¿Qué idea de bien o mal puede tener una piedra, o una nube,
o una atmósfera? ¿Qué idea de bien o mal puede aplicarse a una galaxia, o a un
agujero negro, o a una supernova? ¿Es bueno el número tres? Y el noventa y
siete, ¿es bueno o es malo? Y qué decir sobre ese electrón que cambió de orbital, ¿quizás habría hecho mejor convirtiéndose en fotón? A mí me parece que el bien y el mal no existen; son sólo una herramienta de nuestro
limitado entendimiento para diseccionar burdamente lo que hay ahí fuera con el
fin de clasificarlo.
La realidad es infinita e inabarcable, y nuestro cerebro
intenta muestrearla, cuantificarla y codificarla, pero sólo puede hacerlo
parcial y subjetivamente. Esto que hacemos para intentar entender no está
verdaderamente en la realidad a la que se aplica; es sólo un marco, un lienzo,
una fotografía, una pista... Y decir que las cosas son buenas o malas es como decir que el
tocino que se aplica a la rueda del carruaje es la velocidad misma con la que
ese carruaje se mueve. La realidad no entiende de bondad y la velocidad no tiene por qué conocer al tocino.
El agua no es el frescor que siente el que la bebe ni la
agonía del que se ahoga en ella. El sol no es la vida en nuestro planeta ni una
quemadura en la piel. Una mano no es una caricia ni un estrangulamiento. Frescor,
agonía, vida, quemadura, caricia y estrangulamiento son efectos de la realidad,
pero no la realidad en sí. Todo es bueno y malo a la vez, o ninguna de las dos cosas.
Bien y mal son conceptos humanos “para andar por casa”,
y además se convierten en un lastre cuando se pretende buscar la esencia de las
cosas.
Lo que sentimos tiene forma de retícula, la realidad es
viento. Lo que pensamos es una hoja de cálculo, la realidad es un efluvio de odorífero
ámbar. Nuestro entendimiento y nuestras emociones son una digitalización de la
realidad. Pensar y sentir consisten, pues, en clasificar algo, y hacer esto
pasa por establecer valores opuestos para codificarlo: bien y mal. Pero el universo
funcionaría igual de bien, o de mal, si nos diéramos la vuelta como un calcetín y pasáramos
a considerar que todo lo bueno es malo y que todo lo malo es bueno, de la misma
manera que el tiempo -si es que eso existe- pasaría igual de rápida o lentamente independientemente de
si lo medimos de manera correcta o no.
Pero nosotros necesitamos inventar el armazón de la moral para sostener nuestra existencia. Si hubiese un detector de humanidad en el cosmos nos localizaría por nuestro intensísimo olor a moral; nada más de lo que
existe huele a eso. ¿Oleremos bien?
Curiosamente cuando usamos en nuestra sociedad: "esto huele mal" o "algo me huele mal", es atisbando algo de sospecha sobre dicha cosa. Tu reflexión es más profunda y me uno a ella saltando cual electrón a hueco.
ResponderEliminarUna lástima que en este mundo sin tiempo para nada, nos hayamos convertidos en protones...