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No tenía fuerzas para rendirme, así que decidí emprender activamente una búsqueda eidética, es decir, de lo esencial. Pensé que el cambio que afrontaba merecía un decorado literario, y de ahí el blog. En él reflejo pensamientos, reflexiones y emociones que he vivido durante mi estancia en Tanzania enseñando inglés y suajili a niños de preescolar en un colegio rural de la organización Born To Learn, en India como profesor de francés para la Professional School of Foreign Languages de la Fundación Vicente Ferrer, y actualmente en Malí cooperando con CONEMUND en proyectos de seguridad alimentaria y equidad de género. Mi objetivo cabe en una palabra: Compartir.

martes, 19 de noviembre de 2013

Cuesta imaginar


Cuando ya no somos niños, dejamos de imaginarnos que vamos dentro de un coche del Scalextric, o que algún príncipe trepará la torre por la melena de Rapunzel. Cuando somos adultos es diferente el entorno en el que nos movemos, así que cuando nos ponemos a imaginar algo nos da por otro tipo de cosas. 

Imaginamos, por ejemplo, que terminamos de pagar el préstamo del coche dentro del cual sí vamos, o que la hipoteca de la torre en la que de verdad vivimos pueda atenderse el mes que viene, con lo cual -siendo también racional nuestra imaginación- imaginamos que no nos van a echar del trabajo en el que malvivimos y del que vivimos no muy bien, o sencillamente que nos tocará la lotería. Y nos deleitamos con que todo lo que hemos imaginado se hiciera realidad.

Pero yo veo que hay una diferencia clara entre cómo imagina un niño y cómo lo hace un adulto, aparte, claro, de que las ideas que ambos manejan son diferentes por el entorno en el que se dan (uno piensa en el Scalextric y el otro en la hipoteca). Para mí la diferencia llamativa es que el niño busca vivir algo nuevo, mientras que el adulto busca desembarazarse de algo viejo. El niño quiere saber lo que sería ser piloto de verdad de un coche de carreras, y su imaginación le lleva a tomar la realidad del coche tangible y vestirla de fantasía en su mente, buscando algo nuevo, trascender el juguete que realmente tiene delante. Y lo mismo pasa con Rapunzel: se busca al príncipe, algo nuevo también. Pero el adulto sueña con dejar de tener que pagar cosas, quitarse de encima un viejo lastre, saldar deudas, volver al nivel cero. Los números negativos se inventaron para calibrar la imaginación de los adultos.

El niño imagina, el adulto desimagina. La verdadera imaginación para nosotros, que somos niños caducados, comienza cuando ya hemos dado por hecho que no debemos nada a nadie, que ningún yunque nos pesa, y que no hay zanjas entre nuestro deseo y las posibilidades de nuestra mente. Para imaginar como un niño primero hay que ser, sentirse o imaginarse libre. 

Así que nos cuesta tanto empezar...


3 comentarios:

  1. El día que me caduque el niño que llevo dentro, me habré convertido en un cenizo, luchemos por que haya siempre niños en los Comites de Dirección de la empresas...kmoonn

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  2. No crezcas"ojos bonitos", es una trampa

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  3. por eso siempre,
    siempre,
    siempre,
    vivo rodeada de niños, para no dejarme engañar por los grandes.

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