Tenemos, por el simple hecho de estar
vivos, una capacidad generativa; podemos hacer cosas imitando las que ya hay o
creando otras nuevas. Mentalmente podemos hacer lo que nos dé la gana. Lo
imposible deja potencialmente de serlo. Todo cabe en un circuito de cien mil
millones de neuronas.
Nuestra mente cogita para solucionar
los problemas que nos atribulan, y para ello elabora ideas que persiguen ese
fin. Utiliza su potencia -su capacidad generativa- para crear herramientas
racionales que eliminen el problema. Sin embargo, estas herramientas, que son
ideas nuevas, a veces no sólo no son útiles para el arreglo, sino que además
suponen en sí mismas preocupaciones también nuevas. Esto resulta obvio, sobre todo cuando el problema es de naturaleza emotiva; las nuevas
ideas heredan el mismo germen de lo que pretenden solucionar, y nacen
por tanto con la enfermedad.
La potencia es capacidad
generativa, pero también puede ser contentiva, represora, de sujeción. Por
defecto parece que solucionar requiere embestir, pero también se puede hablar
de contención muy poderosa. Bajo el disfraz del "no hacer nada" puede
esconderse la solución. Cuando no hacemos nada pasan infinitas cosas diferentes de cuando hacemos algo; entre ellas pueden estar precisamente las que queremos que pasen.
En realidad generar y contener en la
misma medida necesitan también de la misma energía, pero evidentemente su
vector es opuesto. Esto es una reorientación, no un ahorro, ya que no hacer nada cuesta.
Cuando estamos cansados de embestir,
o sencillamente cuando vemos que no da resultado, sentarse en la orilla en
silencio y observar esperando a que la tierra se vuelva a sedimentar es la
mejor forma, la única, de que el agua vuelva a ser cristalina.
Este vídeo de Buda y Ananda de
apenas dos minutos lo explica muy elocuentemente:
La espera también se puede trabajar
en grupo. No hay más que imaginarse a dos o más personas sentadas en la orilla.
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