La vida es un curioso fenómeno que se
enuncia en forma pasiva. Cuando llegamos a ella, ella ya está ahí,
es decir, que cada uno de nosotros al nacer se incorpora a un proceso
que ya está en marcha -el proceso vital- que consiste en que
nosotros recibimos vida y ella se expresa a través de nosotros. La
vida como sujeto agente nos utiliza para decir algo. Somos, pues,
vividos por la vida.
Dejarse llevar por ella, es decir,
permitir que se explique a través de nosotros es la manera más
lógica de vivirla porque como sujeto paciente que somos de ella,
nuestra tarea es sencillamente recibirla y permitirla, sea cual fuere
el mensaje que a través de nuestra existencia quiera dar. De ahí que
recibirla y aceptarla tal y como es represente en última instancia
vivirla plenamente. Cuando no aceptamos algo de lo que en ella pasa,
entonces estamos interrumpiendo su discurso, no dejándola hablar,
impidiendo que se exprese, negándola. En ese caso estamos, por
tanto, desviviéndola. Por otra parte, cuando deseamos algo de ella,
cuando le pedimos algo que no tenemos, es como si estuviéramos
diciéndole lo que tiene que decir, irrumpiendo así también en su sabio discurso con nuestra ignorancia, entorpeciéndolo, adulterándolo.
La vida debería
vivirse siendo escuchada, dejándose llevar en un baile en el que
ella marca los pasos. La libertad se nos da para poder negarla a
través de la queja y del deseo, o para poder afirmarla a través de
la aceptación y la escucha. La negación produce un tipo de energía
por rozamiento que se llama dolor, mientras que la aceptación, es
decir, la afirmación, produce un deslizamiento que da lugar a un
despliegue omnidireccional y pleno del yo. La energía de rozamiento
que se genera por la negación de la vida es, por tanto, vida no
vivida que buscará su reafirmación en alguna expresión de vida
ulterior, ya sea en uno mismo o allende nuestro propio cuerpo, y este
proceso se repite hasta que toda esa energía complete su “sí
vital”.
Las preguntas sin respuesta que el
hombre viene haciéndose desde que tiene uso de mente no son más que
el crepitar de la madera que grita a través de las ideas en el
fragor del fuego de la vida, es decir, que las dudas serían la parte
de la madera que no se convierte en calor sino que se transforma en
sonido, en crepitar, algo nada raro que ocurre en cualquier
combustión.
La vida es la consecuencia de algo, así
que no tiene que hacer nada para completarse, precisamente porque
ella es el fin en sí. El universo se expresa y ella es el resultado de
esa expresión. No se trata, pues, de un ser para, sino de un ser, sin más. Vivirla con plenitud consiste en no pedirle nada,
como no se le pide nada a un árbol, al que sólo hay que dejar que sea. Cuando se consigue asumir esto, pasa uno de desvivirse por vivir a ser plenamente vivido por la mismísima vida en persona, sin quejas, deseos ni ruidos que turben su cósmico y maravilloso discurso.
- Srinagar (Jammu and Kashmir) - India.
15 de septiembre de 2015.