniyo tenía en mí una fuerza parecida a la del dinero
en la sociedad actual. Resultaba difícil encontrar algo que poder
hacer sin que él interviniera directa o indirectamente. Parecía
imposible considerar algo libre de juicio y que no se encontrara
racionalmente acomodado en alguna cajita conceptual de las de que mencioné cuando describí el nacimiento del ego: “yo”, “no yo”, “mío”, “no mío”, “quiero”,
“no quiero” y “tengo”, “no tengo”.
Aparte de a clasificar
la realidad en cajitas, el ego había venido desarrollando a la chita callando un método
mortífero y extremadamente eficaz de apoderarse de mi identidad.
Este método consistía en crear tiempo psicológico y en violar
sistemáticamente dos de las verdades que mi abuelo con su
maravillosa ingenuidad había proclamado: La de la impermanencia de
todo lo que nos rodea y compone, y la de la inconveniencia de no
aceptar la cosas como son cuando no se pueden cambiar.
Por arte de
magia, el miniyo había hecho desaparecer el presente a costa de
preocupaciones y logros del pasado o de proyectos y aspiraciones de
futuro, y con el mismo arte de prestidigitación había creado la ilusión en mí
de que lo que tenía y sabía era lo que yo era, invitándome además a aferrarme a ello como a mi propia identidad, y a negar con la protesta y la queja vana cualquier cambio que sobre ello intentara ejercer la realidad.
Pero los detalles sobre cómo hizo
semejante maniobra y de qué manera se las apañó para que le durara tanto la farsa, bien merecen un capítulo aparte...
- Calangute (Goa) - India.
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